Historia e importancia de los debates electorales
Los debates en México para las candidaturas a la presidencia de la República, son obligatorios para éstas y para el Instituto Nacional Electoral organizarlos
Los debates políticos organizados de manera continua entre candidaturas son relativamente jóvenes en el planeta, aun cuando el primero del que se tiene registro ocurrió en 1788 en Estados Unidos de Norteamérica, al debatir James Madison y James Monroe, cuando ambos competían por un escaño en la Cámara de Representantes y en 1858 cuando Abraham Lincoln y Stephen Douglas disputaban una curul en el senado.
Estos debates del siglo XVIII y XIX fueron chispazos esporádicos que quedaron como antecedentes de lo que serían los debates llevados a cabo de forma permanente en la segunda mitad del siglo pasado.
Es de referir que esos debates se transmitían a través de la radio y de los medios impresos, pero fue hasta el 15 de septiembre de 1960, la fecha en que, por primera vez en las Américas y en el mundo, fue transmitido a través de la televisión en Brasil, el debate entre los candidatos a la presidencia Adhemar Pereira De Barros y Enrique Teixeira, para ser reanudados hasta 1989, y el 26 del mismo mes y año aludido sucedió en Estados Unidos, el debate entre los candidatos a la presidencia John Kennedy y Richard Nixon; país que a partir de entonces hizo una pausa para reanudarlo hasta 1976 y de ahí en adelante sin interrupción hasta la fecha.
En Canadá ocurrió por primera vez en televisión, en el año 1968, entre los candidatos a la presidencia Pierre Trudeau, Robert Stanfield, Tommy Douglas y Réal Caouette; en Francia en 1974, cuando compitieron por la presidencia Francois Mitterrand y Valéry Giscard d Estaing y en España en 1993 entre Felipe González y José María Aznar.
Con la ola democratizadora iniciada en la década de los 80s del siglo pasado en América Latina, varios países de este continente iniciaron los debates entre las candidaturas a la presidencia, la mayoría de los cuales están regulados en sus respectivas legislaciones electorales.
Así, por ejemplo, el primer debate electoral en Chile ocurrió en 1989, entre los candidatos a la presidencia Patricio Aywin y Hernán Buchi; en México en 1994, cuando compitieron por la presidencia Ernesto Zedillo, Diego Fernández de Cevallos y Cuauhtémoc Cárdenas; también en ese mismo año se llevó a cabo en Colombia, entre los candidatos a la presidencia Andrés Pastrana y Ernesto Samper y en Perú ocurrió en 1990, entre los candidatos a la presidencia Alberto Fujimori y Mario Vargas Llosa, con la aclaración de que en este país, fue reiniciado hasta 2001.
El hábitat natural de los debates es la democracia y nada más en ella pueden florecer. Contribuyen a incrementar la información del elector sobre quienes encarnan las candidaturas en materia de su pasado, forma de pensar, conductas, imagen y proyectos.
Esto ayuda a ampliar la percepción del elector sobre las candidaturas, lo que, aunado a su exposición en las campañas, puede motivar a elevar la participación ciudadana en las elecciones.
Aun cuando la participación ciudadana no se reduce al ejercicio de votar, porque comprende todos los ámbitos de la vida humana, es la más significativa al determinar la ciudadanía a través del voto, quien la representa y quien la gobierna, los que una vez en el ejercicio del cargo despliegan acciones que impactan en mayor o menor medida la vida política, social, económica y cultural; es decir, la inmensa mayoría de las actividades del ser humano.
El ejercicio del voto forma parte de la participación política, entre las que se encuentra la exigencia a sus representantes del cumplimiento de sus funciones, que en nuestro país desafortunadamente no es una constante y la participación en asambleas y mítines relacionados con el poder político.
Motivar la participación de la ciudadanía en las urnas, es tarea de los partidos y organizaciones políticas, de las candidaturas y de las autoridades electorales administrativas, las que por mucho que hagan en materia de educación cívica, que dicho sea de paso, hay quienes no la entienden y tampoco le otorgan la importancia que tiene; si los partidos y los actores políticos no convencen y no motivan suficientemente a la ciudadanía para acudir a las urnas, porque el menú que presentan en el proceso electoral no les gusta o no despierta su interés, es difícil que la sola cultura cívica por sí misma, los lleve a votar.
A lo que se suma, en no pocas ocasiones, la poca disponibilidad de las candidaturas a debatir y a que el debate, realmente sea un debate, en virtud de que prefieren “debates” rígidos, acartonados, de lectura y preguntas cómodas.
Los debates en México para las candidaturas a la presidencia de la República, son obligatorios para éstas y para el Instituto Nacional Electoral organizarlos; por lo que la falta de acatamiento por parte de alguna candidatura, la colocaría en renuencia y en posición de ser sancionada, tal y como lo establece el artículo 456, inciso c) de la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales con amonestación, multa de hasta cinco mil UMAS o con la pérdida del registro.