Cecilia y el Feminicidio

Sin embargo, es poco lo que se conoce

El sábado 21, de manera por demás cobarde, Cecilia Monzón, conocida abogada, activista e influencer, fue acribillada por dos sicarios que la siguieron en motocicleta y le dispararon hasta ultimarla.  De inmediato, las redes sociales otorgaron virilidad al ataque y, en pocas horas, su ejecución se volvió asunto nacional.  Hasta el momento, las razones del asesinato han sido atribuidas a su gestión en favor de las causas de mujeres poblanas.  Sin embargo, es poco lo que se conoce; las autoridades no han informado sobre los avances de las investigaciones.   La visibilidad de Cecilia y el hecho de que una hermana suya, residente en Barcelona y poseedora de doble nacionalidad, promoviera el interés y la presión del gobierno  español para que el crimen reciba especial atención y se resuelva con exactitud y prontitud, han proyectado el caso en la agenda mediática, como pocas veces lo ha conseguido otro crimen de mujer poblana.  De nueva cuenta, el feminicidio se hace presente.  Varios asuntos merecen atención.

Uno.  Como todo tema que atrae la atención de la opinión pública, la violencia sistemática contra las mujeres adquiere relevancia desde parámetros ligados al sensacionalismo, con una temporalidad efímera, suscita proclamas y cuestionamientos para, finalmente, diluirse en la ola de nuevos sucesos que reproducirán el mismo patrón de opinión y correrán igual suerte: escasa, si no es que nula, efectividad en la esfera política para retornar, invariablemente,  a la invisibilidad y el silencio.  El problema, sin embargo, no es tanto la inefectividad de las voces públicas, cuanto la impermeabilidad del sistema político.  Lamentablemente, la infamia sufrida por Cecilia afectará a otras muchas mujeres y, al igual que las protestas, las promesas de poner alto a la impunidad y a la agresividad se harán escuchar de nuevo, a sabiendas de que, cumplido el ritual, el fenómeno se reproducirá progresivamente.

Dos. La inacción se mantiene porque los políticos han encontrado la manera idónea de interpretar los hechos sociales para evitar, por un lado, que les hagan daño y, por otro, tener que enfrentarlos y comprometerse a buscar soluciones.  A la complejidad hay que simplificarla.  Es el método empleado; y ha resultado productivo.  En un mundo en el que quien maneje ideas simples, convincentes, y con la velocidad adecuada para alcanzar la viralidad será quien consiga definir la situación, no hay mejor técnica política que mantenerse en campaña.  El futuro paradisíaco es la promesa, alcanzable por deseable, aunque inalcanzable desde que se le desvirtúa desde el discurso.  Así, no importa que el número de homicidios contra las mujeres con raíces en el odio se haya incrementado en los últimos años, la discusión política se ocupa de insistir que los homicidios dolosos van a la baja.  Es decir, Cecilia ha sido víctima accidental de un futuro promisorio que está en construcción—de la cual sólo la fe de los creyentes es prueba y nada más—a pesar de su sufrimiento, de su muerte, del dolor de sus familiares, del llanto de su huérfano.  No es que haya que ignorarlos. Es que debemos entenderlos como costos a pagar para alcanzar ese futuro sin violencia que anhelamos.

Tres. La inacción es resultado también de que la política de campaña termina por convencer a sus propios autores.  Los políticos terminan por creer las verdades y los mundos construidos con la emoción, con el deseo, con el discurso.  La capacidad analítica y crítica queda, así, anulada.  Los políticos sólo escuchan sus palabras y dan por hecho los hologramas que de ellas surgen. Eliminan la curiosidad, el deseo por conocer más allá de las verdades que los han esclavizado.  Por eso no se atreven a mirar a su alrededor. No se atreven a mirar entornos diferentes, no se atreven a preguntar.  Porque si tuvieran el arrojo de retarse a ellos mismos, tendrían que indagar casos en los que la violencia contra las mujeres tiene dimensiones de menor intensidad.  ¿Qué ha ocurrido, por ejemplo, en el Estado de México donde la tasa de defunciones femeninas con presunción de homicidio fue la décima quinta en 2019, por debajo de la media nacional, luego de haberse ubicado entre las cinco primeras desde 1985 hasta 2008, cuando empezó a decrecer significativamente? ¿Cómo explicar que Yucatán ha estado, desde 1985, cuando se hizo el primer registro nacional, hasta la fecha entre las dos últimas posiciones?  ¿Cómo explicar, además, Aguascalientes? Tendrían también que preguntarse por qué Puebla ha mantenido en el período un comportamiento mediocre. ¿Por qué Tabasco presenta un patrón de irregularidades en apariencia inentendible? ¿No valdría la pena analizar las políticas públicas de esos lugares a lo largo del tiempo? ¿No se extraerían conocimientos que permitirían enfrentar el fenómeno desde otra perspectiva?

Cuatro.  Cecilia fue ejecutada por asesinos pagados.  No sé si sea un hecho inédito en Puebla, pero sí es extraordinario.  La mayoría de las mujeres en México son asesinadas por sus parejas o ex concubinos.  En el asesinato de Cecilia hay autores materiales e intelectuales.  Esto es, en Puebla tenemos cada vez más la presencia de gatilleros a sueldo. Y en este caso, alguien a quien Cecilia y su quehacer le provocaban serios problemas.  Esto es grave.  El ambiente está cada vez más descompuesto.  Y al mismo tiempo, es también evidente que a muchos hombres les parece inaceptable que las mujeres ganen presencia en la vida social.  Es claro que no basta con generar discursos que empoderen a las mujeres.  Hacen falta discursos y prácticas acerca de nuevas masculinidades.  Para que el empoderamiento de las mujeres sea pleno, los hombres, nuestras mentalidades, nuestros desempeños, nuestras formas de percibir, entender y actuar sobre el mundo deben modificarse radicalmente. De inmediato.