Libros: puertas de la sabiduría?

En el primer párrafo de la obra “Encuentro con los libros”

En el primer párrafo de la obra “Encuentro con los libros”, de Stefan Zweig, se puede leer que “el movimiento que apreciamos en la tierra se apoya esencialmente en dos invenciones del espíritu humano: el movimiento en el espacio se basa en la invención de la rueda, que gira vertiginosamente alrededor de su eje, y el movimiento intelectual guarda una relación directa con el descubrimiento de la escritura”. Ella, la escritura, ha evolucionado desde los pliegos más sencillos, pasando por los rollos, hasta culminar en el libro. Digna la idea de Zweig, y digno el momento para recordar lo valioso de esta placentera práctica, sobre todo a pocas horas de la conmemoración del Día Mundial del Libro, el próximo domingo 23 de abril.

                                                                     

La fecha anterior, con la que se busca fomentar la lectura, la industria editorial y la protección de la propiedad intelectual, es propicia para adquirir conciencia acerca de la importancia de un objeto de maravillosas cualidades que, aun con el paso del tiempo, sigue despertando nuestro asombro y nuestra gratitud. Desde que existe el libro nadie está ya completamente solo, sin otra perspectiva que la de su propio punto de vista, pues tiene al alcance de su mano el presente y el pasado, el pensar y el sentir de toda la humanidad. El libro viene a ser el alfa y el omega del conocimiento. Un impulso para sacarnos de la estrechez de la ignorancia y abandonar nuestra condición de eunucos del espíritu.  

Hace varias semanas presentamos un par de obras en el marco de la Feria Internacional del Libro de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. En mi intervención aludí a un alimento peculiar que nutre el intelecto: el libro. Hablé de una especie de religión poco conocida: la blibliofagia. Sus practicantes son literalmente eso: devoradores de libros, consumidores descomunales que no están dispuestos a vivir de espaladas a los libros para evitar que el mundo les parezca limitado.

Recupero para usted, amable lector, algunas breves ideas expuestas en aquella ocasión:

Ciertos practicantes de la bibliofagia escogen a veces el camino del fanatismo. Los hay, por ejemplo, quienes acaparan ejemplares de la misma obra, digamos tres del mismo título: el primero, la edición más hermosa para provocar la envidia de los demás; el segundo, el que están dispuestos a prestar a los amigos para no sentir el remordimiento de perderlo por si ya no regresa a sus manos; y el tercero, ese sí, el que está destinado para uso propio.

Pero también están los que pasan del fanatismo a la barbarie, los que adquieren libros que mantienen envueltos o encajonados porque nunca se tomaron la molestia de abrirlos. Son parte de esta secta quienes compran libros destinados a ser objetos de ornato en los anaqueles de sus casas, o como como aquel conde de Estrées, citado por Saint-Simon, que llegó a tener más de cincuenta mil libros empaquetados que nunca abrió. Es una desviación perversa de la bibliofagia caracterizada por el afán de acumular muchos libros, más por el placer de almacenarlos que por el de instruirse con ellos.

El punto es que a los bibliófagos los libros nos proporcionan alegrías desbordantes, pero también nos causan un inmenso sufrimiento cuando, por ejemplo, llegamos tarde a la compra de una edición, aquella que buscamos afanosamente y no podemos conseguir, aun cuando estaríamos dispuestos a pagar una fortuna. O en caso contrario, resulta tan costosa que escapa a nuestras posibilidades económicas.

Somos bibliófagos porque nos deleita la convivencia con los libros. A los nuevos los saboreamos por jugosos y tiernos, y a los viejos por su sazonado sabor. En cualquiera de los casos, recientes o antiguos, son ingredientes perfectos para preparar una suculenta ensalada que, además de nutritiva en conocimientos, provee de vitaminas a la imaginación.

La convocatoria será siempre —no solamente en ocasión del Día Mundial del Libro— a disfrutar de un apetitoso banquete.  A irrumpir en los entresijos de un universo apasionante: el mundo de quienes han perdido la cabeza por los libros, pues saben que, paradójicamente, solo en los libros pueden desarrollar todo el potencial de la cabeza. ¡Felices lecturas!