Hace poco más de cuatro décadas, siendo estudiante universitario en la Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP) Acatlán, por recomendación del coordinador del Programa Político, Licenciado Roberto Salcedo Aquino, tuve la fortuna de inscribirme en el Seminario Historia de las Ideas Políticas bajo la titularidad del maestro Enrique González Pedrero; nunca imaginé que aquella recomendación rebasaría la duración de un semestre universitario y que mi vida quedaría ligada a un vínculo que hoy trasciende la ausencia física del gran maestro. Del seminario, la expectativa era aprobar con buenas notas un curso que se antojaba complejo por la bibliografía, pero, sobre todo, por la personalidad del docente.
Lector de tiempo completo del pensamiento político, abordaba con exactitud a Sócrates y su aportación a la filosofía con el método mayéutico. A Platón y Aristóteles para establecer la relevancia de la vida comunitaria en esas estructuras sociales denominadas polis o el sentido y trascendencia del ágora como punto de reunión política, como instancia para la discusión de leyes y centro de gobierno.
Entendía a Nicolás Maquiavelo en la intrincada latitud de su pensamiento, para arribar a la summa del arte dello lo Stato y esa tríada que condensa a Maquiavelo y lo hace eterno y actual: virtú, fortuna, necesitá. Hobbes, Rousseau y Montesquieu completaban una línea de tiempo con el que construía el esquema final de las ideas políticas que dan sentido al Estado, a la política y a los políticos. Después conoceríamos a Maurice Duverger, Alexis de Toqueville, José Ortega y Gasset, Sartre, et al y tendríamos recomendaciones no solo de libros de ciencia política o filosofía, sino de música o ajedrez, por ejemplo.
Cada clase eran lecciones vivas de política y humanismo por la imperturbable estructura de su pensamiento y erudición, pero también por la vehemencia de las ideas y, sobre todo, el compromiso con la congruencia.
De las aulas, el paso siguiente fue el ejercicio profesional, con él por supuesto y su método, bajo el convencimiento de seguir leyendo, empezar a escribir con nuestro último trabajo escolar y el primer trabajo profesional: nuestra tesis. El método: leer, proponer, sustentar, discutir, tolerar, consensar, acordar. Esa cadena no dejaba espacio a la improvisación, pues se asistía de rigor con la coherencia y disciplina para llegar al objetivo, lo que la volvía un sólido ejercicio de construcción social que derivaba en un hilo conductor de trabajo y aportaba resultados.
En tal sentido, sólidas experiencias lo fueron la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuito, la Academia Mexicana de Ciencia Política y, desde luego, Tabasco. No cabe duda que es en el gobierno que él dirigió en su estado natal, donde se puso a prueba la inteligencia de un hombre de ideas, acostumbrado a dialogar con el poder público, a imaginar las capacidades de la política para modificar positivamente el estado de cosas, a confrontar realidad y proyecto para ser aliado del cambio.
AÑOS DE CONSTRUCCIÓN FILOSÓFICA
La riqueza de la pobreza y, Tabasco, las voces de la naturaleza, son en González Pedrero la confrontación de años de construcción filosófica, de congruencia para persistir en las ideas con la capacidad para realizarlas; es visión con proyectos sólidos y misión con trabajo y capacidad para dirigir y crear desarrollo, bienestar, riqueza; es proyecto estructurado en el compromiso con el desarrollo equilibrado; son ideas y acción ejecutándose en tiempo real.
Es Tabasco y el frenesí del trabajo, pero también es el Gobernador organizando seminarios, cátedra, discurso político; siempre encontrando el tiempo para que el intelecto siga formando idea de la realidad y la transforme; en la academia para sustentar con las mejores ideas la gobernanza de la patria chica; en la reflexión para atisbar los riesgos. Fue en esas jornadas que varios acatlecas convocados por el Maestro nos acercamos por primera vez a un tema inédito: el socialismo del sureste.
Tomás Garrido Canabal, Felipe Carrillo Puerto, Salvador Alvarado, Francisco J. Mújica se convirtieron en referencia para entender que, en México, las mejores ideas de justicia social tuvieron origen en el pensamiento avanzado de aquella generación de gobernadores del sureste. Comprendí que en Enrique González Pedrero habitaba un profundo sentido de justicia social y compromiso con los desposeídos, pero que, sobre todo, había y hubo, las capacidades y la habilidad política para lograr lo que pensó para su pueblo.
Celebramos en estas fechas un año más del nacimiento de Enrique González Pedrero y es ocasión para recordarlo en su mejor faceta: la del intelectual capaz de obras escritas mayores por su profundidad y elocuencia y que trazan una línea de referencia en los temas que tocó. La del conocedor profundo de la historia. La del intelectual en funciones de gobernante de sobrio estilo y resultados que transformaron Tabasco, que mantuvo la congruencia de su dicho en los hechos.
NO SÓLO UN LEMA DE CAMPAÑA
“Hablarán los hechos” no fue un lema de campaña, era el compromiso de cumplir con cuanto se comprometía con los indígenas, con los pobres, los maestros, los trabajadores, los médicos, los empresarios, los inversionistas, etcétera, trabajando hasta recuperar la palabra empeñada. La del militante con sus ideas hasta el triunfo de la congruencia y de una izquierda progresista y culta. La del académico fundador de la Facultad de Ciencias Políticas, legislador, funcionario público, gobernador, embajador.
Político sin protagonismos, tuve la fortuna de acompañarlo en el ejercicio público en los gobiernos federal y de Tabasco donde atestigüé su otra vocación, la del mentor que orienta, que enseña, que educa. El maestro González Pedrero fue generoso en tiempo, paciencia, conocimientos y experiencia que nos transmitió, que nos dedicó para enseñarnos a servir a México. Vivió creyendo y dando testimonio de que la riqueza más grande de México es su población teniendo como base para su desarrollo la educación.
Cierro esta modesta remembranza con una referencia epistolar cursada el 10 de diciembre de 1513 y citada en diversas ocasiones por el Maestro, en relación con la feliz imagen que le producía el relato de Nicolás Maquiavelo a Francesco Vettori después de una jornada de trabajo.
“Cuando llega la noche, regreso a casa y entro en mi escritorio, en el umbral me quito la ropa cotidiana, llena de fango y de mugre, me visto paños reales y curiales, y apropiada- mente revestido entro en las antiguas cortes de los antiguos hombres donde, recibido por ellos amorosamente, me nutro de ese alimento que sólo es el mío, y que yo nací para él: donde no me avergüenzo de hablar con ellos y preguntarles por la razón de sus acciones, y ellos por su humanidad me responden; y no siento por cuatro horas de tiempo molestia alguna, olvido todo afán, no temo a la pobreza, no me asusta la muerte: todo me transfiero a ellos. Y como dice Dante que no hay ciencia sin el retener lo que se ha entendido, he anotado todo aquello que por la conversación con ellos he hecho capital y he compuesto un opúsculo.”
Así fue el Maestro Enrique González Pedrero. Así fue su generosa vida, una vida de diálogo con los grandes que después compartía académicamente con muchos a quienes nos formó y dio la pauta para entender la política como la posibilidad de servir, de transformar, de cambiar, de impactar positivamente la vida y el desarrollo de México y que ahora celebramos recordándolo en la congruencia de cuanto hizo y en el magisterio que ejerció con alegría hasta el final. (Ciudad de México, a 6 de abril del 2022).