En el transcurso de una semana, la aprehensión del Mayo Zambada, el desarrollo de los juegos olímpicos de París y la elección presidencial de Venezuela se han sucedido de manera tan rápida y envueltas en las narrativas de medios y redes, que se vuelve difícil captar, desde la perspectiva de nuestro desarrollo como nación, conexiones entre los tres eventos.
Ensimismados en las retóricas antagónicas propias de la polarización que ya el poder consiguió sellar en nuestros imaginarios, la detención de Ismael Zambada, El Mayo, nos ha conducido a tratar de esclarecer si el hecho fue resultado de una traición del Chapito, una intromisión de fuerzas del orden norteamericanas en el territorio nacional y las razones por las cuales el presidente se ha preocupado más por aclarar que las fuerzas mexicanas del orden no intervinieron en ella, que por celebrar la captura del más importante líder del narcotráfico mexicano. Sin duda, todos ellos son temas relevantes. Sin embargo, su discusión nos ha impedido entender que, por su significado y por la forma en la que se llevó a cabo, la aprehensión de Zambada expone el peligroso nivel que alcanzado el empoderamiento del crimen organizado en México.
Embelesados por las imágenes de la inauguración del certamen deportivo más importante del mundo, enfrascados en las disputas sobre la ideología de género y con el espíritu nacionalista inflamado hemos presenciado el espectáculo con la esperanza de escuchar nuestro himno nacional por primera vez después de doce años. No nos hemos detenido a analizar, en cambio, por qué nuestros atletas carecen de niveles competitivos y repiten las actuaciones de otras ocasiones, no carentes de mérito, pero nada sorprendentes.
Polarizados, también, hemos revisado el fraude electoral de Venezuela con mayor atención a lo que sobre él diga López Obrador que a las consecuencias que puede llegar a tener sobre la vida de los venezolanos y sobre la política regional, en la que queda incluido México.
Vistos de manera separada y desde los enfoques de los marcos con los cuales adquieren el carácter de noticias unos y otros perdemos de vista que los tres eventos nos permiten hacer acercamientos críticos a nuestro pasado y a nuestro presente, así como a imaginar escenarios futuros sobre el desarrollo de nuestra vida institucional y nuestro interés por la formación de nuestros jóvenes.
La detención del Mayo es un claro mensaje para México: el negocio del fentanilo genera inestabilidad en Estados Unidos y su gobierno lo detendrá a costa de lo que sea. Apresaron a un delincuente que, con el muy probable contubernio de las autoridades mexicanas, había permanecido oculto por décadas. No discutamos los métodos. Discutamos lo relevante: los Mayos, Los Chapos, los cárteles han crecido porque en los últimos cincuenta años los gobiernos en turno no desarrollaron debidamente el estado de derecho y las instituciones de seguridad correspondientes para evitar que las advertencias y las intromisiones norteamericanas tuvieran que ocurrir. México tiene un déficit terrible en el desarrollo de instituciones democráticas fuertes que ahora cobra factura. No lo hemos querido ver.
En materia deportiva, nos hemos dejado llevar por las acostumbradas versiones que magnifican nuestros escasos éxitos olímpicos y ensalzan las sorpresas y las derrotas con exageraciones de heroísmo. En el proceso, perdemos de vista que la formación de habilidades deportivas de primer nivel en nuestro jóvenes no sólo no avanza, sino que retrocede. Disciplinas en las que brillábamos —gracias a desarrollos institucionales importantes— han dejado de ofrecernos satisfacciones. En cambio, hay destellos en otras en las que poco hemos destacado, sobre todo por esfuerzos individuales. Sin contar a Rusia, pues no participa en la justa, quince países cuyas economías se encuentran entre las veinte más desarrolladas del mundo se encuentran entre los veinte países que más medallas han obtenido en estas olimpíadas. Se suman en esta lista España, Suecia y Noruega, que destacan porque figuran en la lista de los veinte países que más recursos invierten en el desarrollo de sus jóvenes; México está ausente en este catálogo. India, México, Indonesia y Arabia Saudita son los tres países de los veinte poderosos económicamente que no figuran en entre los más exitosos en las competencias deportivas de este verano. Eso sí, México destaca —lamentablemente— en primer lugar de los países en los que hay más injerencia del crimen organizado. Más claro, ni el agua: durante años no se han echado a andar políticas públicas cuyo objetivo sea formar juventudes sanas, fuertes, exitosas, con aspiraciones. No es difícil entender por qué el crimen organizado tiene cada vez menos problemas para reclutar jóvenes. México tiene también un fuerte déficit en la formación de sus juventudes. Tampoco lo hemos querido ver y reconocer.
El descaro dictatorial de Maduro en Venezuela estaba cantado. Él mismo lo había advertido. No contaba, sin embargo, con la inteligente estrategia de la oposición que desnudó su descarada manipulación de los datos electorales. No hay que darle muchas vueltas: toda sociedad en la que no existan instituciones orientadas a frenar la discrecionalidad y los abusos de los poderes está condenada a sumirse en la dictadura de unos cuantos. El golpe de Venezuela es resultado de 25 años de la concentración del poder en el ejecutivo y en el ejército. México vive aún la primera etapa de un proceso que podría terminar pareciéndose al que hoy vive el país del sur. Se están cocinando reformas que sin duda contribuirán a borrar los escasos, limitados e imperfectos —no por ello no significativos— avances que una pujante sociedad civil había conseguido en, por lo menos, unos cuarenta años.
El Mayo, nuestra pobreza deportiva y Venezuela son resultado de debilidades institucionales. En México hemos tomado este camino y queremos correr sobre él. Nuestros déficits institucionales crecerán. No importa que El Mayo haya caído. Surgirán otros y muchos más. El futuro de nuestros jóvenes parece más marcado por el empoderamiento de las organizaciones criminales que por el de instituciones que los formen como deportistas y profesionales que puedan aportar al país y a sus habitantes. Nos seguiremos desgañitando con narrativas de valentía y de espíritus que saben enfrentar la adversidad. Estamos educados en provocar déficits. No lo queremos ver.
Estamos ciegos.