"La escritura ha formado mi vida": Flor de Liz Pérez Morales
Descubrió que “El caballito de los siete colores”, pertenecía a la tradición oral del pueblo yokot’anob
Hija de comerciantes, Flor y sus hermanos se quedaban al cuidado de su abuela cuando sus padres partían a la ciudad en busca de mercancías. La abuela los metía a la hamaca y ahí, con el ric rac como fondo musical, les contaba cuentos y les cantaba nanas e himnos religiosos.
En los días de lluvias torrenciales, propias del trópico, Flor de Liz, sus hermanos y vecinos, salían de sus casas y disfrutaban de los chorros de agua golpeando, con frescura, sus cuerpos. “Me encantaba hacer barquitos de papel y echarlos al agua y perseguirlos hasta que, empapados, se hundían. Pero también me gustaba el béisbol. Sí, con pelotas de plástico y palos de escoba estaba presta para batear y sacarla del cuadro”, confiesa con sonrisa esplendente, la renombrada profesora, ejemplo de generaciones de reporteros que han sido sus alumnos.
Ya como estudiante universitaria, evoca, descubrió que “El caballito de los siete colores”, pertenecía a la tradición oral del pueblo yokot’anob. De hecho, se compró el libro para avivar sus nostalgias. Su descubrimiento no demeritó el tamaño de su abuelita pues, aunque no era la creadora de aquellas historias, perpetuaba la tradición oral de nuestro pueblo. Pero su madre también dejó una marca indeleble en ella. Disciplinada y lectora todas las tardes, después de las cuatro, la señora tomaba un descanso, se recostaba, leía un libro, un periódico, una revista o encendía la radio, y todos sus muchachitos iban a acomodarse a su lado, imitando lo que ella hacía.
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La otra influencia fue de su padre, un hombre serio, poco platicador que tenía una tienda a la que Flor asistía para ayudar en la atención a los clientes. “En los ratos libres yo me ponía a leer los periódicos que nos servían para envolver los productos. Eran periódicos atrasados los que leía. Esa era mi actividad. Mi primer contacto con el periodismo escrito fue desde mi infancia. Así pues, mi madre, mi padre y mi abuela me conforman y definen mucho de mi trayectoria profesional”, dice enfática.
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EL TABASCO PROFUNDO
Flor tuvo que hacer maletas cuando terminó la primaria y partió con rumbo a la cabecera municipal a estudiar a la secundaria federal. Ahí, el maestro de Ciencias Naturales, excelente en los terrenos de la Física, la fue arrastrando por los terrenos de las ciencias y deseó ser ingeniera. Empero, fue en la preparatoria, cuando Flor de Liz descubre el rumbo de su vocación, gracias a
un maestro que los invitaba a leer y escribir. Literatura o comunicación, se dijo, optando por la segunda. “Mi hermano ya estaba en la ciudad de México y le dije a mi mamá mis deseos de ir a estudiar allá. Como el departamento era muy pequeño mi papá compró un departamento para poder estar los dos, luego llegó mi hermana la más pequeña”. Así, Flor de Liz arribó a las aulas de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), donde encontró una exigencia de lectura teórica que ella enfrentó con gusto.
Acabada la carrera inició sus actividades profesionales en el ámbito reporteril, curiosamente, en una agrupación de ingenieros. Luego saltó a la televisión estatal (IMEVISIÓN) en trabajos de producción. La gran ciudad y sus problemas de contaminación fueron haciendo que Flor de Liz pensara en su regreso al trópico. Volvió, pero acostumbrada al sueldo decoroso en la televisión, allá en el altiplano, el choque con la precariedad salarial del trópico, la desilusionó y optó por incursionar en la prensa escrita con infames resultados salariales. Así llegó al Consejo Nacional de Fomento Educativo (CONAFE), en el área de comunicación social y relaciones públicas. “Ahí conocí todo el estado, sus comunidades, su gente; esa gente generosa y franca que te abre las puertas de su casa y con ellas las de su corazón. Gracias a CONAFE yo conocí, en términos de Bonfil Batalla, al Tabasco profundo. La gente de Tabasco tiene una belleza en su forma de ser y, aunque seamos de aquí, no deja de sorprendernos”, dice y para probar sus dichos cuenta que hace días, transitaba por la populosa colonia Asunción Castellanos y, sin darse cuenta, cayó en un socavón que puso a su automóvil llantas pa ́rriba. Aun no se recuperaba del susto cuando una turba de pochimovileros y trabajadores de overol, que por ahí circulaban, se acercaron a auxiliarla y en un santiamén la sacaron de aquel hoyo.
Un día, Flor de Liz, recibió la noticia que se abriría en la UJAT la carrera de Comunicación y que metiera sus papeles. “Lo hice poco convencida y fue después de un año, que me llamaron y así fue que me inicié en la senda de la docencia, con muy pocas horas, que se fueron incrementando con el tiempo”.
TRABAJAR EL TRIPLE
Hoy, con más de 30 años en la cátedra universitaria, la maestra Pérez Morales hace un recuento con saldos positivos, no sin antes enfatizar: “Eres buen comunicólogo si te gusta la lectura. Yo sufro cuando a un alumno no le gusta leer y tengo que trabajar el triple. ‘Por cada texto que leamos por lo menos dos líneas debemos de escribir’”, cita a Emilia Ferreiro, la aventajada alumna de Jean Piaget. Sin embargo, evoca complacida su experiencia con las y los jóvenes. “En los jóvenes hay un mundo desconocido, un mundo complejo que guarda soledades, silencios, orfandad, es decir, sufrimiento. En mis talleres yo los invito a observar, a descubrir su mundo y escribir sobre él. Y los resultados son sorprendentes. Porque cuando nosotros nos metemos al mundo de la escritura, nos metemos al mundo de la lectura. Enseñar esto es para mí muy interesante y me gusta mucho”.
Michel Foucault, Nietzsche, Alfonso Reyes, Borges, Julio Cortázar, Gioconda Belli, Laura Restrepo. De Vargas Llosa sólo La fiesta del Chivo, Eduardo Galeano, Mario Benedetti, entre otros, son sus autores favoritos, pero, además, son elementos didácticos que ella utiliza en su trabajo áulico.
Flor de Liz escribe teoría y narrativa, indistintamente, y rememora: “Cuando mi papá fallece yo tenía mucho dolor, mucha emocionalidad y decidí escribir, pero sabía que si escribía narrativa me iba a desbaratar, por ese mucho dolor que me habitaba, y entonces escribí un artículo teórico, fue una manera de atemperar el dolor, conducirlo por espacios que lo hicieran más tenue y creo que lo logré. Y es que a mí la escritura me da equilibrio, me da orden. La escritura ha formado mi vida de muchas maneras”, culmina.