Por esas coincidencias poco comunes, Josefina Vicens, la célebre escritora tabasqueña en quien bien se acomodaba el mote de "la peque", nació un 23 de noviembre y murió un 22 de noviembre. A no ser por los 77 años de diferencia entre un acontecimiento y el otro, para ella la vida estuvo un paso adelante de la muerte, como los lidiadores de cuyas técnicas y arte escribió en sus famosas crónicas taurinas, firmadas bajo el pseudónimo de Pepe Faroles.
Es cierto que Vicens tuvo una obra austera en extensión, pero profunda, si consideramos que se introdujo en la interioridad de las prácticas humanas, así como en las dificultades o los temores.
Por sus únicas dos novelas, "El libro vacío" y "Los años falsos", se le compara con su gran amigo Juan Rulfo, quien con "El llano en llamas" y "Pedro Páramo" se volvió un autor canónico. Cabe decir que ninguno de los dos necesitó más para que sus nombres cobraran esplendor en las letras nacionales.
Aun cuando tuvo en su haber solo un par de novelas, la oriunda de Villahermosa fue una prolífica pluma que acogió su quehacer periodístico y literario con pasión: además de crónicas taurinas —como referí en el primer párrafo—, escribió crítica política y de cine, cuento, poesía, una obra dramática y un centenar de guiones cinematográficos.
Por "El libro vacío" ganó el premio Xavier Villaurrutia en 1958, publicación que aborda como temática central precisamente la dificultad que acarrea escribir un libro o, mejor dicho, la angustiosa faena de encontrar la primera palabra que sirva de hilo conductor para el despliegue de las ideas. En toda la historia el acto de escribir aparece como protagonista y un medio anhelado para trascender.
"¿Qué escribir?" y "¿cómo escribirlo?" son dos preguntas que se recrean en la novela de Vicens por ser un largo duelo contra el peor enemigo de todo escritor: la página en blanco.
En 1978, la escritora Julieta Campos publicó la reseña "El libro vacío, veinte años después". En ella valora la obra de la narradora tabasqueña por tratarse de nada y al mismo tiempo de todo lo esencial: "Porque el libro de Vicens solo está vacío de lo que no es esencial: vacío de todo lo que no es la vida, el amor, la muerte. Un libro sobre nada más que la textura de la vida".
Grandiosas ideas se pueden extraer de la lectura de esta novela. Me quedo con las palabras de José García, el personaje principal, el escritor de sueños frustrados, cuando define a un buen libro:
"Si el libro no tiene eso, inefable, milagroso, que hace que una palabra común, oída mil veces, sorprenda y golpee; si cada página puede pasarse sin que la mano tiemble un poco; si las palabras no pueden sostenerse por sí mismas, sin los andamios del argumento; si la emoción sencilla, encontrada sin buscarla, no está presente en cada línea, ¿qué es un libro?".
Sin duda, Josefina Vicens continuará diciéndole algo a los lectores hoy, mañana y en muchos años más. Por ejemplo, inspirados en el argumento central de su primera novela, siempre hay que escribir; nunca dejar de intentarlo. En estas lides de la escritura debe pasar lo mismo que nuestra autora, personificada en el malogrado José García, nos recomienda a cada uno: "lánzate a tu vida desnudo, inexperto, inocente. Y sal de ella maltrecho o victorioso. Eso, al fin y al cabo, es igual. Lo importante es la pasión que hayas puesto en vivirla".
Vicens, la creadora cómplice de la palabra escrita que logró plasmar y transformar sus propias angustias en historias poderosas, como la calificó Norma Lojero, es, para mí, la peque más grande.