Guerra sucia y democracia
Construir la democracia no es tarea sencilla. No es fácil lograr que el pueblo tenga la información cabal necesaria para decidir adecuadamente.
En democracia es el pueblo el que decide quién y cómo ha de gobernar, pero no en el vacío o la ignorancia, sino informado mediante el claro debate de las propuestas que formulen quienes aspiren a dirigir a un país, mediante su organización en partidos políticos.
Construir la democracia no es tarea sencilla. No es fácil lograr que el pueblo tenga la información cabal necesaria para decidir adecuadamente. Tampoco es fácil que los aspirantes ofrezcan propuestas claras y diferenciadas para la decisión popular. Perfeccionar la democracia obliga a la honestidad de sus actores; electores y proponentes. Así como a un proceso de educación permanente del conjunto.
Hay imperfecciones susceptibles de ser subsanadas por la vía de las leyes y las reglas, aunque su vocación natural es ser violadas. Pareciera una carrera infinita entre la disposición de normas y el diseño de las formas de violarlas. También adolecen de la propensión a la obsolescencia; lo que un día fue necesario e idóneo en otro momento puede ser lo contrario.
Un aspecto importante en la materia es el árbitro electoral, también de condición imperfecta. La tentación a ser parcial es difícil de contener, tanto en su diseño como, principalmente en su conformación.
En México ha sido un proceso largo y tortuoso alcanzar los actuales niveles de democracia incipiente: los golpes de estado y las guerras civiles, junto con la dictadura porfirista marcaron la historia del siglo XIX y parte del XX. Se produjo una muy cruenta revolución y derivó en el autoritarismo de los ganadores durante todo el resto del siglo, con algunos avances de inclusión y tolerancia. A finales de dicho periodo se gestó una apertura democrática que se agotó en la simple alternancia de siglas de partido en el poder, sin afectar a la antidemocracia de su ejercicio, incluso se inauguró con un tremendo fraude electoral en su primer recambio (2006). Una nueva alternancia (el regreso de PRI en 2012) no sólo no cambió sino radicalizó la antidemocracia histórica.
Se oía la consigna "el pueblo se cansa de tanta pinche tranza" y, en verdad se cansó. En 2018 dijo ¡Basta! y se produjo un cambio verdadero, no una simple alternancia, que se propuso el cambio de régimen. Simultáneamente se instauró una vigorosa oposición por parte de quienes fueron desplazados del poder y sus privilegios, la corrupción como factor central, y la defenestración del presidente como objetivo fundamental, sin debate ni confrontación civilizada; simplemente la guerra sucia, la guerra contra la democracia.
Durante el nuevo régimen avanzó la democracia real, en el sentido de que el pueblo es el sujeto activo y el beneficiario de la actuación pública. Pero también se retrocedió por la ausencia de proyecto alterno en la oposición, al extremo de coaligar a partidos históricamente antagonistas en un frente contra el nuevo régimen, frente carente de proyecto y abundante en mierda.
Es el costo de emprender una revolución sin violencia. Las violentas acaban con los opositores e imponen su programa, pero además del costo de vidas (un millón en la mexicana) difícilmente el programa ganador coincide con el originador.
Creo indispensable que, en estas condiciones, la coalición gobernante logre la mayoría calificada en el legislativo (66%) para realizar reformas constitucionales imprescindibles, como la electoral con vistas a dar lugar a la formación de una nueva y mejor oposición para gobernar en sana competencia en beneficio del pueblo y la nación.
También urge la reforma al muy viciado poder judicial. Es un clamor, casi alarido popular, para lo cual es indispensable tal nivel de representación legislativa.
Ojalá que la politización alcanzada por el pueblo alcance para arrasar en la próxima elección y lograr una presidencia con gran soporte popular y un congreso de mayoría calificada. Vamos todos tras de ello por el bien de México.
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