Itinerarios : El que se hinca donde se hinca el pueblo

pero que como decía Ignacio Ramírez, El Nigromante, “se hinca donde se hinca el pueblo”. El mismo pueblo

Dijeron que era un peligro para México, que sería otro Chávez, que la economía y el peso se irían a pique, que suprimiría las libertades y derechos democráticos, que su siniestra intención era perpetuarse en la Presidencia, que la revocación de mandato era solo una maniobra para asegurar su reelección. 

Ahora afirman que, en la sucesión presidencial, se reserva como lo hicieron en el pasado los presidentes priistas y panistas, el papel de gran elector y que, sin duda —según ellos— seguirá siendo a partir de 2024 el poder tras el trono y viviremos, en el caso de ganar Morena la Presidencia, otro “maximato”. 

Juzgan los opositores, la mayoría de los intelectuales orgánicos y los más influyentes líderes de opinión a Andrés Manuel López Obrador con los mismos criterios establecidos, en 2006, por los estrategas que diseñaron las campañas de propaganda negra en su contra. 

El prejuicio, el odio, la soberbia y la ignorancia les han hecho creer, como si fueran dogmas de fe, sus propias mentiras. 

La guerra psicológica que, según los expertos, tiene como propósito confundir al enemigo puede, sin embargo, causar grandes estragos en las filas propias. Terminan muchas veces, quienes lanzan esas ofensivas propagandísticas, creyéndose, a pie juntillas, las mismas falacias con las que tratan de caricaturizar, de desprestigiar, de destruir a sus enemigos. 

Esto le sucede a la derecha conservadora en México. Diseñada, al inicio de la guerra fría, según la matriz establecida por la Central de Inteligencia Norteamericana para sembrar el miedo y esparcir el odio en la sociedad, hoy su propaganda negra los contagia solo a ellos. Por eso las fallas tempranas de su nueva invención, del más reciente de sus disfraces, que no es ni tan frente ni tan amplio. 

Empeñados en caricaturizar a López Obrador más que en comprenderlo le cuelgan etiquetas como la de populista mientras que, a las impostergables acciones de justicia social, las degradan sistemáticamente al considerarlas solo limosnas o programas clientelares. 

Atascados en el pasado se rehúsan a ver cómo, desde la victoria de López Obrador en 2018, el futuro, lo inconcebible, cobra vida en nuestro país e insisten, para deslegitimar a esta inédita insurrección cívica, en que se vive solo una reedición de los tiempos de Luis Echeverría o José López Portillo. 

Acostumbrada a comulgar con ruedas de molino solo hacia atrás mira la oposición. Como la rabia, la soberbia y los privilegios perdidos nublan su mirada, los integrantes de la élite económica, religiosa y mediática idealizan ese mismo pasado al que pretenden devolvernos mientras dan rienda suelta a sus fobias. 

De un país dividido, polarizado, hablan empresarios, opositores, intelectuales y líderes de opinión como si México estuviera partido en dos mitades y solo a la ignorancia y a la estupidez del populacho o a las malas artes de López Obrador y no a sus propios excesos y errores, atribuyen que las mayorías les den la espalda. 

Incapaces de reconocer que su peso real en la vida pública ha disminuido sustancialmente como resultado de la conciencia creciente de la población, se siguen creyendo los dueños del país y como tales pretendan disponer a su antojo de instituciones como el INE o la Suprema Corte de Justicia. 

Imposible les resulta, infectados como están de ese rancio y anacrónico anticomunismo, descifrar y vencer a un Presidente al que odian y desprecian, pero que como decía Ignacio Ramírez, El Nigromante, “se hinca donde se hinca el pueblo”. El mismo pueblo —cuya existencia se rehúsan a admitir— que el próximo sábado acudirá al Zócalo a festejar 5 años de victoria.