Conciencia social
“¿No nos hemos equivocado?”, preguntó con sincera preocupación: “Tenemos ahora mejores leyes
“¿No nos hemos equivocado?”, preguntó con sincera preocupación: “Tenemos ahora mejores leyes, pero ¿no deberíamos haber cambiado primero la conciencia social?”.
La reflexión surgió en medio de un curso que impartíamos sobre los avances legales para atender y sancionar la violencia política contra las mujeres en razón de género.
¿Cambiar primero la conciencia social? Le di vuelta varios días al asunto. ¿Qué es la conciencia social? Tras leer algunos documentos que me encontré en línea, entendí que alude a la conciencia que adquiere un ser humano de que vive en un grupo social; es decir, toma conciencia de que hay otros seres en su entorno y se pregunta cómo las condiciones favorecen o perjudican a otras personas. La conciencia social implica entender las necesidades de otras personas y supone una motivación para la acción en apoyo de quienes lo necesitan.
Entonces —pensé—, no nos hemos equivocado en nada porque a lo largo de la historia, en diferentes momentos, han sido mujeres las que, tras adquirir conciencia social, se organizaron para cambiar las condiciones que les perjudicaban por nacer mujeres. Y, sin duda, las leyes han representado enormes avances.
Pensemos, por ejemplo, que sin reformas legales, estaría permitido vender a una mujer, violarla dentro del matrimonio, golpearla fuera o dentro de su hogar. Sin las reformas legales, las mujeres no podríamos votar, postularnos para un cargo de elección popular, divorciarnos, administrar nuestras propiedades; es más, ni siquiera tendríamos derecho a tener propiedades.
Pero una cosa es el cambio legal y otra el cambio real. Y creo que, en parte, a eso aludía la reflexión de la asistente al curso. Las reformas legales solo son una parte de los cambios indispensables que hay que llevar a cabo para que las mujeres gocen de todos sus derechos como humanas; pero es una parte vital: sin los cambios legales, nuestras condiciones serían medievales y no tendríamos posibilidades de exigir nada.
Ahora bien, esto se queda a medias si la reforma legal no se traduce en cambio real. Y para que se traduzca, es cierto, que esa conciencia social debe ser generalizada. Es decir, la violación a los derechos de las mujeres debería verse como un agravio social y no —como sucede ahora— como un problema de mujeres.
En mi opinión, ahí está el meollo del asunto: porque no se asume que las mujeres somos tan humanas como los humanos y que, por tanto, tenemos derecho a todos los derechos, sin “peros”. Ni tampoco se asume que lo que les pasa a las mujeres le pasa a la sociedad. Es simple lógica matemática: somos más de la mitad de la población, así que lo que nos afecta de manera generalizada afecta a todo el conjunto social.
¿Nos hemos equivocado por avanzar más en el cambio legal y no en el real? Yo creo que avanzamos donde podemos, tanto como podemos. La toma de conciencia comenzó con nosotras y hemos hecho los cambios que hemos podido, que no son pocos.
Lo que tengo clarísimo es que si las mujeres nos hubiéramos esperado a que cambiara la conciencia social de manera generalizada, seguiríamos como en la Edad Media.