En días pasados los tabasqueños pasamos momentos difíciles por noticias como graves accidentes, el cobarde asesinato de un niño, alta mortandad de monos cayéndose de los árboles por el calor (o algo más). Son situaciones que tienen todas el común denominador de involucrar víctimas inocentes, sin posibilidad alguna de defenderse.
Cuando vi que los monos caían muertos de los árboles pensé que esa expresión estaría bien como maldición maya u olmeca. Sus aullidos son parte de la identidad de la selva en que florecieron esas civilizaciones, y desde luego, son muy importantes para todos los tabasqueños.
Cuando me llegó el video viral de la muerte de Dante Emiliano en ese video viral mi primera reacción fue no querer verlo. Después sí lo vi y escuché. Lo más impresionante son, desde luego, sus gritos. Muy fuertes, a pesar de la agonía, muestra de la frustración, enojo, miedo, de quien lucha por aferrarse a la vida pero no puede, en ese momento no tiene cómo.
Son situaciones ominosas, difíciles, ante las cuales las personas pueden tomar diversas posturas. Muchos eligen cerrar los ojos, no ver, no enterarse o hacer como si nada mientras no les afecte directamente a ellos. Otros se resignan, un poco desde la fe, otro poco por absoluta falta de ella. Dicen que no hay nada qué hacer, que probablemente es el fin de los tiempos.
Pero hay otros que se detienen, que observan, que sienten, que reflexionan, que incluso se organizan. Es la postura más difícil porque pensar, sentir, toma tiempo y energía. No se diga ya organizarse, aunque sea para llevar flores a los muertos, o agua a los sedientos. Pero todos hemos necesitado, o seguramente en algún momento vamos a necesitar, la mano del que ayuda, el apoyo moral de quien se presta a acompañarnos en la desgracia.
Y es que hay momentos, a veces parecen más frecuentes, en que dependiendo de la perspectiva el panorama puede ser muy oscuro. Nadie quiere pensar en que está más cerca de ser un damnificado por la crisis climática que de lograr ser millonario. Sin embargo, son los que eligen reflexionar y actuar los que mantienen viva la esperanza de que puede haber un mundo mejor, que no hay ninguna profecía del fin del mundo que sea inevitable, que podemos salvarnos a nosotros mismos.
Es cierto, cierta resignación o indiferencia puede ser útil en el corto plazo, individualmente, cuando cada uno necesita continuar trabajando para cumplir nuestras obligaciones y no tenemos tiempo, o ganas, de involucrarnos emocionalmente con realidades tan duras. A veces entiendo a las personas que deciden no ver ni oír noticias porque sienten que les afectan mucho en su estado de ánimo, sin embargo, a nivel colectivo esa actitud no nos hace ningún favor, ni a ellos ni a nadie.
Es tan fácil decir que no hay nada qué hacer. Pero podemos exigir que el transporte público tenga mayores medidas de seguridad y que se cumplan. Podemos organizarnos para reforestar, para cuidar el hábitat de los pocos animales silvestres que nos quedan y exigir políticas públicas medibles, evaluables, debatibles, acciones que no queden en el mero discurso. Es el mismo caso en materia de seguridad. Podemos y debemos informarnos, aprender, exigir. Esa es la mejor forma de cuidarnos entre todos, especialmente, de velar por el futuro que tendrán que enfrentar los que hoy todavía viven su niñez.
Este domingo son las elecciones, y quiero decirte que sí, votar es una obligación en términos del artículo 36 fracción tercera de la Constitución. Pero es una obligación que queda en la conciencia de cada uno, porque nadie te va a sancionar si no lo haces. Sin embargo, votar es apenas el principio, no es ni debe ser un fin en sí mismo.
Es un compromiso colectivo, más allá de quiénes resulten elegidos, los ciudadanos tenemos la obligación de darle seguimiento al ejercicio del poder público para que se cumpla la voluntad popular. Un voto no equivale a firmar un papel en blanco para autorizarlo todo. El ejercicio de la ciudadanía exige demandar continuamente transparencia y rendición de cuentas, la participación en la evaluación y debate, así como también cultivar una capacidad de reacción colectiva. Es en esa capacidad donde reside la soberanía.