Toma la vida con calma y alegría (I)
TOMA LA VIDA con calma y alegría. De todas maneras no vas a salir vivo de ella
TOMA LA VIDA con calma y alegría. De todas maneras no vas a salir vivo de ella. Es inevitable lo que viene. Sea en un año. Cinco. Diez. Veinte. Se cumple un ciclo. Dicen que había un letrero en la sala de espera de un doctor que decía: "El único requisito para morir, es estar vivo". Ingenioso, real, aunque letal. Lo mismo se puede decir del requisito para divorciarse, es estar casado, en lo que se refiere a condición civil.
YO SÉ QUE HAY estrés, ansiedad, desesperación. Solo que analiza: todo ello se deriva por preocupaciones que esencialmente no puedes resolver porque no dependen de ti. Así de simple. Así que revisa todo lo que te acontece y provoca esa desesperación. Y empieza a resolver solo lo que depende de ti. Lo que no, pues no. Y que el mundo gire. Que lo mismo seguirá girando cuando ya no estés.
AQUELLA TARDE de Navidad, mi madre tenía una mirada que no supe o pude interpretar. No sé si era de pesadumbre, de languidez. Estaba sentada en la sala escuchando el barullo de sus hijas y nietos. Unos corriendo. Ellas platicando de esto y de lo otro. Ella volteaba a ver el movimiento que hacían. Ponía atención a lo que se decía. Y su mirada parecía decir algo. No, no parecía. Decía algo, como una despedida. Pero no lo supimos, hasta que se fue, horas después. Era Navidad.
LA MUERTE NO PONE como requisito la edad. Por eso se dice que es tan democrática. Ni si es pobre o rica la persona. No hay distingos ni preferencia. Ni aceptación a ruegos, de "déjame otro año más, otros meses, cuando menos, para arreglar algunas cosas, alcanzar a despedirme bien". Nada de eso. Se lleva al Papa, a su Majestad, al artista o deportista famoso, al viejo, al infante, al malandro, al santo, al hipócrita, al poeta con o sin dinero. Etc. ¿Para qué seguir? Todo está tan claro, como el agua del río.
"NO HABLES DE la muerte", me dicen, amigos, amigas. "Se mira mal tu texto. Parecieras ave negra, presagiadora de tempestades". Precisamente lo hago en la conciencia de que a esto vinimos. A vivir la vida. A sorber con fruición la última gota de vida. A disfrutarla sin hacer el mal a nadie. Y sonreír sin medida, a amar, en gran magnitud, a volar en ideas, a perseguir utopías como liebres correlonas, a las que nunca de los nunca alcanzaremos. Pero conscientes de ello, no por eso dejar de perseguirlas (utopías). Si eso es lo que le da sentido humano a la existencia en dos pies.
HACE UNOS CUARENTA años veía yo a una señora de cabello blanco, no tan grande de edad, caminar por el malecón de Villahermosa. Fuera el mes que fuera. Sea con fresco, lluvia o calor. Caminaba lento, de pronto apuraba el paso, pero no por prisa, sino una especie de danza, brincando y avanzando, alzaba las manos mirando al cielo, como un canto a la vida y a la naturaleza. No supe su nombre. Nunca lo pregunté. Nunca dispuse de curiosidad para ello. Por cierto, llegaba a los eventos culturales. Sentada, ponía atención al cien. Y, beatífica, sonreía. No hablaba con nadie. De allí salía como todos, al destino de todos, quizá la soledad, quizá la familia, quizá a un cuarto miserable, o medio acomodado. No lo sé. Así por varios años hasta que nunca más la volví a ver. (Primera parte)