Se llamaba Lácides
Hay muchas formas de honrar la memoria de las personas que, con sus aportaciones y ejemplos
Hay muchas formas de honrar la memoria de las personas que, con sus aportaciones y ejemplos, han contribuido de manera especial en nuestra formación y en la transformación del microcosmos donde nos movemos. Escribir para crear un recuerdo vivo en honor de esas personas es una de ellas.
Hace un par de días, el 26 de octubre, se conmemoró el aniversario del natalicio de Lácides García Detjen (1950-2015), a quien conocí por la fortuna de la educación universitaria a principios de la década de los noventa del siglo pasado. La primera faceta que asomó ante mis ojos fue la de forjador de ideas y formador de muchas generaciones de tabasqueños.
Lácides fue un incansable promotor de la lectura como vehículo para hacer de la educación la principal acción transformadora del ser humano. Las incontables tertulias literarias que organizó, las presentaciones de libros que promovió y los conversatorios con autores e intelectuales en los que participó dan cuenta de ello.
Su don de educador estuvo siempre alimentado por los deseos y sueños de conducir a la juventud a través del camino de la lectura. Hacia ese noble propósito entregó sus saberes y práctica.
Consciente de la importancia de la formación de lectores y de las posibilidades de la educación popular, se adhirió con firmeza a las obras de uno de los más grandes autores de la educación en el mundo: Paulo Freire. Distantes en el espacio, pero cercanos en el pensamiento, con el pedagogo brasileño compartió la idea de que una buena educación implica una comprensión crítica de la realidad social, política y económica en la que se encuentra el educando.
Lo ilustra mejor un párrafo del discurso que preparó para el día en que la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco le entregó el premio "Juchimán de Plata" (26 de marzo de 2014):
"Todas las civilizaciones y etapas del desarrollo humano han estado cohesionadas por la cultura y la educación. Por ello, creo que impulsar a los jóvenes a la infinita ventana de la cultura es también un acto de comunicación y de enseñanza. Las tecnologías de las comunicaciones y las redes sociales han cimbrado muchas cosas de la vida cotidiana de la sociedad del siglo XXI, pero permanecen como fuertes columnas leer un libro, la forma de pensar, de actuar y de ser de las personas".
Bastaban pocos minutos de conversación con García Detjen para confirmar su entregada vocación educadora y su espíritu generoso. Se mereció el título de "maestro" no solo por el ejercicio de su función, sino porque con su actuar diario demostró que deberían ser llamados de ese modo quienes son capaces de vivir para los demás, desterrando la mezquindad que acarrea pasarse la vida pensando en uno mismo. Lo decía con acierto el poeta Antonio Machado: "En las cosas del saber y del vivir, solo se gana lo que se da, solo se pierde lo que se guarda".
Hace algunos días tuve acceso a varios de los magníficos textos que Lácides escribió a principios de la década de los ochenta en la columna que nombró "Macondo literario". En la del 7 de febrero de 1981, publicada en el Diario Rumbo Nuevo, alude al perfil y la trayectoria del poeta español Ricardo Alberti, perseguido político que vivió en el exilio largos años y fue entrañable amigo de Federico García Lorca. Sus palabras me resultaron especialmente reveladoras porque el mismo Lácides, como califica al poeta, fue descomplicado, vital, e hizo las cosas que todo hombre que se respete hace en cada momento de su vida.
Para quienes lo conocimos, para quienes fuimos sus colaboradores, para quienes tuvimos el privilegio de formarnos bajo su amparo, su crisol de conocimientos seguirá siendo luz e inspiración en nuestro camino.