Elogio a Roberto Salcedo

Roberto Salcedo es, en efecto, un maestro: esa ha sido su vocación, su oficio y su profesión

Le agradezco a nuestro presidente, José Castelazo, que me haya brindado la oportunidad de presentar las razones por las que el maestro Roberto Salcedo Aquino se ha hecho acreedor al máximo reconocimiento que concede esta comunidad de la administración pública mexicana.

Te lo agradezco, Presidente, no sólo porque Roberto Salcedo (como lo saben muchos de nuestros amigos aquí presentes) ha sido mi maestro de toda la vida – en el sentido que solía dársele a esa expresión en los textos clásicos--, sino porque esa amistad me ha dado la oportunidad de atestiguar una de las carreras profesionales más admirables de nuestro gremio y de constatar, a la vez, la calidad humana y la solidez ética en las que se ha fundado.

Roberto Salcedo es, en efecto, un maestro: esa ha sido su vocación, su oficio y su profesión. Sus primeros estudios fueron, precisamente, los de profesor de educación básica que más tarde completaría en la Escuela Normal Superior, como profesor de Lengua y Literatura. Fue así, dando clases a los niños y jóvenes de la Escuela Cristóbal Colón y a los estudiantes del CCH Vallejo como sufragó sus estudios de Ciencias Políticas y Administración Pública en la UNAM –en la Escuela y luego Facultad, dirigida entonces por el maestro Enrique González Pedrero, con quien se vincularía para siempre--. Su carrera como profesor de primaria comenzó en 1963 y desde esa fecha hasta ahora, jamás ha dejado de enseñar.

Roberto Salcedo ha impartido clases en todos los niveles posibles de la educación: desde primaria hasta posgrado; pero también lo ha hecho en todos los sitios donde ha interactuado con las personas que lo rodean. Es un erudito en el mejor sentido del término, y es también generoso con su erudición: a veces explica cada palabra que emplea, el sentido y el uso que quiere darles a esas palabras y es especialmente cuidadoso con el propósito que persigue su comunicación.

No obstante, quizás él mismo no sabe que sus mejores lecciones no son –no han sido—las que ha enseñado con las palabras, sino las que ha encarnado con su conducta. Desde 1974, Roberto Salcedo ingresó a la administración pública y desde 1983 ha tenido cargos de altísima responsabilidad. Fue Delegado Regional de la extinta SPP, Oficial Mayor de la SEDUE, del Departamento del Distrito Federal y de la Secretaría de Relaciones Exteriores, fue subsecretario de SEDESOL, fue miembro de la Comisión Negociadora para la Paz en Chiapas y, desde el cambio de siglo, ha sido Auditor Especial del Desempeño de la Auditoría Superior de la Federación.

Desde hace treinta años, pues, Roberto Salcedo ha estado en el corazón de la gestión pública del país y la verdad es que muy pocas trayectorias pueden compararse a la suya. Pero no por la sucesión de esos cargos, ni por el éxito profesional que describen, sino por la honestidad, la calidad y el compromiso social con el que los ha desempeñado.

Quien sepa leerlo con cuidado, no sólo verá en su Currículum una lista de puestos públicos relevantes, sino una larga secuencia de aportaciones invaluables a la administración pública del país. Desde los sistemas de planeación que todavía están vigentes en los gobiernos locales, hasta la metodología más sofisticada y reconocida globalmente en materia de evaluación de políticas públicas; desde la gestión honesta y austera de los recursos materiales y financieros que permitieron reconstruir zonas completas de México devastadas por la pobreza y la naturaleza, hasta el diseño de un servicio profesional de carrera ejemplar para la administración pública en la Auditoría Especial que dirige; desde el rediseño de la producción y la distribución oportuna de los libros de texto gratuitos, hasta la puesta en marcha de una ética profesional admirable entre los auditores, que se ha convertido en modelo mundial. En cada puesto y en cada momento, puede rastrearse y documentarse lo que este profesor ha seguido enseñando, y también pueden seguirse las vocaciones, las trayectorias profesionales y los proyectos de vida que ido sembrando a lo largo de su carrera.

Y a pesar de que ha escrito también una larga lista de obras –algunas en coautoría con Mario Martínez Silva, otro grande de la administración pública—y decenas de artículos, muchos le reprochamos que no haya escrito y publicado todavía más. Pero él ha preferido dedicar la mayor parte de esa obra escrita a su oficio de profesor: como las obras recientes destinadas a seguir enseñando a quienes hoy tienen la responsabilidad de fiscalizar las políticas públicas del país.

El título de su próximo libro podría servir como portada de su biografía: “Rendición de cuentas y responsabilidad del servidor público”. Y es que sus trabajos en busca del mejor desempeño de la administración pública son ya, desde cualquier punto de vista, una referencia obligada para este gremio.

Termino ya esta intervención –Pepe me pidió que hablara solamente cinco minutos-- añadiendo que me siento orgulloso de pertenecer a ese vastísimo grupo de alumnos de Roberto Salcedo; que celebro que el INAP le haya otorgado este reconocimiento que nos honra más a nosotros, que a quien lo recibe; y que confío, en fin, en que este momento se convierta a la vez en el principio de una nueva lección de vida para todos nosotros: la lección de profesionalismo, de calidad humana y de ética que encarna Roberto Salcedo Aquino. (Palabras pronunciadas el 26 de abril del 2013, en ocasión de la entrega de la medalla José María Luis Mora, del Instituto Nacional de Administración Pública. Las compartimos con nuestros lectores porque dan un perfil fraterno y profesional de quien fue nombrado por el presidente Andrés Manuel López Obrador nuevo Secretario de la Función Pública)