JUNIO 19, LA RESTAURACIÓN DE LA REPÚBLICA

La fiscalía hizo valer todos los crímenes y atrocidades cometidos en todo el territorio nacional

El 19 de mayo de 1867, tras un sitio de tres meses, el  ejército republicano  tomó la ciudad de Querétaro poniendo fin a la fracasada invasión francesa prohijada por los traidores conservadores  e impulsada  por el clero católico.

El filibustero Maximiliano, que nunca fue Emperador de México, puesto que Juárez era nuestro Presidente, fue recluido en el Convento de las Capuchinas, junto con Miramón y Mejía, y sometidos a juicio conforme a la Ley del  2 de enero de 1862, que penaba “los crímenes contra la independencia y la seguridad de la Nación”.

Maximiliano  había firmado  el 3 de octubre de 1865 el llamado  “Decreto Negro” ordenando que todo mexicano  que fuera sorprendido con una arma fuese fusilado de inmediato en un plazo no mayor a 24 horas y sin defensa alguna.  Esto causó el asesinato de cientos, nunca sabremos cuantos, patriotas defensores de nuestra independencia.

A Maximiliano, en cambio,  se le instruyó un juicio formal y fue defendido por los más prominentes  abogados de la época, Mariano Riva Palacio entre ellos.

La fiscalía hizo valer todos los crímenes y atrocidades cometidos en todo el territorio nacional, y fue hasta el 16 de junio, 28 días después, que el Jurado emitió por unanimidad su sentencia ordenando el  fusilamiento  de los reos ese mismo día. Sin embargo, cuando eran  llevados al paredón, llegó una orden del Gobierno aplazando la ejecución hasta el 19 de junio.

El Presidente Juárez estaba recibiendo multitud de peticiones de clemencia: La Princesa Salm Salm,  el ilustre literato  Víctor Hugo, el patriota Giusepe Garibaldi, toda una avalancha. Pero la impasibilidad del patricio resistió todas las presiones contestando: “No soy yo, es la Lay”.

Maximiliano, Miramón y Mejía fueron ejecutados en el cerro de Las Campanas el 19 de junio de 1867, sepultando para siempre la ambición europea de dominación en el continente. Por eso en algunos países  declararon a Juárez,  con toda justicia,  “Benemérito de las Américas”.

Y el cadáver del filibustero sufrió adicionalmente algunas peripecias. Habiendo sido embalsamado, en su traslado de Querétaro a la ciudad de México, el carruaje se accidentó al cruzar un vado, y el  ataúd cayó al río, dañando  el embalsamamiento del cuerpo.

Ya en la ciudad de México, permaneció dos semanas  en el Hospital de San Andrés, que ocupaba el predio donde se construyó  el Palacio de Telecomunicaciones hoy Museo Nacional del Arte, frente al Palacio de Minería.

 Atendiendo una misión especial enviada por el Emperador austriaco y encabezada por el almirante  Wilheim Von Tagetthoff, el Presidente Juárez autorizó la repatriación del cadáver a Austria, después de que fue bañado en arsénico, le insertaron los ojos quitados a una virgen en una iglesia, traje de gala y barba postiza. Así, Maximiliano retornó a Austria partiendo de Veracruz el 26 de noviembre de 1867, en la misma fragata Novara en que vino.

Una noche llegó al hospital de San Andrés el Presidente Juárez. Al ver el ataúd de Maximiliano comentó a su acompañante: “Mire usted en lo que termina un imperio”.