“Equivocarse es de humanos”, dice esa socorrida y popular frase que repetimos hasta el cansancio cuando cometemos alguna falta y buscamos que alguien nos absuelva, tras la promesa de que no volverá a ocurrir. El caso es que esto de meter la pata ha acompañado a los seres humanos desde que nos pusimos de pie.
A veces, a pesar de que una falla es evidente, para algunas personas es una verdadera quimera expresar un “lo siento” y asumir las consecuencias de sus actos, por lo que suelen culpar a los demás de sus traspiés o deslices.
Se denomina “simulación contrafáctica” y es el tipo de motivación que, por ejemplo, orilla al estudiante que reprueba un examen a afirmar que tal fracaso se debe a que el profesor “le tiene manía”, o decir que “el taxista iba muy lento” en vez de aceptar que llegamos con retraso porque nos levantamos tarde. Son conductas que alimentan la cultura de la culpa, pero no la que asumimos, sino la que echamos a los demás.
En política, este sesgo es un lastre para el funcionamiento de la democracia, porque hay expertos en distribuir culpas cuando se ven involucrados en un acto deshonesto; es decir, evaden responsabilidades y se deslindan de los problemas.
¿A quiénes culpan? A sus adversarios, al sistema, a las instituciones; a lo que se mueva y sientan como amenaza. Sobran ejemplos:
El del aspirante a gobernador cuya candidatura fue retirada y en vez de aceptar que infringió la ley acusó al INE de violar sus derechos humanos.
El deslinde de culpas de tantos actores involucrados en el colapso de la Línea 12 del metro que, como es sabido, nació bajo la sombra de la corrupción. No solo era previsible, sino también evitable.
O el de candidatos de turbias trayectorias que acusan guerra sucia de quienes no hacen más que resistirse a la desmemoria.
En lo general, esta idea de evadir las culpas por un pasado ominoso conduce al camino de la victimización. Las personas que lo transitan se quejan de ser blancos de ataques y pretenden sumar aliados que a veces no se dan cuentan de que son objeto de manipulación.
Es común que usen como trinchera mediática la frase: “persecución política”.
Como decía el filósofo alemán Bert Hellinger, la victimización es un cáncer para las democracias, un atajo a la impunidad, un salvoconducto para situarse al margen de la ley.
Por eso, quienes hoy decidan dedicarse a la política deben estar sujetos a vivir en una especie de casa de cristal, donde los ciudadanos podamos observar sus comportamientos, honestidad y valores. A eso se refería Tomás Jefferson al señalar que cuando alguien asume un cargo público, debe considerarse a sí mismo como propiedad pública.