En días pasados en el medio informativo "Más Información", leí un interesante artículo de Rubén Aguilar titulado "Un país angustiado por el miedo": en él nos dice que el miedo y la angustia han permeado a la sociedad mexicana. Es un miedo surgido por la violencia e inseguridad provocada por los grupos del crimen organizado y también se tiene miedo a las autoridades y al ejército, nos dice Rubén Aguilar. También nos dice: "En el país se vive con miedo, aunque en algunos estados más que en otros".
En ese artículo, Aguilar recuerda la nota principal del New York Times del pasado 10 de octubre que dice Sinaloa, "Un estado paralizado por el miedo". Y así como Sinaloa, hay otros estados secuestrados por la violencia y el miedo como Guerrero y Chiapas. En Tabasco se vive con miedo y la gente vive y sale a la calle como si no pasara nada, pero con miedo: ¡Qué les queda! Muchos tabasqueños han emigrado del estado: la violencia y la inseguridad han provocado que muchos se hayan ido a vivir a Yucatán: la Península yucateca está poblada de tabasqueños y de personas de otras entidades.
Observar la magnitud de la criminalidad en el país y la crueldad y saña de que han dado muestras los miembros del crimen organizado nos lleva a reflexionar, aunque no queramos, sobre la capacidad del hombre para cometer actos de extrema maldad y nos muestra la vulnerabilidad y debilidad de los valores humanos sobre los que está asentada nuestra sociedad. ¿Qué se puede esperar de unos hombres que se atreven a descuartizar o quemar vivo a otro hombre?, ¿o de la mujer que recién parió a su hijo y lo golpeó hasta que lo mató? ¿O del que asesina a sus padres o a la familia entera? Una perra no hace eso con sus cachorritos.
Pero el miedo y la angustia, la violencia y el odio no son exclusivos de México; éstos, junto con la extrema inhumanidad y crueldad de que es capaz el hombre, tienen secuestrado al planeta, a los más de ocho mil 200 millones de seres humanos que vivimos en la Tierra.
En el ámbito mundial, desde hace un siglo, encontramos infinidad de ejemplos de la crueldad e inhumanidad extrema, de odio y racismo, de que es capaz el hombre: desde los campos de concentración Nazi de los alemanes hasta el genocidio hoy en Gaza y Palestina. Y al observar tanta maldad nos preguntamos: ¿Será verdad que Dios creó al hombre?, ¿será verdad que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza? (Me acuerdo del filósofo Jenófanes). En torno a esas preguntas el escepticismo ha vivido siempre entre nosotros. No queda más que preguntarnos: ¿O será verdad de que Dios sí juega a los dados con nosotros, contradiciendo a Einstein?
Encajan muy bien aquí, aquellas palabras que escribiera Humberto Eco: "La vida no se rige hoy por el concepto de bien y mal, ni por el concepto de moral, principios e ideales. La vida se rige por el concepto de fuerza y debilidad, inteligencia y estupidez, adaptación o extinción". Tu derecho, nos dice Eco, debe ser ejercido por la fuerza, la inteligencia y estupidez, adaptación a la realidad. Hemos evolucionado, nos dice, a lo largo de millones de años desde criaturas que se aprovechan unas de otras físicamente hasta criaturas que se aprovechan, unas de otras, financiera, moral, psicológica y socialmente".
En 1968, cuando los astronautas estadounidenses llegaron a la Luna se encontraron con un lugar inhóspito, frío y solitario. Desde una de las ventanillas de la cápsula espacial Apolo 8 tomaron varias fotos de la Luna, en busca de una superficie lunar, llena de cráteres, que el ser humano podría pisar por primera vez. Pero el de la cámara ve a los lejos y a través de la negrura del misterioso universo a una pequeña esfera azul, luminosa y brillante: es el Planeta Tierra. Le tomó varias fotos, una de ellas fue nombrada como "La salida de la Tierra"
"Al regresar a la tierra, tres días más tarde, se percatan que habían partido para explorar la Luna, pero que en verdad habían descubierto su propio planeta. Y qué bello es nuestro planeta en la oscura infinitud, nos dice Rob Riemen, filósofo humanista y ensayista de los Países Bajos, pero qué vulnerable es. Qué notable que haya una humanidad a la que le es permitido habitarlo. Y qué incomprensible que el ser humano no sea capaz de vivir en armonía con sus semejantes. Es una forma de locura. Qué necia es su constante destrucción de nuestro plantea: es autodestrucción", nos dice Riemen. Y continuamos con este filósofo.
En ese mismo año de 1968, año en que asesinaron a Martin Luther King y a Robert Kennedy The New York Times publicó en Navidad la foto "La salida de la Tierra". Su periodista Archibald Mac Leish escribió: "Ver la Tierra, como es, pequeña y azul y hermosa en ese silencio eterno en el que flota es vernos a nosotros mismos reunidos como pasajeros de la Tierra, hermanos en esa brillante hermosura en el frio eterno, hermanos que ahora saben que son realmente hermanos".
Ese deseo de hermandad y esperanza fue expresado hace medio siglo y hoy esas palabras nos suenan a un ideal, a un sueño que se esfumó. El mismo ideal, la misma ilusión y afán expresó John Lennon en su hermoso poema y canción "Imagine": "Imagínense a una humanidad donde no haya países, ni guerras, ni religiones, ni posesiones, ni ambición, ni hambre y toda la gente unida viviendo por la paz y el amor". Ese sueño de Lennon nos suena hoy a una quimera igual que el poema de Friedrich Schiller, "Oda a la amistad o a la alegría" y que Beethoven lo volvió un himno coral en la Novena Sinfonía.
Por desgracia esos sueños son solo sueños, la humanidad está hoy más dividida y llena de odio que nunca; y la pesadilla de destruir el planeta no se detiene. Ganó Trump. Nuestro planeta Tierra, secuestrado por fabricantes de armamentos y de genocidios, es nuestro único hogar, nuestra única nave sideral que nos lleva a través del cosmos infinito. Y a esa nave la estamos saboteando.