Un alma tierna y embravecida; recordando a la escritora Julieta Campos
Fragmento de emotivo escrito de Sealtiel Alatriste
- El 5 de septiembre de 2007 murió, víctima de un cáncer pulmonar, la escritora Julieta Campos en su casa de San Ángel, en la Ciudad de México. Don Enrique González Pedrero, fallecido un 6 de septiembre de 2021, la recordaba con cariño y respeto; decía que encontrarse a Julieta fue lo mejor que le pasó en la vida.
A un año de su muerte, en 2008, un grupo de amigos y colegas publicaron una serie de textos bajo el título de “Una pasión compartida” (FCE), del cual reproducimos un fragmento del emotivo escrito de Sealtiel Alatriste para recordar a quien tanto dio a Tabasco y a México de su talento y sentimiento.
LA MIRADA EN EL ESPEJO
La madrugada del cinco de septiembre murió Julieta Campos como personaje de una de sus novelas, quizá lo había sido a lo largo de su vida, y nosotros, que la rodeábamos esperando el desenlace final, no lo comprendimos. En algún momento tuve la impresión de que la temporada de huracanes estaba al tanto del avance inclemente del cáncer en sus pulmones, pues dos días antes de que falleciera irrumpió con la fuerza de una tormenta tropical por una ventana e inundó el cuarto de visitas. Julieta debe haber escuchado el estruendo del viento desde su lecho, pudo haber sentido que el agua de lluvia empapaba el tapete que unos días antes había mandado cambiar. Era el mar inclemente que, desde miles de kilómetros, venía a despedirse de ella, o tal vez, ¿quién se atrevería a negarlo?, a llevarse con sigilo su alma embravecida por la agonía.
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Como lo ha contado su esposo, poco antes se había caído inesperadamente en la puerta de su cuarto. Con las pocas fuerzas que le quedaban en el cuerpo menguado por la enfermedad, se había levantado de la cama, y antes de cruzar la puerta se desvaneció. Esa noche le diría a Edna Rivera, una de las amigas que la acompañó durante las últimas semanas, que había vuelto la mirada para verse en un espejo pero no supo qué le pasó, perdió la conciencia, y al poco se encontraba en el suelo, doliéndose de una aguda punzada en la espalda. (...)
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Julieta Campos había nacido en La Habana en 1932, y le gustaba contar que de aquella época le había quedado grabado en la piel un aliento salitroso y la sensación de que era imposible saberse en tierra firme: de alguna manera, el Mar Caribe siempre se hacía presente en su memoria. Al principiar la década de los cincuenta se marchó a París como todos los latinoamericanos del mediodía del siglo que querían ser escritores. Ahí encontró a su compañero de toda la vida. “Conocí a mi mujer en la Casa de México en París”, recordó González Pedrero en el velorio, “era en verdad una mujer bellísima, deslumbrante”. Desde entonces estuvieron juntos, regresaron a México para no irse más, y fueron parte de la inteligentzia que dio forma al México que dejaba atrás a la Revolución Mexicana. (Sealtiel Alatriste).