Historias de salón: En ojos, distancias, pensiones
Otorgaron una Pensión Graciosa al valeroso almirante
I
“Mi papá no me reconoce, dice que no soy su hijo. Y, según dice la gente, yo soy quien más se parece a él. Su mamá, mi abuela, nunca quiso conocerme, pero ahora, alguien le dijo que soy bueno en matemáticas, y ya me mandó a decir que quiere que vaya a visitarla.
Pero a mí ya no me interesa”, dice un alumno a sus compañeros que lo rodean y escuchan atentos. Yo hago como que no escucho y finjo concentración en la revisión de los trabajos. Pero pienso: “!Ah, bendito conocimiento!, como doblegas las malas voluntades”.
II
Llamaron a mi alumno a la dirección, él es un niño alegre, tenía cinco años cuando sus padres se separaron, él y sus dos hermanos se quedaron con su papá. Su padre es participativo en asuntos de la escuela y se me hace raro el niño haya sido convocado.
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Cuando volvió le pregunté qué había pasado. “Vino mi mamá”, me dijo. Yo no pude evitar mi alegría. “¿Te dio gusto?”, pregunté. “No, sólo estaba muy nervioso”, dice con gesto de molesta indiferencia y añade: “ Mi padre se va a enojar, va a venir a reclamarle a usted”. “Acá lo esperaremos”, le dije.
III
A punto de salir, con el calor tropical encima, me ataca la sed. Una alumna de primera fila tiene aún lleno el termo de su “quebeber”. “Regálame”, le digo, acepta. Lleno mi vaso de un líquido rojizo que, me dice mi alumna generosa, es Tang de fresa.
Lo tomo y lo disfruto, me recuerda al Culeid de fresa que mi madre hacía y era una delicia, se lo digo. Ella, con sonrisa esplendente, asiente y me dice: “Mi abuela aún lo hace y sabe bien rico”. El timbre suena y, presurosos, se van a casa.
PENSIÓN GRACIOSA
- Cuentan que hace años, muchos años, un gobernador del trópico, listo para tomar su desayuno, recibió, como todos los días, la correspondencia que llegaba. Displicente el mandatario, mientras el ujier adscrito a la Quinta Grijalva acomodaba cubiertos y demás elementos en la mesa, revisaba los sobres. Se quedó con uno y pidió al ayudante que lo abriera. Su orden se cumplió de inmediato. Tomó la hoja y con curioso detenimiento leyó. Las carcajadas retumbaron por todos los rincones de la residencia oficial. Los cocineros, jardineros, choferes, guaruras, abandonaron sus quehaceres y corrieron a ver al gobernante. Momentos más tarde, su esposa e hijas, aún en pijamas, bajaron de sus habitaciones para ver qué sucedía con el jefe máximo. Cuando la risa lo dejó libre les explicó que no era nada, que volvieran a lo suyo. Desayunó contento y, por teléfono, ordenó a su secretario de gobierno citara a todo el gabinete para esa misma tarde.
Cuando la puerta del salón se abrió para dar paso al gobernador todos los funcionarios se pusieron de pie. Sólo se sentaron después de que éste, con ademán imperativo, los invitó a hacerlo. Sin protocolo alguno, el mandatario preguntó si alguien sabía quién era el Almirante Achirica.
Es un loco, sí, un loco al que los estudiantes del Instituto Juárez toman de burla, es solo un tonto, dijo el gabinete en pleno.
- El gobernante sonrió y sacó de la bolsa de su alba guayabera el sobre y con parsimonia sustrajo la carta que leyó en voz alta. La carta del Grande Almirante de la Real Marina Inglesa al Servicio del Almirantazgo Británico y de su Majestad Isabel II, pedía que sus servicios a la patria y al mundo debían ser recompensados. Pero la grandeza de este hombre, constructor de submarinos y misiles intercontinentales con alcance de 90 mil kilómetros y proyectiles con alas, estribaba en su humildad. El demandaba al gobierno en turno, no millonarios emolumentos, no.
- El almirante nomás solicitaba una plaza de maestro rural. Pero sabedor que por su edad ya no podría cumplir a cabalidad con la exigencia de la plaza en cuestión, de la manera más atenta requería que está plaza fuera de maestro rural jubilado. Terminada su lectura el jefe político del estado dijo a voz en cuello: ¡Agarren a su loquito!
Algunos aseguran que, como pago a su audacia e inteligencia, el mandatario otorgó una Pensión Graciosa al valeroso almirante. Otros, los más, aseveran que no hubo tal, que esas pensiones son para los alcahuetes y lambiscones. La verdad se la llevó el Grande Almirante a su tumba.