Elogio de los parques: los cuerpos que habitamos

En algunas obras literarias, los parques juegan un papel significativo

Las tramas de los parques (IV)

Lo mejor que yo he leído sobre los parques es obra del escritor español Eduardo Mendoza: “Las imágenes que nos regalan los parques van más allá de un orden urbano. Refieren sueños e imaginaciones de ciudadanos sin nombre, que sin embargo somos nosotros. Aunque no estemos ahí, en los cuerpos de otros habitamos los parques”.  Dicho esto, ¿qué se puede añadir? Este debería ser el final de este escrito, por el rasgo humanista y solidario que refleja la idea de Mendoza, al igual que el tono onírico para caracterizar lo real. 

En algunas obras literarias, los parques juegan un papel significativo. Por ejemplo, en La mirada del observador, novela policíaca del norteamericano Marc Behm, un detective visita los parques para –en otros rostros- tratar de encontrar a su hija, a quien no ha visto desde hace 20 años; en el cuento Debate en el parque, del francés Raymond Queneau, un joven marxista y una chica freudiana se enfrascan en largas charlas sobre las teorías que les apasionan. Van del café al parque y del parque al café, hasta que olvidan sus teorías y –desde luego- se enamoran. Final antiteórico y emocional, manejado con gran pericia técnica por el maestro Queneau: “Ni Marx ni Freud previeron en algún punto de sus vidas la extraña combinación que lograron Francis y Brigitte en aquél viejo parque. Prueba curiosa de que las teorías ayudan al impulso amoroso. Por lo menos, eso es lo que ocurre en Francia.  No sólo en mi cuento. Y esto es lo mejor que yo diré sobre la utilidad de las teorías”.

En un cuento poco conocido del polaco Witold Gombrowicz, La Conspiración, el asesinato perpetrado por un francotirador en el parque central de Danzig se ve obstaculizado por un sorpresivo vuelo de palomas. En la fracción de segundo clave para el francotirador, las palomas vuelan y cubren el blanco posible (un líder obrero polaco). Se trata de un desfile, y no hay tiempo para un segundo intento. Y el colmo del detalle: en la punta del rifle del francotirador aparece una tenue caca de paloma. 

No sé cuál es la metáfora del maestro Gombrowicz, pero ese vuelo de palomas y la punta sucia del rifle me parecen un delicioso azar en contra del mal que habita el mundo.             

CONCLUSIONES: DISFRUTAR LOS PARQUES (V)

Déjese entre paréntesis la naturaleza nocturna y clandestina de los parques, cuando la metamorfosis no admite visitantes.

Déjese entre paréntesis la necesidad social de abordar el duro problema de los niños de la calle y su estadía en los parques.

Hay cuestiones que rebasan al ciudadano, aunque no debería ser así con las autoridades.

Por lo pronto, sin olvidar la doble cara social de algunos parques, considérese un hecho positivo la democracia de los parques, su rostro estético en ciudades apretadas, y la recreación que facilitan sin costo. No son pocas sus virtudes en tiempos difíciles, ni poca la alegría de sus visitantes: familias, amigos, jóvenes y adultos lectores. Todavía, leer en los parques es sueño posible. Jugar en los parques, descansar en los parques. Esto no sucede en Tijuana, ni en Medellín Colombia, ni en la franja de Gaza.

No perdamos la perspectiva de nuestra cotidianeidad afortunada. 

Los diálogos en los parques merecen texto aparte. Una madre y sus hijos:

-¿Dónde se metió tu papá?

-Está bien, mamá.

-No me contestes así.

-Pero yo no me perdí, ni mi hermano.

-Bueno: hay que buscarlo.

Esposos:

-Hace mucho sol, mi amor.

-Bueno: por eso venimos.

-Pero no quiero que se insolen los niños.

-Déjalos jugar otro rato y acurrúcate.

-¿No te preocupa?

-¿El sol de Xalapa? No.

-Está bien. 

-¡Ésa es mi gorda!.


Novios, hermanos, amigos. Desconocidos que quizás un domingo dejarán de serlo.

Los parques, finalmente, se miran artísticamente desde las ventanillas de los autobuses. El observatorio de la ventanilla es poesía pura: funciona como encuadre natural por donde se mira pasar la vida como sorpresa. Cinematografía hecha con travellings vertiginosos o lentos, que hablan sin hablar, a la manera de Eduardo Mendoza: “en los cuerpos de otros habitamos los parques”. (FIN)