AQUÍ LES CUENTO, lectores, sobre la muerte de Amelia. Hija de Dulce, de Provenza y el conde Ramón III Berenguer, oriundo de Cataluña. Allá por la edad media. Día a día Amelia, la hija de ambos, se marchita. Disminuída en su peso, recluida en su habitación, viendo las blancas paredes, poco a poco se nos va. ¡Ay, señor!, que Amelia muere. Su mirada lánguida es. El amor causa y efecto. Entre todos sus afectos, de quien vino la traición, lo sospechaba, pero no lo quería creer.
EL CORAZÓN SE MARCHITA, como un ramo de claveles. Todos la veían, y nada podían hacer. Ni los mejores doctores. "El corazón se me marchita como un ramo de claveles", decía con languidez. Pero de amor nadie muere, le dicen, con esperanza bruñida. Lo dicen y en coro lo escucha. De amor nadie se muere, ella repetía también. Pero de traición sí, agregaba triste.
AY, AMELIA, ¿qué tienes, mujer? "¿Qué he de tener? La muerte ya está aquí, ha llegado por mí. Algunos lo callan. Muy pocos lo saben. El amor anidó en mi pecho. El amor anida en otros pechos también". Amelia se muere. Languidece. Encerrada en su habitación. Apenas se le escucha su voz. Declina su vida, que auguraba un buen futuro.
AMELIA AMÓ con entrega total. Amó como solo una vez. Y vislumbró futuro de ensueño. Al lado de su marido. Las horas de enamorados parecen volar. Entrelazaban sus manos, y lo sublime el besar. Pajarillos cantan, sonaban campanitas de cristal, como sonidos del cielo. Y era tanto el anhelo, que todos ya lo sabían, de ese amor puro, vislumbraban futuro, en el país de ensueño y dicha. Al fin casados, se disponían a gozar en el amor de la unión.
EL CORAZÓN SE MARCHITA como un ramo de claveles. Atendida por doctores, que eran de los mejores, la cuidaban con esmero. Pero nada podían hacer. Llegado el momento final, la visitaron condes y princesas de los reinos cercanos. Amigos de familia, que bastantes tenían. Al fin le llevaron al cura, para la extrema unción. Pero antes comulgaréis, y luego dirás el testamento. Para que quede todo arreglado. Y evitar pleitos después, y evitar duro tormento por los bienes que estás dejando. Es mejor que por escrito, todo quede bien claro. Al fin le dieron la comunión. Y Amelia, luego de comulgar, empezó a decir, todos en silencio casi sepulcral:
"TRES CASTILLOS a mi hermano Carlos. Tres castillos más a mi menor hermana, para cuando la caséis. No viviré para verla crecer, me duele tanto, porque es mucho hacia ella mi amor. El último castillo, sea para los pobres y también para los gitanos, que buenas personas son. Las joyas a la virgen, madre de Dios. Ay, mi corazón se hace un nudo, como ramo de claveles..."
LAS AMIGAS LLORABAN, sin poderse contener. Amelia, la mejor amiga se iba. Los condes amigos, se contenían, por caballerosidad, también. Pero sus rostros, demudados, mostraban el dolor inmenso, por Amelia, amorosa, y de buen corazón. Que se iba, para no volver. Y en extremo delgada, por la enfermedad. Pero una amiga, muy amiga, entre llantos y gritos fuertes, lo dijo: "¡ella no está enferma. A ella la están matando, con veneno en la comida!" Conmoción en los presentes. Todos quedaron espantados ante tal revelación.
PARA ACALLAR LOS RUMORES. Y creyéndose a salvo. La madre preguntó a la hija, si a ella algo dejaba, de lo escrito en testamento. Nomás por no dejar, de seguro. Y para más emoción, tomóla de la mano. Y Amelia le retiró el brazo, e hizo esfuerzo para mirarla a la cara, y sacó fuerzas de flaqueza, para decir con voz clara, y que todos oyeran: "os dejo, madre, más de lo que merecéis. Veneno me habéis dado. Que hace arder mi corazón. Y todo para quedarte con mi hombre. Madre, me habéis matado".
EL LLANTO DE LOS PRESENTES, en horror se transformó, ante tal afirmación, que aclaraba bien el asunto. La madre trató de negarlo. Pero era todo evidente. "Ay, mi corazón se hace un nudo, como ramo de claveles", fueron de Amelia sus últimas palabras. El testamento había incluido, la acusación a su madre asesina. Y a su esposo, amante de la mamá. Qué cruel destino, y todo por la ambición desmedida.
PARA TERMINAR, porque todo tiene un fin. Al Conde, su padre, acudieron quienes oyeron, para decirle la verdad, sobre la causa de muerte, de su hija tan querida. Y raudo procedió a encarcelar a Doña Dulce, de nombre contradictorio, la infiel, en una fría mazmorra. Para luego ejecutarla en plaza pública, a la vista de todos. Lo mismo al infiel marido de Amelia, para que pague su merecido.