Nuestra América: del partido único al ogro filantrópico, del autoritarismo a la democracia

COMENTÉ en este espacio que la conducción política está dando un vuelco a lo que podría calificarse como “izquierda”

  • Las novelas del poder absoluto; estatuas que terminan derribadas
  • El recurso del método: los modelos imperial y democrático
  • Más que el dato frío: documentar con el trabajo de la imaginación

COMENTÉ en este espacio que la conducción política está dando un vuelco a lo que podría calificarse como “izquierda”, en contraposición a la derecha o al conservadurismo, aunque otros contraponen el sistema liberal o neoliberal. Históricamente nuestros países han oscilado entre las democracias (limitadas) y las dictaduras. Sobre esta experiencia la literatura ha aportado su propia luz a partir de los hechos y la imaginación.

Casi siempre la sombra del pueblo en rebeldía, la del caudillo o la de “un solo hombre”, ha rondado los procesos políticos. En estas páginas el investigador Firdaus Jhabvala nos ha ofrecido una perspectiva de lo que él llama la oposición de dos modelos: el imperial y el democrático, a partir de ahí aplicó las razones del desarrollo o el atraso económico y social.

Le decía en mi anterior colaboración que aquí también hemos comentado cómo

Latinoamérica produjo la novela del dictador, un “caudillo que se alimenta de complicidad, poder y muerte. Esa otra expresión del crimen organizado”.

En efecto, la recreación comenzó en España con “Tirano Banderas” (1926), de Ramón Valle Inclán; el antecedente de lo que posteriormente ocurrió en nuestro continente. Un caso especial en México donde la realidad de la política transcurrió entre un solo hombre y un partido “casi único”, aquella “dictadura perfecta” calificada por el peruano Mario Vargas Llosa. Y con el “Ogro filantrópico” (1979), el poeta y ensayista Octavio Paz ofreció una crítica del sistema mexicano dadivoso y autoritario.

EL OTOÑO DEL SUPREMO

UNA DE LAS PRIMERAS novelas latinoamericanas sobre los dictadores en el siglo XX fue “La sombra del caudillo” (1929), de Martín Luis Guzmán, centrada en los sonorenses Álvaro Obregón y su heredero Plutarco Elías Calles, que ejercen poder omnipresente en el México posrevolucionario. Vino luego “El señor Presidente” (1946), del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que ubicó las mañas de José Manuel Estrada Cabrera. “El país de la eterna dictadura”, lamentó Manuel Colom Argueta de su patria guatemalteca.

Otra notable obra es “Yo, el supremo” (1974), del paraguayo Augusto Roa Bastos, sinfonía de impunidad desde el poder; más conocida “El otoño del patriarca” (1975), del colombiano Gabriel García Márquez, alegoría del caudillo que enloquece mientras retiene el poder de quitar vida. El peruano Vargas Llosa hizo su aportación al compromiso de novelar a una dictadura en  “La fiesta del chivo” (2000), como un cierre de ciclo, con investigación periodística sobre las atrocidades de Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana.

Otra extraordinaria novela en torno al “hombre fuerte”, al “poder único”, que también cabe citar: “El recurso del método”, de Alejo Carpentier (1974, el mismo año que la obra de Roa Bastos), quien nos retrata a un dictador de opereta, como terminan siéndolo casi todos los especímenes autoritarios, lo que no les quita su sello criminal.

La novela del dictador fue fecunda en tiempo pre-democrático. Hay varias denominaciones para el caudillo: jefe máximo, botas de oro, león saciado, tlatoani cadavérico, fantasma mero mero, caprino hombre de medallas, padre ebrio y sangriento, zorro hambruno, potro deslenguado. Historia de adjetivos: el dictador lo controla casi todo, pero no los apodos populares.             

RETRATOS AUSENTES

EN LA NOVELA hacen falta retratos del poder en la América Latina de hoy. Ver en qué sentido han cambiado las formas y el fondo, o en qué sentido permanecen con simulaciones democráticas. Documentar la realidad es una forma de completar lo que la literatura realizó hace algún tiempo. Ahora el género es la novela narco y las series donde se mezclan política y crimen organizado (frente al crimen institucionalizado).  Riesgo: una cosa es la descripción de violencia ficticia y otra la descripción amplificada de violencia real que ofrece detalles cruentos, frente a los cuales la imaginación literaria se hace chiquita. Lo real avanza hacia más crueldad.

Y la situación del escritor es curiosa: se superpone el terreno del periodismo y la literatura. Pasamos de lo real maravilloso a lo real amarillista que nos enfrenta a lo inhumano. En el tema ‘corrupción’, inmemorial en México, las mañas reales superan cualquier relato ficticio. Perdió fuerza “La muerte de Artemio Cruz”, novela donde el personaje tiene remordimientos; mientras que hoy,  el cinismo domina en la plaza pública. Periodismo y literatura documentan excesos. Los hombres públicos se indignan. Pero la fusión está en la realidad y la confusión en la conciencia. (vmsamano@hotmail.com)