El pasado domingo 1 de diciembre se cumplieron seis años de que el licenciado Andrés Manuel López Obrador asumió la presidencia del país, y también dos meses de que le entregó la banda presidencial a la doctora Claudia Sheinbaum Pardo y cambió su lugar de residencia de Palacio Nacional en el centro de la Ciudad de México a su rancho "La Chingada", ubicado en Palenque, Chiapas, y este par de aniversarios provocaron que en mi mente hicieran acto de presencia dos recuerdos que tenía ahí almacenados.
El primero se remonta al día en que la Cámara de Diputados federal se erigió en jurado de procedencia para concretar el desafuero del entonces jefe de gobierno de la capital del país, y es que el jueves 7 de abril de 2005 se llevó a cabo la sesión en donde los legisladores federales liderados por el actual senador ex priista Manlio Fabio Beltrones, cumplieron a cabalidad la instrucción girada desde Los Pinos para ponerle una gran piedra a López Obrador en su camino hacia la candidatura presidencial, y con ello favorecer a la integrante femenina de lo que en aquel entonces se hacía llamar "La pareja presidencial": Martha Sahagún. Pero la esposa de Vicente Fox no alcanzó la candidatura del Partido Acción Nacional, y a López Obrador lo hicieron perder el proceso electoral de 2006 a través de siete votos: los emitidos por los entonces magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que le dieron el triunfo al candidato del PAN y quien luego diría una de las expresiones que forman parte de la antología del disparate de la política nacional: "Haiga sido como haiga sido", dijo Felipe Calderón y con ello justificó su arribo a la casa presidencial.
Y se me vino a la mente este recuerdo y con él el hecho de que seguí en vivo dicha sesión a través de la señal del Canal del Congreso, y cuando el todavía jefe de gobierno hizo uso de la palabra para exponer sus alegatos (así se le llama en el argot judicial) a su favor, imaginé aquella escena que Gabriel García Márquez describe en "Cien años de soledad", y entonces me dije que vivíamos en un pleno realismo mágico en donde México, DF, se había transformado en Macondo, DF, y que López Obrador cual coronel Aureliano Buendía estaba frente al pelotón de fusilamiento compuesto por poco menos de quinientos diputados federales. Y de inmediato repetí de memoria la postura política de Aureliano Buendía convertido en López Obrador: "Si hay que ser algo sería liberal, porque los conservadores son unos tramposos".
El segundo recuerdo se remonta a casi dos siglos de distancia, a aquella carta fechada el 25 de junio de 1829 en la cual Guadalupe Victoria le reitera una promesa a Vicente Guerrero, a la vez de que le pide un permiso y le da a conocer su estatus. 1.- La promesa que le reitera es "retirarme de toda clase de intervención en todo negocio público"; 2.- El permiso que le pide es "marcharme a mi hacienda de Jobo situada en el estado de Veracruz"; 3.- Y sobre el estatus que guardaba el ex primer presidente de la naciente república mexicana a dos meses y medio de haberle entregado el poder al segundo presidente del país, era ser "un simple ciudadano que se precia como un título de honor y de gloria".
Así, entonces, repito que el pasado domingo 1 de diciembre se cumplieron seis años de que el licenciado Andrés Manuel López Obrador asumió la presidencia del país, y también dos meses de que le entregó la banda presidencial a la doctora Claudia Sheinbaum Pardo y cambió su lugar de residencia de Palacio Nacional en el centro de la Ciudad de México a su rancho "La Chingada", ubicado en Palenque, Chiapas, asumiendo su estatus de ciudadano.
*Escritor. cadenacardenasjavier@gmail.com