14/09/2022
Recuerda José Woldenberg que en sus épocas de estudiante se gritaba en las asambleas
Recuerda José Woldenberg que en sus épocas de estudiante se gritaba en las asambleas: “Aquí se respetan todas las opiniones”.
Su maestro Henrique González Casanova corregía: “Lo que hay que respetar no son las opiniones, sino las personas. Las opiniones no son respetables, las personas sí”.
La pluralidad es por definición diferencia. No puede existir sin debate. Respetar todas las opiniones es una manera de pasar por alto la diversidad, de callar las diferencias.
Pero debatir no es descalificar. El mecanismo dominante de nuestra discusión pública es no respetar a la persona. No discutir lo que se dice, sino juzgar al que habla.
Creo que si algún síntoma grave hay en la democracia mexicana es la manera como nuestra diversidad se expresa atacando personas, no discutiendo ideas.
La consecuencia de este procedimiento es una pluralidad que ahonda sus diferencias en lugar de negociarlas, que vuelve irreconciliable lo que se podría conciliar.
Todos hablan, pocos oyen y la mayoría sólo grita o insulta. Nuestras discusiones terminan muy rápido en ataques personales. Una votación dividida en el Congreso hace que el Presidente y sus legisladores llamen a los otros “traidores a la patria”.
En su novela “El desencanto”, Woldenberg hace decir al personaje central: “Al parecer estamos condenados a seguir alimentando la dinámica de los enfrentamientos desgastantes. La culpa siempre es de los otros y somos incapaces de ponernos en sus zapatos para intentar generar una solución conjunta. Como escribió Primo Levi, a veces parecemos más sedientos de la ruina ajena que del triunfo propio”. (Cal y Arena, 2009, p. 209)
Este mecanismo corruptor de la discusión pública está lejos de ser sólo un problema de modales. Es un síntoma, como dije antes, del mal mayor que lo produce: la ausencia de tolerancia, la pasión sectaria, la incapacidad de abrir espacios de discusión y solución de los conflictos.
Llegados al punto en que estamos, la pluralidad deja de ser riqueza, se torna división, insulto, griterío.
La democracia deja de servir para lo que sirve, que es incluir la diversidad, y produce exclusiones, se come a sí misma con sus libertades, pone los cimientos de su propia destrucción.
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