Andrés Sandoval Moheno llegó al mundo para moverlo: a una corta edad ya pateaba cualquier objeto esférico en las ca- lles de Macuspana.
Nació un 18 de junio de 1950 y a los pocos días el balón ya rodaba en Sao Paulo, Río de Janeiro, Belo Horizonte, Recife, y se oían —por la radio— los goles del carioca Ademir. Nació en el 50, a la mitad del siglo XX, año en que Uruguay ganó el campeonato mundial de fútbol al poderoso Brasil y en su casa: el estadio Maracaná.
Estas fiebres por ganar campeonatos entre países, Andrés comenzó a dimensionarlas y comprenderlas hasta los siguientes mundiales, sobre todo, el disputado en Suecia 1958; o en la adolescencia, el celebrado en Chile 1962. Sin embargo, el de México 1970 —en plena juventud— lo hipnotizó, lo hechizó, porque fue el mundial de Pelé y Sandoval tenía 20 años. Estaba en la puerta de la juventud.
Ya desde la Educación Primaria, en la escuela Emiliano Pérez Rojas, de la colonia Belén, Macuspana, Andrés Sandoval Moheno mostraba sus habilidades con la pelota. Se movía en cualquier posición de la cancha como un escualo en el mar. Durante unas horas, la pateaba en las inmediaciones de la escuela; en otras, en los campos de la localidad: se desplazaba en cualquier espacio, pero con los años se definió por la defensa central y como lateral izquierdo.
En Belén cedía la pelota a Chico Flores, El Peludo, El resbalón, El tequila, El Chicolín, y estos a su vez, le regresaban aquel esférico duro, aunque "el mejorcito" para la época. Juntos eran orden, goles y festejo, y eran, ante todo, el Real Belén.
Como todo deportista y aspirante a una profesión, emigró a la capital de Tabasco. Se estableció en la colonia Nueva Villahermosa donde comenzó a sobresalir por su destreza de pegarle con ambos pies. Con 52 kilogramos, unas 114 libras, entre un peso pluma o ligero en términos boxísticos, así comenzó su carrera profesional, es decir, entre la disciplina y la constancia para mostrar el carácter en los campos villahermosinos.
Por su complexión, los compañeros de equipo pronto olvidaron su nombre —el de Andrés— para decirle, desde entonces, "el flaco". Cuántos recibieron en México el mismo mote en el siglo XX: el flaco Guzmán, el flaco Ibáñez, el flaco de Oro (Agustín Lara), o el flaco Alberto Macías Hernández, ex jugador del Toluca nacido en 1969, año en que Sandoval Moheno ya estaba barriéndose y ordenando la defensa en las unidades deportivas de la capital tabasqueña.
En 1975, cuando el flaco arribó a la Nueva Villahermosa, y después de haber vivido 15 años en Macuspana, destacó como un central y zaguero del equipo Cosmos; un trabuco que competía con otros clubes de tradición en distintas colonias de la ciudad capital. Cayó tan bien en Cosmos, que Garrido —armador del equipo— lo nombró capitán. Aquí permaneció un trienio y fueron "unos años maravillosos". Luego emigró de este
club, pero siguió jugando en la Liga "Carlos Alberto Madrazo". Corría el año de 1976 cuando un buscador de talento llegó a Villahermosa. Se trataba de Raúl "el Willy" Gómez, ex jugador de Chivas y de la Selección Nacional. Su misión era elegir y convencer a muchachos habilidosos para que probaran en el club Tiburones Rojos de Veracruz, comenzando desde el equipo inferior, pero con amplias posibilidades de ir escalando hasta llegar a la primera Liga. Los intentos de convencerlos fueron en vano, porque el salario prometido era menor a lo que ya percibían en Tabasco. Él, por su cuenta, tomó la decisión al valorar lo que perdería en estas tierras, sus tierras, en caso de
emigrar al puerto veracruzano.
A manera de contexto, si partimos de que Andrés Sandoval
Moheno habría jugado para el primer equipo jarocho, es casi un hecho que Tiburones Rojos habría consagrado a un gran central. Pero la historia fue otra.
Durante la campaña 1977-78, este equipo mostró solidez en los juegos disputados en el estadio Luis "Pirata" Fuente, don- de el club local ganaba goleando a equipos de tradición como América y Cruz Azul. El flaco tabasqueño habría jugado con el argentino Jorge Coch, poseedor de un "temible disparo" de pierna derecha; con Ángel Salazar y Daniel Báez, quienes venían de las selecciones preolímpicas; y con los sudamericanos Rico Herrera y Enrique del Val, de acuerdo con reseñas deportivas. Sin embargo, nunca se arrepintió de la decisión porque privilegió a la familia. En cambio, en el marco de este recuerdo, solo le quedó el mote de "Tiburón", un escualo que supo marcar a los delanteros asechándolos siempre, dándoles aletazos de marca, en las canchas de Tabasco.
Con los años, su constancia lo mantuvo en el campo de acción, no solo como futbolista, sino también en su papel de entrenador, destacando por su amplia visión deportiva, y con los años maestro de varias generaciones de jalpanecos en diferentes disciplinas (baloncesto y voleibol), generaciones a las que trasmitió pasión por los juegos.
Cuando empezó a radicar en Jalpa de Méndez, el fiel seguidor de Pumas, conoció a los futbolistas de la región: a los her- manos Domínguez Vázquez, a David Olán, alias Davicillo, al Abuelo, al Zurdito, al Torombolo, entre otros, y a los equipos de tradición en el viejo circuito: La Candelaria, Aborigen, Li- verpool y Galenos.
Su trayectoria es amplia, siempre se capacitó, enseñó, gestionó y cosechó: 25 distinciones de diferentes instituciones, 16 nombramientos, donde se destaca como director deportivo en Jalpa, y como jugador se mantuvo activo de 1964 a 1985, transitando entre el futbol, el baloncesto y el voleibol, y moviendo al mundo a través de una pelota.
Nota:
El 9 de diciembre de 2022, el Club de Futbol Veteranos "Da- vid Olán Domínguez", y Romeo Cerino como enlace, le rindie- ron un homenaje a Andrés Sandoval Moheno en la ciudad de Jalpa de Méndez. Estas líneas, leídas entonces por el autor, se comparten ahora con los lectores de Diario Presente.
@Librodemar