La elección de la demócrata Kamala Harris o reelección del republicano Donald Trump para la presidencia del vecino Estados Unidos de América, este martes 5 de noviembre, representará formalizar el cambio de ecuación en la geopolítica y los muchos intereses que le vinculan; incluido México, su principal socio comercial que en el contexto de sus propias votaciones reconfiguró la gobernanza, inherente a un radical de cambio al Estado de Derecho, incluso trastocando la división de poderes y al entramado democrático con sus críticas al interior y al exterior.
La atención política, económica y mediática del mundo se centrará todos sus sentidos en lo que acontecerá en la potencia aún más poderosa e influyente; este es el nivel superlativo de relevancia que amerita; habida cuenta la injerencia de una nación con todo que ver en los bloques regiones y organismos internacionales.
Con la recurrente retórica del disruptivo candidato republicano sobre un fraude electoral para justificar una eventual derrota, las votaciones en la nación multiétnica por lo que compete a la candidata demócrata debió centrarse en allanar el camino para ganar el colegio electoral que en medio de competencia parejera le permita dar continuidad al proyecto de un país incluyente y conciliador; contrario al discurso polarizador, de odio, mesiánico y misógino de su oponente. Los estados columpios aun cuando de menor aporte históricamente son determinantes con sus votos.
Independiente de quien resulte favorecido con el resultado electoral, con Kamala Harris o bien con Donal Trump la relación bilateral entre los dos Estados Unidos, de América y Mexicanos, en lo absoluto tendrá un cambio de gran estrés económico, político y social motivado por los agravios diplomáticos y afectación a los intereses de empresariales de connacionales del vecino.
Con 3 mil 152 kilómetros de frontera compartida que van del Monumento 258, al noroeste de Tijuana, Baja California, a la desembocadura del Río Bravo en el Golfo de México, ambas naciones se necesitan; pero por mucho México depende de Estados Unidos al ser destino de poco más del 80 por ciento de sus exportaciones; entre estas agroalimentarias e industriales de todas las ramas.
A casi 31 años de su relación económica antecedida por el Tratado Comercial de América del Norte, transitado desde el 1 de julio de 2020 al Tratado México, Estados Unidos y Canadá, ahora que se avecina la revisión del vínculo nada sencilla será y muchas de las reglas cambiarán con rigidez; sobre todo en el capítulo de telecomunicaciones por el que el Instituto Federal de Telecomunicaciones y la Comisión Federal de Competencia Económica están blindados ante una eventual desaparición de organismos autónomos.
Las recientes reformas constitucionales mexicanas al Poder Judicial que deja en la indefensión la desaparición de la seguridad jurídica de inversiones nacionales y las externas, apuntaladas por la relativa al sector eléctrico que saca de la competencia a los privados, serán parte del centro de las deliberaciones en la revisión al TMEC que desde este 2025 empezarán a tenerse, con el riesgo de una disolución.
El fenómeno de la relocalización de empresas que de origen debía tener como principal destino el suelo mexicano por su estratégica ubicación geopolítica se diluye en la coyuntura de los tiempos y circunstancias, para optar instalarse en Sudamérica; se aleja el último vagón para salir de la precaria «pobreza franciscana» a beneficiarse de una inherente prosperidad de gran impacto socioeconómico.
Indiscutible que la crisis migratoria doméstica, centroamericana y de otras nacionalidades incluso sumadas africanas y asiáticas, además del tráfico de drogas con dominancia del fentanilo son una constante a combatir en cooperación; pero un tema igual con niveles crítico tiene que ver con la gran deuda por el agua.
El Tratado de Aguas Internacionales entre México y Estados Unidos, un acuerdo firmado el 3 de febrero de 1944 que establece cómo se debe repartir el agua de los ríos Bravo y Colorado entre ambos países, es motivo de una marcada pugna en consideración a que del lado mexicano por lo contrario el incumplimiento de lo pactado trae Congo también conflictos internos por parte de agricultores opuestos a que afectando a sus cultivos se le extraiga el recurso hídrico de sus presas, caso Chihuahua.
La Comisión Internacional de Límites y Aguas consigna que al 18 de abril de 2024 México «solo ha abonado 460 millones de metros cúbicos del agua que le corresponde a Estados Unidos, de los 1 mil 728 Mm³ que corresponden al quinquenio, poco más de 115 Mm³ por año».
Para nada será un día de campo la diplomacia entre ambas naciones norteamericanas, aún menos porque de este lado se le otorgan privilegios a empresas chinas, el principal competidor comercial mundial. El gobierno mexicano deberá pensar con la cabeza para gestionar de manera asertiva en el TMEC si quiere mantenerse asociado a su principal mercado.
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