Las mujeres son emblemas; emblemas sociales que deben repartirse activamente entre el hogar, la profesionalización y el ejercicio de ciudadanía. Palabras hoy muy familiares para el conjunto de personas que inmersos en los procesos sociales de los últimos veinte años han aprendido a escuchar de mujeres que demuestran que pueden ser excelentes en la política, pero también dejan en las labores de la casa, la atención a los hijos, y en general a la familia.
El caso que hoy me ocupa, es la peculiar personalidad de una mujer rosa y fuerza, puño y caricia, que eso fue a mi parecer, Rocío Beltrán Medina, una mujer emblema. Hizo sus primeros estudios en Teapa, Tabasco, y posteriormente se trasladó a Villahermosa para completar sus estudios profesionales en Sociología en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, sitio donde estudiaría y conocería a su futuro esposo: López Obrador. Los tiempos que vivió Rocío Beltrán a lado de AMLO le permitió acercarse a la realidad del Tabasco rural, pero también al de la vida política en el transcurso de las década de los ochentas y los noventa.
Años definitorios en el contexto local dentro del ámbito de la actividad pública, sobre todo para un hombre sumamente inquieto como el oriundo de Tepetitán. Un parteaguas impulsado por ella, motivado a moverse incluso de instituto político.
Sin afán de glorificar a los ausentes, hay que hacer justicia a aquellos que acompañaron al actual presidente electo en los primero años de lucha. Acudir a la memoria de los años a través del registro hemerográfico, permite reconstruir a partir de imágenes, la memoria de los días, y ahí encontrará estimado lector, a lado de Andrés Manuel, en los mítines, a su esposa sonriente; impulsándolo a continuar a pesar de todo, con el puño en alto, una sonrisa, su sola presencia alejaba todo mal. Suena raro, insisto, tendrían que comprender las actuales generaciones, que aquel Tabasco en el contexto político no era fácil.
La oposición debió sortear el acoso, los señalamientos, incluso los insultos y los golpes. Y Rocío Beltrán, sonriente, permanecía de pie a lado de Andrés Manuel en los recorridos por las zonas rurales. Posteriormente hubo tiempo para recibir en la casa de la familia López Beltrán, a los campesinos y dirigentes, que con diligencia, Rocío atendía.
1977, El inicio de la historia
Algo definitivamente debe cambiar a las personas ser testigo de las atrocidades en el campo, y en las zonas indígenas. La experiencia hizo de Rocío Beltrán una persona más fuerte, que sin duda, por su formación académica, nos enseñó esa capacidad de mantener el puño en alto, que simboliza la solidaridad, la resistencia, y la militancia; sin ser clasista, o por ser mujer, simplemente por el hecho de ser personas.
Hacer ciudadanía desde la visión de las mujeres, no sólo es un acompañamiento; es una mirada extendida en el tiempo, en los procesos de estructuración del pensamiento para la resolución de problemas.
La mujer en el núcleo familiar no es ausencia, no sólo es complemento, es ese pegamento que hace posible mejorar las soluciones, mirar la complejidad. El movimiento que encabezó López Obrador en Tabasco fue una respuesta social que integró a las mujeres a la lucha; basta ver vídeos, fotografías y además, testimonio de otros hombres que se refieren a las mujeres como compañeras de lucha.
Por eso se ve a campesinas con sus hijos, empleadas domésticas, ancianas, niñas, jóvenes universitarias que se integraron al movimiento. De qué tamaño fue la influencia de Rocío Beltrán Medina en Andrés Manuel, que hablamos de ella, y obligamos a la mirada a ver en diferentes vertientes: la compañera, la militante, la entusiasta que lo impulsaba a escuchar con atención y paciencia; la mujer Madre que encauzó a sus hijos.
Me atrevo a decir, con inquietudes personales que nos enseñó que ser mujer y participar en los movimientos sociales para ejercer un nivel de ciudadanía. En eso radica su fuerza y poder. No es cursilería decir que era una rosa con puño de acero; forjada en la experiencia de conocer la realidad de la vida rural y urbana de TabascoMujer emblema, rosa y puño; sonrisa y ciudadanía, silencio y escucha.
Camino claro, presencia y fuerza, mujer y ciudadanía. Hablar de Rocío Beltrán es hacer justicia a todas las mujeres anónimas que realizan el cambio en el hogar y en la comunidad.