Mileva, la gitana que salva de la envidia ajena

Siempre he sentido curiosidad y temor por platicar con una gitana

Siempre he tenido la curiosidad de platicar con una gitana, aunque también debo confesar que siento miedo cuando las veo acercarse ofreciendo adivinarle a uno el futuro. Llaman la atención sus vestidos largos y sus peinados, jóvenes, maduras o viejas lucen el mismo atuendo un poco anticuado, tanto que me traen a la memoria la imagen de la abuela Josefina con su reboso o peineta como parte del tocado que la adornaba cuando salía al pueblo.

También les llaman «húngaras» en algunas comunidades del estado y no son bien vistas por la gente, hay cierto rechazo y desconfianza hacia ellas por su aspecto un tanto desaliñado y su estilo de vida. Como todo ser humano las gitanas proyectan una fuerte energía, positiva o negativa, depende mucho de la situación en que se encuentren ellas y nosotros. 

Me topé con un grupo de gitanas en los tiempos universitarios, una de ellas me miró despiadadamente a los ojos y me puso contra la pared como si un fuerte manotazo me hubiera golpeado el pecho. Me sobrepuse al temor que sentí mientras el ritmo de la respiración se normalizaba en mi cuerpo. Cuando me las encontraba en las calles seguía negándome a la lectura de la mano.

Sin embargo un buen día llegó Mileva. Los niños estaban de vacaciones y querían ir al parque Tomás Garrido y a La Venta. Tomábamos los refrescos cuando del grupo de mujeres que habíamos visto entrando por Paseo Tabasco, se desprendió una señora como de unos 45 años, dirigiéndose hacia donde sombreábamos. Le dije a mi esposa que quería saber lo que nos diría, yo deseaba preguntarle de dónde era, cómo se llamaba, desde cuándo andaba por estos rumbos.

Según ella, Mileva es equivalente a Rosa, en castellano; dijo que su familia emigró a nuestro país a causa de la Segunda Guerra Mundial, desde Rumania, que ya son varias generaciones de gitanos que peregrinan a lo largo y ancho de México y otros países hispanoamericanos. No quiso responder a más preguntas. En cambio me leyó las líneas de la mano diciéndome que a pesar de ser buena persona, sobre mí pesaba mucha envidia, que debía protegerme. 

Le respondí que no tenía riquezas, que las envidias podían pasar de largo. Pero Mileva volvió a la carga asegurándome que cuanto yo gano se va como agua entre las manos y que la solución era simplemente envolver unos pétalos de rosas rojas en un paño del mismo color acompañados de un amuleto que ella me ofrecía. Y si deseaba que realmente funcionara no debía olvidar cargar aquello en uno de mis bolsillos.

Mileva es una mujer estoica, misteriosa, sin ocultar su alegría en lo profundo de sus ojos oscuros. Le pregunté por el costo del amuleto y le dije que me gustaría volver a platicar con ella. Se despidió con un gesto amable apretando un pequeño monedero entre sus manos morenas. A lo mejor un día de estos decido tomar aquel pedazo de cristal y salgo a probar un poquito de suerte, con Mileva o con la bruja blanca del Tarot.