Estamos a poco menos de un año de que celebremos elecciones que convocarán a 98 millones de posibles votantes.
- Concurriremos a las urnas para renovar más de veinte mil cargos que en general incluyen: la presidencia de la República; la jefatura de gobierno de la CDMX, más ocho gubernaturas: Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán; la renovación del Congreso de la Unión con 128 senadores y 500 diputados; congresos locales y elecciones municipales en 25 entidades de la República.
Esa gigantesca elección, corresponde al momento de la democracia electoral cuya salud y buenos resultados debe asegurar el Instituto Nacional Electoral (INE).
Para eso existe esa institución tan asediada recientemente, pero tan necesaria y útil por la eficiencia y transparencia de su trabajo.
Por eso la importancia del sufragio, que se emita, que se proteja, que se cuente y se respete; por eso la importancia del órgano electoral, pues el voto ciudadano cohesionará cada una de esas elecciones que devendrán en gobierno o representación legislativa, dando legitimidad a los proyectos, así como a las mujeres y hombres elegidos por la mayoría para tomar las decisiones que a todos incumben.
Si el órgano electoral no garantiza eficiencia y transparencia en cada una de esas votaciones, se quebrará la relación democracia y sufragio, si, por el contrario, marchan juntos, la democracia electoral construirá las plataformas que nos gobernarán, y que denominamos democracia representativa.
- Es pues el sufragio, la base del sistema, sin él, no hay representación política posible; aunque, no nos confundamos, esa no es la meta: bien hecho, ese es apenas el punto de partida para vivir socialmente involucrados y organizados en y para los asuntos públicos, del gobierno, para impactar de alguna forma los asuntos que atañen a la comunidad, a la localidad, a la sociedad. Es el paso para construir una democracia participativa, y es en el fondo el tema al que me referiré esta ocasión.
Recientemente, leí una vez más un libro extraordinario por su modestia, pero vital por la experiencia que transmite, la estructura mental y política de quien logró articular resultados que hoy, después de casi cuatro décadas, siguen siendo punto de referencia y convergencia cuando se habla de democracia participativa, política, gobierno, ideas políticas, historia.
Me refiero a Una democracia de carne y hueso de Don Enrique González Pedrero (EGP), ex gobernador de Tabasco, quien hizo florecer lo mejor de las ideas políticas, la política, el buen gobierno y de Tabasco, en un complicado periodo para el estado y para México.
Una democracia de carne y hueso es un alto en el camino de un gobernante comprometido a resolver los problemas de atraso y pobreza que generaban en Tabasco diversas condiciones: primera, la geográfica, que partía a Tabasco en dos cuencas, la del Grijalva y la del Usumacinta, haciendo dos tabascos; el primero, vinculado al petróleo, pero dependiente de una economía externa e inversiones que importaron un modelo de desarrollo depredador de la naturaleza y la cultura local.
El segundo, con escasas capacidades para desarrollar un modelo productivo con oportunidades para el desarrollo del sector primario, y asociado a la marginación que provocaba la naturaleza.
Segunda condición: la del desarrollo social, y que, medido en términos de indicadores, el Tabasco que se encuentra González Pedrero es un estado de fuertes contradicciones: inversiones concentradas en el desarrollo de la industria petrolera que beneficiaron a muy pocos versus el Tabasco social que, medido en educación, alfabetización, salud, cobertura de agua potable, drenaje, comunicaciones o vivienda, no alcanzaba en promedio la media nacional.
Tercera condición, la económico-presupuestal, de crisis de final de sexenio, el de José López Portillo, de devaluación de la moneda, de escasez presupuestal, de inflación, del terremoto de 1985 en la ciudad de México pero que afectó a toda la República.
QUIÉN, QUÉ Y PARA QUÉLa campaña política por la gubernatura y la elección, dejaron en claro para González Pedrero tres cosas: ¿Quién votó? ¿Para qué votó? ¿Qué valor tenía cada voto? Esas tres dimensiones del voto definieron el contundente perfil social del gobierno de EGP y refrendaron su vocación por la democracia participativa, ya anunciada en 1979 en otro trascendente texto, me refiero a la riqueza de la pobreza, que solo mencionaré para no desviarme del eje de esta colaboración.
Propuso a Tabasco una visión de la democracia como forma de vida que implicó el respeto a la pluralidad, la tolerancia, el diálogo y, sobre todo, la incorporación de la sociedad, organizada desde las más de 1mil 350 comunidades que poblaban Tabasco, hasta Villahermosa, como fuerza motriz para corregir las contradicciones del "crecimiento", los problemas estructurales del estado y romper el ciclo marginación-pobreza-expulsión.
El desafío, mayúsculo de por sí, asumió la decisión de atacar desde el inicio los problemas de justicia social que inevitablemente pasan por las condiciones de la vivienda, la alfabetización, la educación, la salud, definiendo que, por el bien de todos, primero eran los pobres, pero sin descuidar los ejes del desarrollo: producción, comunicaciones, integración territorial.
EXPERIENCIA Y CONCIENCIA
- En una pincelada, Enrique González Pedrero trazó el generoso alcance de su visión y misión. Por eso anoté, líneas arriba, la trascendencia de Una democracia de carne y hueso: no radica en aportes intelectuales o elaboraciones que proponen modelos a seguir, sino en la modestia del autor al comentar que de ninguna forma es una elaboración teórica sobre la democracia (y agrego, o sobre la democracia participativa), sino un registro de vivencias que transformaron a Tabasco, haciendo honor a esa máxima siempre plausible y tomada de André Malraux: transformar la experiencia en conciencia. (Continuará)
josepatinoenero58@gmail.com