Aposentos de la memoria

Esta conmemoración nacional recuerda el natalicio de la escritora novohispana Sor Juana Inés de la Cruz


En México, cada 12 de noviembre es una jornada de fiesta para enaltecer el valor del que es considerado verdugo de la ignorancia, extensión de la memoria, acicate del pensamiento, fuente inagotable de sabiduría: el libro.

Esta conmemoración nacional recuerda el natalicio de la escritora novohispana Sor Juana Inés de la Cruz, pero también es ocasión propicia para renovar la aspiración de conseguir que las personas hagan de la lectura una experiencia frecuente en sus vidas.

En "Elogio de la fragilidad" (2020), el escritor español Gustavo Martín Garzo hace una selección de textos breves acerca de las obras y los creadores que le han fascinado. Leer un libro —dice el autor— es caer, como Alicia, por el hueco de un árbol y aprender a amar las preguntas antes de estar en disposición de contestarlas. Puntualiza que "a los libros se llega como a las islas mágicas de los cuentos, no porque alguien nos lleve de la mano, sino simplemente porque nos salen al paso. Eso es leer, llegar inesperadamente a un lugar nuevo. Un lugar que, como una isla perdida, no sabíamos que pudiera existir, y en el que tampoco podemos prever lo que nos aguarda. Un lugar en el que debemos entrar en silencio, con los ojos muy abiertos, como suelen hacer los niños cuando se adentran en una casa abandonada".

En torno al Día del Libro suelen organizarse diversas actividades culturales y académicas: mesas redondas, conferencias, talleres infantiles, cuentacuentos, conciertos, lecturas públicas, entre otras. En todas, el propósito común es rendir homenaje al sorprendente artefacto que pervive más allá de las tecnologías de punta, porque tiene la virtud de resistir el ataque, crecer y cautivarnos. Sus momios están más que probados.

Por los libros vemos a Platón reclamar en su "República" el acceso de las mujeres a las tareas del gobierno, al suscribir que "la naturaleza de la mujer es tan propia para la guarda de un Estado como la del hombre"; podemos saber que Marco Fabio Quintiliano, educador comprometido con los problemas sociales de la enseñanza, se opuso a los correctivos humillantes en la escuela y afirmó que el deseo de aprender depende solo de la voluntad.

Por los libros es posible anclar en nuestro recuerdo la travesía de retorno al hogar del héroe homérico Ulises, junto con los seres que pueblan el maravilloso poema titulado "Odisea", al que Jorge Luis Borges calificó como casi infinito, porque, según afirmaba, en él "algo hay distinto cada vez que lo abrimos".

Por los libros podemos viajar al centro de la tierra, guiados por Julio Verne; llegar hasta la espesa arboleda para deleitarnos con los cuentos de la variada fauna selvática que nos regala Horacio Quiroga, o abrir el cofre del tesoro que yace en la isla descrita con maestría por Robert Stevenson. 

Por los libros podemos disfrutar "Las mil y una noches", decimonónica obra que nos revela el poder salvífico de la literatura, cuando nos topamos con la pericia, prudencia y astucia de Sherezade, quien guardaba en su memoria relatos de poetas, de reyes y de sabios que, al narrarlos ante el despótico rey Shahriar, le permitieron poner a salvo su vida.

 

Por los libros saboreamos la frutal poesía de Carlos Pellicer, idólatra de la vida, la naturaleza y el color; repasamos la tradición cultural de México acompañados de Laura Díaz, a lo largo del memorioso recorrido del siglo XX contado por Carlos Fuentes.

Los libros han sido, sin duda, rayo de luz que alienta, incluso en la noche oscura del alma. En la Alejandría antigua coexistieron, allá por el siglo III a.C., la más prestigiosa de las bibliotecas y un faro que fue considerado maravilla del mundo. ¡Qué binomio tan simbólico!: ambos —biblioteca y faro— fueron luz para no perderse en el camino. Lamentablemente, el tiempo o la barbarie arrasaron con ellos.

Ahora que volvemos a celebrar la presencia de los libros, pese a los embates de una modernidad que trata de instituir la supremacía de la imagen, debemos implorar que nunca dejen de ser el faro que ilumine nuestras vidas, sobre todo en tiempos convulsos.

A manera de exhorto, me adhiero a la sentencia que vaticina el porvenir en ese portento de obra que es "Manifiesto por la lectura", de Irene Vallejo: "...La lectura seguirá cuidándonos si cuidamos de ella. No puede desaparecer lo que nos salva. Los libros nos recuerdan, serenos y siempre dispuestos a desplegarse ante nuestros ojos, que la salud de las palabras enraíza en las editoriales, en las librerías, en los círculos de lecturas compartidas, en las bibliotecas, en las escuelas. Es allí donde imaginamos el futuro que nos une".