El ruido de los vecinos daña la salud y la convivencia

El ruido de los vecinos daña la salud y la convivencia

No soy creyente, pero en mi desesperación una de estas noches de insomnio provocado por el estruendoso escándalo de la  música de la tercera fiesta de la semana de unos vecinos, quisiera correr a la casa de la octogenaria y más respetable católica que vive en el mismo andador, doña Antonia, para hincarme y rezar, con todo respeto y fervor, ante el santuario de la virgen de Guadalupe que con sus propios recursos hizo instalar en medio de su jardín.

Inútil acudir al delegado en turno, por lo menos el que estaba hasta antes del relevo en el municipio de Centro. Habrá que ver si ahora que ya es designado por el Cabildo resulta más eficiente. Innumerables veces fuimos con el  anterior, un tal profesor Mateo, el ahora ex delegado municipal hasta subía a la casa de los escandalosos y sus invitados a ingerir algunas cervezas también.

Si el reporte era al 911 “tomaban nota” pero no veíamos resultados. Una y otra vez. Si acaso alguna vez aparecieron elementos policíacos, hicieron una llamada de atención, y ya; apenas se fueron, los vecinos volvieron a lo mismo.

También infructuoso resulta pedir personalmente un poco de consideración o piedad, por lo menos para las personas que viven en las casas aledañas. Tres de ellas diabéticas, una ya con diálisis, otra de más de setenta años enferma del corazón y  doña Antonia, de alrededor de 80 años,  hipertensa.

Tampoco les importó ni a los inquilinos ni a la propietaria que renta el inmueble la situación de dos menores discapacitados, una con síndrome de Down, y la más pequeña con glaucoma congénito, a quienes los ruidos altos les causan trastornos e insomnio. No solo la música a alto volumen sino los altavoces de comerciantes que se anuncian con altoparlantes y los cohetes de fin de año.

Una desgracia vivir este tipo de circunstancias, donde los pacíficos vecinos ni siquiera a puerta cerrada de las recámaras últimas evitan el ruido y el insomnio, por la sencilla razón de que los fiesteros, sin ninguna consideración,  sacan las enormes bocinas bocinas del departamento que habitan dirigidas a los que viven enfrente al grado de que hasta los vidrios de las ventanas retumban.

Pareciera que ni a las autoridades municipales, ni de salud les preocupan los daños que causan a un gran número de pobladores. La música infernal puesta a altos volúmenes parece ser  una costumbre muy arraigada entre un sector de los habitantes de la ciudad de todas las clases y en todas partes.

Otro ejemplo son los comerciantes del centro de la ciudad, que creen que colocando bocinas afuera de sus negocios van a vender más con música a volúmenes estruendosos, o los jóvenes que no se conforman con escuchar la música que les gusta colocando audífonos en sus oídos sino que pretenden imponer sus gustos musicales a quienes los rodea subiendo al máximo el ruido de sus aparatos.

Acaso nunca han pensado que perjudican la salud de miles de personas, enfermas; o no, o no se han dado cuenta que pueden provocar la pérdida de sus capacidades auditivas, muchas veces en adultos y menores, poco a poco, por exponerse continuamente a un nivel alto de decibeles.  

De los daños a la salud –y no sólo a la convivencia- que provocan los ruidos excesivos- comentaremos en otra entrega.