Agenda Ciudadana
Fentanilo: Debate y Consumo
La guerra de declaraciones entre Estados Unidos y México, respecto del fentanilo, sube de tono día tras día y ha dado pie a un intercambio de descalificaciones y a la exacerbación de elementos ideológicos que impiden visualizar los problemas de fondo.
El negocio del fentanilo—si no es abordado con la debida atención—podría, por un lado, proyectar aún más el poder del crimen organizado y convertir en una pesadilla la relación bilateral con los Estados Unidos y, por otro, propiciar un muy serio problema de salud para nuestro país.
El fentanilo, opioide cincuenta veces más fuerte que la heroína y cien veces más poderoso que la morfina, produce exorbitantes ganancias. Elaborar un kilo cuesta mil dólares y arroja una ganancia de un millón y medio. Además, a diferencia de los opioides traficados en los noventa, las bandas criminales no necesitan robar la droga a las instituciones que la usan legalmente; pueden producirla. Mientras en 2021, sólo 4.6 kilos fueron consumidos medicinalmente, 1850 fueron incautados. De ahí que la propuesta del presidente de prohibir su uso medicinal carezca de sentido.
Los cárteles mexicanos se convirtieron en los principales proveedores del opioide para los Estados Unidos, a partir de 2019, debido a acuerdos arancelarios entre este país y China. La actual confrontación entre Estados Unidos y México provocará, probablemente, una vigilancia norteamericana más estricta y, tambiénn, una reducción de suministros. Consecuentemente, el consumo de la droga en México se incrementará. Eso sucedió con la cocaína: dejó de ser droga de paso y exportación y se convirtió en droga de consumo doméstico. Una verdadera crisis de salud pública podría estar a la puerta.
Según la Comisión Nacional contra las Adicciones, entre 2013 y 2018 sólo se atendieron 24 demandas de servicios médicos por uso de fentanilo; en 2019 se presentaron 25 solicitudes, 150 por ciento más que en los seis años anteriores juntos. Para 2020, el número de casos se elevó a 72 y en 2021 a 184. Según el Observatorio de Salud Mental y Consumo de Drogas, en 2020 se registraron 26 fallecimientos por el consumo del opioide; sin embargo, un grupo de estudio de la UNAM señala que sus cálculos permiten fijar en cerca de 1,200 el número de muertes anuales en México por sobredosis.
En 2020, según la doctora Fleiz Bautista, la mayoría de los usuarios de fentanilo eran consumidores de la frontera norte en situación de vulnerabilidad que la ingerían involuntariamente; sus proveedores lo mezclaban con otras drogas. En cambio, en 2022, el fentanilo fue consumido voluntariamente por jóvenes no vulnerables. El consumo de fentanilo debería empezar a preocuparnos. Sobre todo, porque las encuestas nacionales de consumo de drogas muestran que la población mexicana recurre a ellas de manera creciente. En 2008, el 5.7 por ciento de los encuestados respondió haber consumido alguna vez cualquier droga ilegal. Para 2016, ese porcentaje se elevó hasta 10.3 por ciento. Y aunque los hombres reconocen haber consumido más que las mujeres, la tasa de mujeres consumidoras presenta una tasa más dinámica que la de ellos. En 2011, los hombres declararon haber probado alguna droga por primera vez a los 18.2 años en promedio y las mujeres a los 20.1 años. Para 2016, esas edades se redujeron a 17.7 y 18.5, respectivamente. Interesantemente, en la encuesta 2016-2017 el fentanilo no fue incluido en el cuestionario, dada su irrelevancia. Lamentablemente, la encuesta que debió replicarse en 2022 (se había venido realizando cada 5 años desde el 2006) fue cancelada porque la austeridad republicana impidió su programación y realización; no hay planes de corto plazo para llevarla a cabo nuevamente. Queda claro que la probabilidad de que el consumo de fentanilo se incremente en el corto plazo es alta, así como también de que cause estragos en la población.
Expertos en el tema señalan que será muy complicado detener los efectos letales del consumo de fentanilo por varias razones. La primera: no hay programas suficientes en México de reducción de daños y no hay tratamientos de calidad voluntarios; los que hay, no garantizan el respeto de los derechos humanos de los pacientes. Otra: los presupuestos decrecientes en materia de salud no permiten augurar que se pensará en crear centros de atención para adictos. Una más: no hay acceso suficiente a naloxona, la droga que permite recuperar a las víctimas de sobredosis, además de que es una droga de uso restringido.
Más allá de dimes y diretes, el fentanilo debe ser materia de seria preocupación.