MIRO FOTOGRAFÍAS, QUÍMICA DE LOS DATOS que nos remiten a nombres y hechos. Un instante ido en el río del tiempo. En una de ellas posan cuatro muchachos que conocí en aquellos años de finales de los 70s. Los miro con ternura. Y como en máquina del tiempo, viajo a ese momento, porque yo fui uno de ellos. Siendo el mismo soy otro bien distinto. Dice Heráclito.
"TÚ ERES EL QUE SOBREVIVE", me digo a mí mismo como lugar común. La ciencia dirá una cosa. La metafísica se arriesgará a afirmar otra. La literatura tendrá sus propias construcciones y vuelos verbales, y dirá: "ellos te miran desde un lugar de armonía, de ríos de leche, miel, con amplios campos de flores. ¡Esa es la verdadera vida!". Luego entonces.
ANTONIO, SERGIO HUGO, JACINTO Villela y José Guadalupe Paz. Los cuatro formaron parte de un grupo que se vislumbró, en visión, maestros de escuela. Cada quien vivió su historia personal en lo laboral, que está relacionada y coincide como dibujo calcado con palabras, como niños, niñas, aulas, tareas, rural, pizarrón, recreos, homenajes, juntas de padres, periódico mural, graduaciones y un largo etcétera. Moldearon caracteres para un futuro. Alimentaron sueños de futuro. Formaron la semilla de ciudadanía. Valores, claro.
SERGIO HUGO ME SALVÓ DE UNA GOLPIZA cuando me esperaban a la salida un puñado de compañeros porque uno de ellos se sentía agraviado por no sé qué razones relacionadas con celos juveniles o defensa de honras. Sergio me dijo: "afuera están ocho, liderados por ... y listos para madrearte".
YO ENSAYABA EN LA RONDALLA. Salíamos a las 9 pm de clases y luego el ensayo. Y "no te van a defender", así me dijo El Pato, refiriéndose a mis compañeros y amigos de la rondalla. Así que con temor y respaldado por Sergio y otros, no me quedé a ensayar y salimos en grupo igual como de ocho, amigos de Sergio y míos. De reojo vi a los otros con los ojos como de demonios, decepcionados por no mirarme salir solo.
¿EL NOMBRE DE ELLA?, motivo de esa disputa juvenil. No lo diré. Escribo otro nombre que no es, solo para nombrarla. Digamos Marissa. Alta y piel canela. A nadie diré el nombre. Solo que hace veinte años cenamos en un restaurante de mi pueblo, y reímos ante esta anécdota, con música de trío que ambientaba el lugar. "Nunca lo supe", dijo. Y platicamos de otras cosas. De nuestro presente y sueños de futuro. "Tú ni me hablabas, ni me mirabas", me dijo, en esa distancia de tiempo, como diciendo que cada quien percibió esos años de manera distinta. "La pobreza mía era mucha", dije yo, justificándome. "Pero tenías tu novia, muy guapa, eso sí veíamos todos, con la que andabas engolosinado", me dijo. Ambos con canas. Yo exclamé: "Ah!, creí que no te habías dado cuenta". Y reímos como en la misma edad de los 17-18 años.
CON JACINTO "EL GORDO", cultivé una amistad más frecuente. Tanto en equipo, como en aventuras. Para las prácticas profesionales iniciales me invitaron él y su hermano Trine, compañero de grupo, a hacer dichas prácticas, en el municipio de Río Bravo (a 80 km de Matamoros). De allí eran los Villela. Su papá era director de escuela. Y me alojaron en su casa. Me trataron de maravilla. Compartimos alimento, ambiente familiar y prácticas en la misma escuela. Lo agradezco aún si me lee ahora su hermana Martha, que en esos años andaría ella en los 13-14. Nosotros en los 17. Y en 1977 hicimos un viaje en aventón a la ciudad de México. Y tanto Sergio como El Gordo y otros muchos vinimos a trabajar a Tabasco. El Gordo en Comalcalco. Yo en Jalpa, y de vez en cuando nos visitábamos.
EL GORDO ESTABA EN LA RONDALLA. Y aparte de las canciones románticas, sabía muchos corridos, y me hacía la segunda voz. Ese tipo de canciones norteñas eran su vocación. Recuerdo con nitidez su voz en "estos eran dos amigos; que venían del Mapimí. Que por no venirse de equis, robaron Guanacebí..." Cantamos en camiones de pasajeros cuando andábamos en viaje de aventón por otras ciudades. Y es El Gordo el que nos dio de comer corazones una tarde. El profe Mauro, de Ciencias Naturales, había pedido para práctica de laboratorio un corazón de vaca por equipos, para diseccionar y ver sus partes y saber de sus funciones. Al final el Gordo preguntó si se podían guisar. "Sí, pues. Pero me invitan", dijo el profe. Y en dos horas ya estábamos contentos cenando tacos de corazón guisado con cebolla, tomate y chile.
CON JOSÉ GUADALUPE PAZ conviví menos, pero igual de intenso. Él era muy popular en el grupo, con sus amigas para todos lados. También llegaba al cuarto que rentaban Los Villela cerca de la escuela. A la salida caminaba con nosotros porque era la misma ruta por el canal Soliseño, y se quedaba antes, porque vivía en el ejido 20 de noviembre. Bogar, Carlos y Cristóbal y otros más seguíamos caminando, platicando de sueños de futuro. Y como egresado Lupito Paz se fue a trabajar Morelia, con Yayo, Juan José+ y otros que tanto estimo y que de vez en cuando nos vemos en un bello y cómodo espacio que tiene Yayo, futbolista con calidad de primera, donde asamos carne y contamos miles de anécdotas.
ALLÍ QUEDA ESA FOTO. Ellos sobreviven en ese plano eterno a donde todos vamos. Se dice que es mejor vida. Yo no lo sé. Tampoco lo quiero investigar. Sea así. Solo que miro la fotografía y recuerdo. No como ese pasado que dicen fue mejor. Sino como ese instante en el que fuimos, pasado de lo que somos ahora. Y en el futuro nos encontraremos nuevamente unidos en ese polvo sideral que somos.
AHORA VISITO EL PANTEÓN. Cualquier panteón. De aquí o de allá. Aquí, Villahermosa. Allá, el de Matamoros, el de Río Bravo, el de Reynosa. Pongo una canción. Que siempre he cantado. Que mi hermano Mariano + cantaba a la menor provocación. Y que me acompaña ahora bien, como soundtrack central de la película de nuestra adolescencia. Canta José Feliciano. "...ya mis amigos se fueron casi todos. Los otros partirán después que yo. Lo siento porque amaba su agradable compañía. Mas es mi vida y tengo que partir. Qué será. Qué será. Que será... En la noche mi guitarra dulcemente sonará. Y una niña de mi pueblo llorará. Amor mío me llevo tu sonrisa..."