LA REFORMA (I DE VI)

En un memorable discurso Federico García Lorca acuñó la frase “dame medio pan y un libro”

En el Imperio Mexica no había niño sin escuela ni campesino sin parcela.  Los menores eran obligados a asistir  al tepochlcalli o al calmecatl, según su posición o destino. Pero al entrar la noche de tres siglos que fue la Colonia, las cosas cambiaron y  para mal.

Como contrapartida al despojo y a la esclavitud se le dio la educación a la iglesia, pero al estar a cargo de sacerdotes, se limitó a las “castas” privilegiadas y  solo para aprender a leer y escribir, recitar el catecismo del padre Ripalda de memoria,  algo de teología y desde luego la opción de la carrera eclesiástica en los seminarios. Los que tuvieran recursos, para derecho u otra materia limitada, en México o en  Guadalajara .

Lo anterior era aún más limitado para los indígenas, los que desde luego no tenían recursos para enviar a sus hijos. En cambio las trece pequeñas colonias británicas florecían con 9 universidades con todas las carreras y adelantos tecnológicos de la época, fábricas, astilleros, comercio en auge, y libertades de que se carecían en la Nueva España. Lo anterior provocó que cuando nos invadieron,  México era un país de 7.5 millones de pobres e iletrados en tanto que los nacientes Estados Unidos, aún con esclavos en el sur, ya contaban con 15 millones de habitantes industriosos, preparados y adinerados.

En un memorable discurso Federico García Lorca acuñó la frase “dame medio pan y un libro”,  y manifestaba más lástima por el que ansiaba saber sin contar con los medios para ello, que el hambriento que podía saciar su hambre con un mendrugo, al revés del primero que moría en la agonía de no satisfacer su anhelo de aprender.

Y esa agonía la sufrió Benito Pablo Juárez García, cuando niño, sin saber castellano ni conocer la senda, caminó 66 kilómetros a la ciudad de Oaxaca y localizó la casa donde trabajaba su hermana Josefa y obtuvo trabajo en la misma. Había abandonado su pequeño Guelatao, donde solo se hablaba zapoteco, y donde, como en todos los poblados indígenas, no había escuela ni ningún servicio.

Tenía ansias de saber, sed de  aprender y consiguió que un buen sacerdote lo apadrinara, al que él mismo le llevaba un fuete para que lo disciplinara si no  respondía bien la lección.

Logró conseguir inscribirse en una escuela que abandonó por ineficiente y discriminadora y entró al seminario, estudió teología, y queriendo saber más no le quedó más remedio que abrazar la carrera eclesiástica, sin vocación para ello.

Como antes comento, no había opciones, y  solo quien  contara con recursos, podía enviar a sus hijos a la capital o al extranjero.

En la naciente república se vivía la eterna pugna entre conservadores y liberales, y los liberales fueron consiguiendo establecer Institutos de educación superior con otras opciones donde se iba pudiendo. En Oaxaca se abrió este en 1829, y en Villahermosa logramos nuestro Instituto Juárez, con un donativo del benemérito, hasta l879.

Pues cuando abrió sus puertas este Instituto en Oaxaca, Juárez abandonó inmediatamente el seminario y se inscribió para la carrera de derecho. Veía, al fín, terminar  su agonía de saber.

El Instituto fue satanizado y combatido por la iglesia y hacendados que lo tildaban de cueva de herejes. Y allí cursó su carrera con puras calificaciones de excelencias y el joven Juárez fue nombrado catedrático antes de recibirse e inmediatamente después asumió la dirección de este Instituto.

Y trato de exponer como era el panorama previo al proceso de la Reforma, que implicó una revolución , todo un proceso legislativo, una nueva Constitución y una guerra fratricida de tres años, que continuó con una sangrienta intervención extranjera.  Pero de esto seguiremos platicando.