Considerada como la bebida favorita de los dioses, el chocolate es resultado del trabajo de más de 80 años del campesino tabasqueño en las haciendas cacaoteras, mientras unos cultivaban la especie de forastero, otros el trinitario y a la vez se aferraban a no abandonar sus raíces como lo es el criollo.
Vestimentas de mantas, un sombrero de guano, un machete amarrado en la cintura y un bush repleto de pozol era lo que acompañaba a los campesinos cuando se introducían a las grandes haciendas, sabían su hora de entrada pero no la de salida.
Pobladores de Comalcalco por leyendas contadas por sus parientes, recuerdan que el cacao era el único empleo que les garantizaba su existencia, algunos cambiaban los granos por alimentos en las famosas tiendas de rayas, otros sólo recibían órdenes y se conformaban con un techo para vivir y un poco de comida.
Florencio Sánchez Rodríguez, labora y ha dedicado parte de su vida a los cuidados de la Hacienda Jesús María, propiedad del productor Vicente Gutiérrez Cacep, relata que el mundo sigue reconociendo al cacao tabasqueño sobre todo por su riqueza cultural.
Vivir en una hacienda cacaotera al servicio de las órdenes de un patrón, era una situación que se repetía en todas las plantaciones de la región, las mujeres vestían con su tradicional traje de cupilco caracterizándose por ser bordados con punta de cruz y con collares propios, relata don Florencio.
Por costumbre en las haciendas no podía faltar su cocina maya chontal, donde el piso era de tierra y las sirvientas no requerían de calzado para caminar; para protegerse de la lluvia el techo lucía repleto totalmente de guano y daba paso a un lugar fresco y digno de trabajar.
De mañana, tarde y a toda hora el cocolbosh, el humo traspasaba el cacastle que surgía a consecuencia del tostado del cacao, a lo lejos se apreciaba cómo se introducía su esencia en las nubes, hasta llegar al olfato de los dioses quienes obtenían su tranquilidad en cada suspiro.
Desde la cocina se preparaba todo aquello que los campesinos traían del campo, desde animales silvestre hasta frutas que salían del trabajo diario; las muchachas que laboraban en las haciendas también se empleaban de niñeras.
En el interior de las haciendas cacaoteras no podía faltar la casa del campesino, cubierta de un techo de guano que era capaz de soportar las tempestades más fuertes; Don Florencio narra que el pabellón no podía faltar en la cama de madera que enterraban sus bases sobre la tierra.
Debajo de la cama del campesino nunca faltaba la bacinilla, recipiente que sustituía a lo que hoy se conoce como excusado; en la sala siempre estaban los remedios caseros, las yerbas, los altares en memoria de sus antepasados y si los propietarios de la choza les gustaba el alcohol nunca se carecía de un buen aguardiente.
Trabajar, secar el cacao y hacer un buen chocolate, era y sigue siendo la misión de cientos de productores que a diario le guardan respeto y amor a su oficio que hoy es reconocido a nivel internacional.
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