Cruzar continentes y océanos es hoy relativamente rápido, fácil y barato. Se estima que en 1990, mil millones de personas viajaron en avión. En 2019, ese número aumentó a 4,500 millones de pasajeros, más de la mitad de la población mundial. El aumento de la movilidad entre fronteras representa una oportunidad multicultural de negocios, conexiones y contactos, pero facilita la transmisión de agentes infecciosos y puede acelerar los brotes de epidemias. Podrías infectarte con un virus en Brasil y antes de desarrollar síntomas, encontrarte al otro lado del mundo.
Con el coronavirus, aún provocando remanentes de contagios debido a sus nuevas variantes, en meses recientes se ha sumado una nueva preocupación sanitaria mundial: la viruela símica.
En julio pasado la OMS declaró esta enfermedad contagiosa como emergencia de salud pública global. En ambos casos se trata de enfermedades zoonóticas, es decir que han dado el salto de un vector animal al ser humano. Los virus necesitan un organismo huésped para replicarse y propagarse a nuevos portadores, su supervivencia requiere que evolucionen constantemente para evadir el sistema inmunológico de una especie. Esa evolución ha permitido que los virus se muevan entre animales y humanos desde hace miles de años. Hoy en día, casi el 75% de las nuevas enfermedades humanas contagiosas son zoonóticas y la mayoría se originan en los trópicos.
Posiblemente haya más de 1,500 millones de virus desconocidos y la mitad podría infectar a los humanos provocando nuevas pandemias, debido a la rápida y masiva transportación intercontinental de personas, animales, productos, alimentos y materia prima.
La mayoría de los virus peligrosos provienen de mamíferos y de algunas aves. Algunos son transportados por huéspedes intermediarios o por parásitos, como mosquitos, moscas, pulgas y garrapatas.
Por ejemplo, el SIDA, causado por el VIH, se originó en África Central saltando de primates a personas, posiblemente a principios del siglo XX, y es probable que se contrajera al consumir carne de chimpancé infectada. La fiebre hemorrágica del Ébola apareció en 1976 cerca del río Ébola en la República Democrática del Congo; mata a alrededor de la mitad de sus víctimas y se cree que se transmite a través de la matanza e ingestión de chimpancés, murciélagos y antílopes infectados.
En 1998, el virus Nipah pasó de murciélagos a cerdos y de estos a humanos en granjas de la selva tropical de Malasia. En el 2009, la gripe porcina H1N1, un híbrido de virus de aves y cerdos. El virus del Nilo Occidental, que ataca el sistema nervioso a través de la picadura de un mosquito relacionado con aves del río Nilo en Uganda. Los mosquitos transmiten múltiples enfermedades, como la fiebre amarilla, el Zika y el dengue. Las garrapatas transmiten la enfermedad de Lyme y, enfermedades bacterianas y virales. Y la lista continúa.
Numerosos estudios muestran que los paisajes alterados por actividad humana son zonas de alto riesgo zoonótico. Esto ocurre con mayor frecuencia en países tropicales donde la selva y el bosque primario se abren para la industria energética, la agroindustria, la explotación y extracción de materia prima para producir productos básicos a gran escala. La industrialización, la deforestación y la expansión urbana devoran grandes extensiones de flora y fauna provocando brotes de enfermedades.
Si bien los brotes pueden ocurrir en cualquier lugar, la incursión humana en los ecosistemas silvestres afecta a todos los seres vivos y eso altera los sistemas naturales que han evolucionado en sincronía durante millones de años. Es fácil comprender que, bajo estas circunstancias, la aparición de nuevas pandemias es mucho más probable. (drulin@datametrika.com/ Investigador Titular, UJAT/ Director General, Datametrika Co.)