- Adentrarse en Chiapas, desde la planicie tabasqueña, deja mil aprendizajes, placeres y lecciones. Esta vez conocimos las raíces de la violencia caciquil y criminal en ese estado vecino y la forma cómo la inseguridad y el asesinato de un cura desbordan el "camino real" desde San Cristóbal.
Todo mundo tiene derecho a un fin de semana de descanso y, para librar el calor choco, nada mejor que una escapada a Tapijulapa o, de plano, a San Cristóbal de las Casas. Así sucedió hace un par de meses, anticipándonos a la toma de posesión de Javier May.
Sabíamos de los peajes comunitarios y bloqueos de desplazados entre Palenque y Ocosingo. Así que optamos por un par de horas de Sierra para conectar con la vía rápida a Tuxtla capital. Para arribar, más tarde, por autopista directa a la antigua Ciudad Real; un relax que no disfrutamos por el estrés de evitar viajar de noche en carretera, advertencia que se añadió a la de no visitar las lagunas de Montebello, por la disputa entre cárteles, los de Jalisco vs Sinaloa.
Ya en la antigua "Jovel", caminamos por sus amplios andadores y, atraídos por el aroma del café, tomamos asiento. Para sorpresa nuestra, en la mesa de al lado, una mujer estudiada explicaba a sus amigos la historia de las haciendas de Simojovel y Huitiupán, colindantes con Tabasco: despojos y régimen de esclavitud, la denuncia de las tierras indígenas para crear las haciendas en el siglo XIX, la mano de obra forzada en fincas exportadoras, el uso político de la religión por los hacendados y las rebeldías por hambrunas de "los de abajo", reprimidas a sangre y fuego.
Mientras comíamos un aceptable tamal de chipilín, con asombro descubrimos que la experta era una investigadora universitaria. De modo que, al despedirse los vecinos de mesa, me atreví a pedirle su correo. Ella, al enterarse que veníamos de Tabasco, en tres minutos resumió el papel del "camino real de Chiapas a Tabasco" y de las bandas de ladrones que se escondían, de forma alternada, en un estado y en el otro. Y sobre los finqueros de la región Norte de Chiapas, al inicio de la Revolución Mexicana, nos confesó que simularon seguir a Francisco I. Madero para no perder sus haciendas cafetaleras, hasta que dos décadas después llegó Cárdenas y creo ejidos. Y al despedirse nos advirtió: "recuerden que los caciques chiapanecos siempre se han mimetizado con gobiernos, partidos o bandas criminales", razón de sobra para el alzamiento armado de 1994.
A la mañana siguiente, como de costumbre en "Sancris", fuimos al mercado artesanal de Santo Domingo, donde me compré una guayabera, 100% guatemalteca. Pero con sorpresa vimos que los niños ya no sólo juegan con muñecos zapatistas que emulan a "Marcos", "Galeano" o a la comandanta "Ramona". Ahora se expenden pequeños "cuernos de chivo" de plástico y réplicas de pistolas en tamaño real con las que cualquier "coleto" puede amagar y cometer asaltos. Y, con tristeza, miramos anuncios de niñas robadas o desaparecidas.
Disfruté esa tarde de hotel la lectura de "Balún Canán", mi novela favorita de Rosario Castellanos sobre la rebelión de los descendientes de los mayas y sus brujos. Y luego se nos ocurrió visitar, en lo alto, la iglesia de Guadalupe. Ahí escuchamos la voz de alguien que hablaba como profeta, desde la ética colectiva, e invitaba a la responsabilidad ciudadana para marchar por la paz en Tuxtla Gutiérrez. "Desafiante llamamiento", pensamos.
No sabíamos que se trataba de Marcelo Pérez, el sacerdote maya tsotsil que la semana pasada fue ejecutado, luego de que caciques criminales de Pantelhó le pusieron precio a su vida por mediar entre dos bandas. De él, el papa Francisco expresó: "Que su sacrificio sea semilla de paz."
Así, de sorpresa en sorpresa, un "weekend" nos mostró al Chiapas polvorín, creciente mercado de artesanías y armas. Conflictividad que Marcelo Pérez llamó "una bomba de tiempo", y que las comunidades zapatistas describen como "una guerra". Suma de disputas entre bandas que, en localidades norteñas como Tila y Pantelhó, de donde salió el cura asesinado, provocan cientos de desplazados internos, que pululan dentro y fuera de Chiapas, incluso hacia Guatemala, Tabasco y Quintana Roo, donde habitan en la informalidad, como jornaleros, albañiles o vendedores ambulantes. Damnificados por el "Chichonal" de la violencia en Chiapas, a las puertas de Tabasco. Pero con una diferencia: en el trópico tornasol el Estado existe, funciona y no cede el territorio a las mafias.