Maestro o maestra es una entrada del diccionario de la lengua española que tiene más de 20 acepciones, todas las cuales giran en torno a los conceptos de enseñanza, guía, habilidad práctica o conocimiento destacado, educación, mérito. Se puede ser maestro albañil o artesano, docente de educación básica o músico, pueden estudiarse maestrías, maestra es también la línea que se hace en las paredes de las construcciones para saber exactamente a qué nivel deben ser alineadas.
Aunque no todos los maestros están a la altura de tan nobles conceptos, la mayoría se esmera en ello. Así lo deben hacer, especialmente quienes tienen la sensible labor de formar a las nuevas generaciones. Ser maestro es una profesión con alto reconocimiento social en países que han logrado transformaciones casi milagrosas gracias a la educación, como Japón, que en pocas décadas logró colocarse entre las principales economías del mundo a pesar de que tuvo que reconstruirse tras la Segunda Guerra Mundial. No es para menos. Los docentes trabajan con las mentes de los niños y los jóvenes, a quienes deben guiar para que adquieran los conocimientos y habilidades que requieren para sumarse a las actividades productivas de la nación.
Por su naturaleza, el trabajo docente implica una primera línea de contacto con la sociedad. Los maestros, los buenos maestros que se interesan por sus estudiantes, conocen de primera mano los problemas de su localidad a través de ellos. Saben de las profundas carencias afectivas que arrastran, sus problemas de autoestima, así como también llegan a ser víctimas de la violencia que deriva de sus entornos. A veces los maestros parecen enfrentar solos no solo al grupo, sino a la sociedad entera que desde el aula se desborda de contradicciones ante sus ojos. Maestros que son asaltados, que reciben amenazas o hasta golpes, a veces llegan a las noticias. A veces, no.
Es difícil asumir un compromiso del tamaño que implica ser maestro cuando no siempre se valora debidamente su trabajo. Cuando, tanto como los médicos, enfrentan un sin fin de trabas administrativas. Pese a todo, algunos maestros son capaces de tocar la vida de sus estudiantes, de mostrarles que más allá de las carencias y la violencia hay un camino, largo, trabajoso, que permite a quienes lo toman alcanzar la satisfacción de ser personas competentes, responsables e independientes. Un camino que sólo pueden tomar con convicción quienes creen en sí mismos, que hasta parece poco atractivo cuando el espectáculo le pone glamour al dinero fácil e ilícito.
Los maestros a veces parecen atrapados entre la dinámica de la sociedad que busca controlar a los más jóvenes sin coartarles sus derechos. Que lleguen puntuales, aunque sea con el pelo largo. Que traigan sus mochilas pero sin drogas ni armas. Que sean sus padres quienes les revisen las mochilas, porque hacerlo sin su autorización es inconstitucional y violatorio de derechos de los menores. Un maestro indefenso ante un martillo también puede ser un maestro obligado a aprobar un alumno por política. ¿Es posible ser guía en estas circunstancias?
Los profesionales de la educación que se desempeñan frente a grupo constantemente tienen que actualizarse, formarse, acudir a reuniones diversas, pero no siempre tienen las herramientas necesarias para atender a sus estudiantes que requieren educación especial. A menudo se sienten solos cuando atestiguan casos de bulliyng, o si llegan a detectar violencia familiar o sexual entre sus estudiantes. Son problemas mucho más grandes y complejos de lo que cada uno de ellos puede resolver. Es ahí donde las autoridades, la sociedad completa, parece abandonarlos ante una responsabilidad que los rebasa.
Habría que darles apoyo a los maestros para que puedan ayudarnos a atacar los problemas de la juventud y la infancia con soluciones de fondo, integrales, más allá de las aulas. Es necesario tener la capacidad de atender los riesgos de salud mental, la violencia y las carencias económicas que atraviesan todo el espacio de la casa a la escuela.