Los límites de la Iglesia

En su informe al sínodo mundial de obispos, la Conferencia Episcopal mexicana no se ahorra autocríticas

En su informe al sínodo mundial de obispos, la Conferencia Episcopal mexicana no se ahorra autocríticas.

La fundamental, reporta Proceso (ver aquí), es que no camina “codo a codo” con su sociedad: los obispos están “lejos de la feligresía”, los sacerdotes confían poco en sus laicos, “los rumores minan la fraternidad de la comunidad”.

La Iglesia católica tiene “dificultades para escuchar la voz” y “comprender la religiosidad” de los siete millones de indígenas del país.

Está distanciada del “mundo de la cultura: científicos, artistas, intelectuales”, incluso de aquellos que “se manifiestan abiertamente como católicos”.

Los mexicanos todavía valoran mucho las parroquias “como lugar de encuentro y comunión”, pero la “participación de los fieles” ha disminuido.

La Iglesia, dicen los obispos, “ha escuchado poco o nada a niños, adolescentes, personas en condición de calle, homosexuales, mujeres violentadas, empresarios y políticos, comunicadores y profesionistas en general”, de modo que todos ellos se alejan de la “práctica sacramental, aunque se sigan autodesignando católicos en los censos”.

La escasa promoción de la doctrina social de la Iglesia, dice el Informe, ha convertido a los laicos en “creyentes no comprometidos con su realidad”.

No hay “solidaridad y colaboración entre parroquias vecinas territorialmente” y es perceptible un “extravío pastoral que nos impide ver, con claridad, a dónde vamos”.

La crisis misional es tan visible que ni siquiera el culto a la Virgen de Guadalupe ha sido aprovechado como “espacio de evangelización”.

Persiste un acentuado “clericalismo” que “confunde autoridad con poder, invitación con imposición, servir con servirse”, de manera que en luchas diócesis se percibe “que sólo queda callar y obedecer”, cosa que “mata el espíritu, el entusiasmo y la creatividad”.

En la Iglesia católica mexicana no ha entrado el espíritu de la transparencia y la rendición de cuentas.

En suma, dicen los obispos, “nos ha faltado apertura, humildad, confianza, cercanía, atención, calidez y ‘espiritualidad para el diálogo’”.

Viven entonces en el marco de una “pastoral de conservación”, hija del statu quo, y no de una “Iglesia en salida misionera”, que busca nuevos territorios en su sociedad y nuevos puentes con ella.

Creo que los obispos han dado un paso importante hacia la corrección de los límites de su Iglesia: reconocerlos.