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Falló el huipil; entró Calderón


Están tan desesperados que le entregaron la conducción estratégica de la campaña presidencial de Xóchitl Gálvez a un hombre que debería estar en la cárcel.

Atrás quedó el discurso "progre buena ondita", la leyenda de la mujer de izquierda, de la candidata sin partido, que estaba a favor de los programas sociales de Andrés Manuel López Obrador.

Poco les duró la ilusión de repetir el "fenómeno Fox".

No buscan ya "empatar" con el pueblo al que creen, desde su racismo, solo se le atrae con engaños, chistes y leperadas.

Se decidieron por el miedo; buscan, así como hace el crimen organizado, amedrentar a la gente para someterla.

Su apuesta, más que la victoria que saben imposible es —como la del narco— imponer en el país un clima de desconcierto y zozobra que les permita seguir medrando y acumular la fuerza suficiente para poner en entredicho la elección.

Optaron, en consecuencia, por otra cara de la misma moneda del miedo; por el odio. Necesitan que, las y los suyos, sientan una insaciable y creciente sed de venganza.

Quieren que esa minoría que les apoya crea ciegamente que las elecciones, más que una contienda democrática y pacífica, son una guerra santa, una cruzada. Nada que no sea una victoria aplastante sobre los "morenacos" debe a sus adeptos parecerle aceptable.

Este 2024 es preciso, a cualquier costo, perpetrar una especie de "limpieza étnica" y por eso Xóchitl debe tener la guía y seguir el ejemplo de Felipe Calderón al que "no le tiembla la mano".

Al fuego pretenden, de nuevo, apagar con gasolina.

La inseguridad, que ellos mismos incrementaron exponencialmente, es ahora el eje de su campaña y la aplicación de la "fuerza" —es decir la reactivación de la sangrienta guerra contra el narco— su única propuesta de gobierno.

A distancia, porque no pisa el continente americano, Calderón, cuyo equipo ya rodea a Xóchitl, es quien en realidad mueve los hilos; la candidata, que ha endurecido su discurso, de él pretende ser una réplica.

Y mientras ella continúa, pese al cambio de disfraz, hilvanando gazapos y tropiezos, comienzan Calderón y los suyos a desplegar el arsenal de trucos sucios que emplearon en 2006.

A los aciagos días del "haiga sido como haiga sido" pretenden llevar de nuevo a México.

El que tuviera sentado a su diestra, todo su sexenio a Genaro García Luna.

El que nunca ha explicado a la nación el carácter de su relación con ese criminal.

El mismo que enarbolaba una bandera manchada con la sangre de otros. El que jamás corrió ningún riesgo ni pisó el frente de guerra.

El nuevo ideólogo de la campaña presidencial de la derecha ha tomado las armas en las redes y desde las mismas instiga a otros a disparar balas reales.

Como uno más de esos viles sicarios virtuales de la guerra sucia electoral que reproducen noticias falsas, esparcen rumores, mienten descaradamente e intentan que el caos y la incertidumbre se instauren entre nosotros, actúa Felipe Calderón.

Un día profetiza una catástrofe nuclear. Al otro inventa una masacre. Ahora sale, utilizando los datos de una encuestadora ligada al PAN y conocida por su falta de rigor técnico y de ética profesional, con que "la carrera presidencial se ha cerrado" y Xóchitl está a solo 6 puntos de distancia de Claudia Sheinbaum.

Dirán unos —habida cuenta de lo que dicen todas las encuestadoras serias de este país— que Calderón delira, otros que ha enloquecido.

Yo, con este hombre al que no he de soltar hasta que lo agarren y pague por sus crímenes soy menos indulgente y considero que, como en 2006, prepara —aunque eso sea totalmente inviable— el terreno para otro fraude electoral.


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