De la noche triste a la mañana alegre del triunfo

Una noche triste, pues, para los invasores, pero de gloria para nuestros antepasados mexicas

Y aquella noche, el mastín de las Hibueras mordió el fango de Popotla. Hincado al pie del viejo ahuehuete, Hernán Cortés lloró su noche triste de la derrota, mientras Cuitláhuac cantaba su  himno a la alegría del triunfo, al despuntar el alba entre el 30 de junio y el 1 julio de  aquel 1520.

La superioridad bélica, armaduras, cañones y fusiles, frente a escudos de algodón y flechas, unida a la táctica de sembrar el terror, se impusieron finalmente. Tras la masacre  y el exterminio de Centla, siguió la celada y la sanguinaria masacre de Cholula, en que el historiador oficial de Cortés Francisco López de Gómara habla  de 6.000 muertos.

Con su ejército consiguió  ser alojado en el centro de la ciudad de Cholula, aquel 14 de octubre de 1519, día 8-buitre, año 1-caña, mientras miles de aliados traxcaltecas y totonacas acampaban en sus afueras.

Y aquel 19 de octubre, logró reunir,  desarmados,  como en un coso taurino, a gobernantes, nobles y dirigentes a los que masacraron, e hizo entrar a sus aliados que lo ayudaron en la macabra obra de violar y matar civiles, para finalmente hacer una hoguera en la base del Templo de Quetzalcóatl, quemando vivos a los sacerdotes y guerreros que lo defendían.

Y con esta historia de terror, se presentó ante el timorato Moctezuma, que lo alojó en el Palacio de Azayácatl, que se ubicaba en lo que hoy es el Monte de Piedad, mientras el Palacio de Moctezuma se ubicaba  donde hoy está el Palacio Nacional. Y con engaños, tomaron prisionero a  Moctezuma  al que asesinaron después.

El 22 de mayo de 1520, la clase gobernante, dirigentes y capitanes guerreros, celebraban desarmados en el Templo Mayor el festival religioso del mes Toscatl, y Pedro de Alvarado vió la oportunidad de descabezar el imperio y ordenó la Masacre del Templo Mayor, que se agregó a la población que ya comenzaba a diezmarse por las enfermedades traídas por los españoles.

Y en ese contexto surge la figura del Gran Mariscal Cuitláhuac ,  que lidera la población, toma el mando, e infringe, a pesar de la inferioridad de armamento, aquella memorable derrota al grito de "no son dioses, mueren igual que nosotros".

Francisco López de Gómara, el historiador oficial por relatos del mismo Cortés, habla de que en aquella trágica jornada para los españoles, que no para los mexicas, murieron 450 españoles, 4,000 aliados tlaxcaltecas y perdieron 6 caballos. Pero lograron llegar a Tlaxcala y reponerse, mientras la población  de la ciudad de México  decrecía aceleradamente por las enfermedades y el mismo Cuitláhuac moría víctima de la viruela, traída por los invasores.

Una noche triste, pues, para los invasores, pero de gloria para nuestros antepasados mexicas, encabezados por el inmortal Cuitláhuac.