En memoria de Julieta campos; una artista con una dualidad contradictoria

Ex gobernador de Tabasco, Enrique González Pedrero, escribe en memoria de su esposa; la escritora Julieta Campos

Confieso que me cuesta trabajo escribir sobre Julieta como si tal cosa. Hablar de la escritora o de la intelectual inteligente hondamente interesada en los problemas de México, de Cuba, de América Latina, del mundo, como de alguien a quien uno percibe a través de sus libros, de sus artículos o de las opiniones de personas que la trataron o que la conocieron en distintas etapas de su vida. Y, por otro lado, después de haber convivido con ella desde la juventud, por más de cincuenta años, no puedo (no quiero) hablar del lado no público de nuestra vida, del lado personal que, sin embargo, es un aspecto medular en la vida de cualquier persona. Eso quedará para cuando llegue el momento, para el tiempo de las memorias. Ahora simplemente digo que es demasiado pronto todavía. 

En memoria de Julieta campos; una artista con una dualidad contradictoria

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Por otro lado, están demasiado cercanos los años en que Julieta luchó con todas sus fuerzas contra la enfermedad que, a fin de cuentas, nos ganó la partida. Fue de tal manera exhaustivo el esfuerzo que Julieta realizó, que yo siempre pensé que, como la primera vez en plena juventud, saldría adelante. ¡Merecía haber salido adelante! Todo esto me cuesta trabajo hacerlo a un lado para hablar de su obra literaria, de sus tareas sociales en Tabasco, donde se le recuerda con gratitud por el tiempo que dedicó intensamente, como lo hacía en todas sus tareas, en beneficio de la población más necesitada. Pero afortunadamente todo ello quedó plasmado en sus libros ¿Qué hacemos con los pobres?, Tabasco un jaguar despertado, Ix bolon y El lujo del sol. 

Y, a propósito de la Feria del Libro de Guadalajara, recuerdo algo que merece la pena traer a colación y que, como sin querer, me ha venido a la memoria. Allá, hacia mediados o fines de la década de los cincuenta del siglo pasado, Tito Monterroso invitó a cenar en su departamento, cercano al Fondo de Cultura Económica donde trabajábamos entonces, a Juan Rulfo, ¿Alí Chu- macero ? 

Después dela cena, y de algunas copas, Juan nos contó, a insistencia nuestra, escenas de una futura novela en la que trabajaba y que, no sin razón, lo entusiasmaba: La cordillera. Entre trago y trago, Juan fue relatándonos historias que contaban para matar el tiempo del trayecto, los arrieros que formaban parte de aquella “cordillera”. Lamento no haber tenido una grabadora para registrar los relatos mágicos de Rulfo que, a fin de cuentas, desafortunadamente, no sé por qué razón nunca dio a la imprenta. Estoy seguro de que Julieta recordaría, pues tenía una memoria prodigiosa, aquellas secuencias que Rulfo nos contó a la manera de sus fotografías. 

Era Julieta una artista con una dualidad contradictoria: dulzura, suavidad, ternura y tersura y, a la vez, carácter, voluntad, firmeza, disciplina y pasión. Esto explica su esfuerzo por enfrentar la realidad para modificarla, lo mismo desde la literatura, volviéndola arte, como desde la acción social, volviéndola política, en el mejor sentido del término. La obra es algo que se añade a la realidad—dice en Función de la novela—, pero de tal manera, con una intensidad tan definitiva, que produce la ilusión de desplazarla, de superarla, de existir con mayor realidad que la realidad misma. Algunos críticos pensaron, y ella misma lo creyó en un principio, que el tiempo dedicado al trabajo social era un lapso irrecuperable sustraído a la literatura. 

Pero Julieta no sólo no perdió la voz sino que la afirmó; su vocación reflexiva se enriqueció haciéndole compañía a su trabajo de ficción. Si como quiere el lugar común, el tiempo pone las cosas en su lugar —si no lo dejamos solo y cooperamos con él—esa distancia aquilatará el valor de una obra que fue realizada con amor y asiduidad. Tanto la novela como el ensayo tuvieron el respaldo, no sólo de sus vivencias y del trabajo realizado, sino de una conciencia lúcida de lo que otros, los que la antecedieron habían hecho antes, como delo que ella quería y tenía que hacer ahora... 

Hace unos días ordenando cajas de papeles viejos me topé de repente con un texto de abril de 1950, escrito en La Habana varios años antes de conocernos, que algo me recuerda lo que ocurriría más de medio siglo después: Y se fue tranquilo al río...la corriente se lo llevó sin prisa. 

(JULIETA CAMPOS. REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO, No. 47, enero 2008)



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