En estos últimos días han causado revuelo las imágenes que difundieron en sus redes sociales Samuel García, el gobernador de Nuevo León, y su esposa, la influencer Mariana Rodríguez, exhibiendo a un bebé que el DIF de ese estado les dio en adopción por un fin de semana.
Por un lado, muchos de sus seguidores han aplaudido el acto y no son pocos los que han declarado que lo replicarán. Por otro, opositores de la pareja y defensores de los derechos humanos han criticado la “adopción” alegando violaciones a las leyes mexicanas referentes a la adopción y la trata de personas. Independientemente de que las investigaciones pertinentes determinen si la pareja violó o no leyes y si se hacen acreedores, o no, a sanciones de algún tipo, el hecho nos obliga a detenernos en él como un acto político y analizar las razones por las que ocurrió y los significados que tiene para nuestro escenario público actual.
En primera instancia, el hecho se presenta como una más de las excentricidades de la pareja. Recordemos que él concedió hace un tiempo una entrevista a medios regiomontanos con la intención de posicionarse como sujeto de la élite económica, carente de registros de diferencias sociales. Lo consiguió. A partir de ahí se convirtió en el personaje que, con la ayuda de su esposa, lo proyectaría a la gubernatura regia. Ella, por su parte, se ha ocupado de promover a su esposo y a sí misma dejándose humillar por él y haciendo gala de caridad e inocencia, cortándose el pelo y disfrazándose. Pero este hecho es algo más que una ocurrencia de una pareja “carente de sensibilidad”. Es un acto político que buscaba viralidad. Hoy la mayoría de los ciudadanos mexicanos habla de esa adopción y tiene perfectamente ubicada a la pareja. Eso era precisamente lo que ellos pretendían. Samuel tiene claro que la gubernatura neolonesa es sólo un primer escalón en su carrera política. Sin duda, proyecta su personaje hacia una candidatura presidencial. El contexto de degradación que desde tiempo atrás experimenta la política mexicana abona a su favor. Desde esa perspectiva, preocupan varias cosas.
Una. Samuel se proyecta hacia la presidencia no a través de propuestas de gobierno que marquen diferencia y crítica al gobierno actual, sino, peligrosamente, reproduciendo su lógica retórica: lo que importa es ser visto, no importa qué se diga o de qué manera se atraiga la atención; lo importante es la visibilidad y estar en boca de todos. Su estrategia, pues, nos hace ver que la política-simulacro ya ha echado raíces y que llegó para quedarse.
Dos. Con la reproducción de esa lógica, Samuel reafirma el subyacente discurso de la posverdad. Los hechos no son otra cosa que lo que se dice y se ve; los otros datos. Samuel y Mariana aparecen como seres sensibles y cariñosos. A nadie importa qué beneficios habrá acarreado al pequeño haber estado en el hogar de esta pareja por un fin de semana para después regresar al albergue en el que ha estado desde tiempo atrás. Tampoco importa si Samuel y su esposa sólo mostraron su bondad con el niño en brazos durante el tiempo que las cámaras y el público presenciaba el acto de supremo cariño. ¿Quién se hizo cargo del pequeño cuando no había público? ¿Mariana y Samuel? Lo dudo. Lo más probable es que el bebé haya sido cuidado por el personal que los atiende a ellos. Pero eso no importa; lo relevante es que las cámaras los vieron cargando al niño y las imágenes circularon profusamente por las redes sociales.
Tres. Samuel parte de la polarización existente y se vale de ella para proyectarse como el representante de quienes, por un lado, aborrecen al presidente y a sus decisiones y, por otro, a la generación Millennial, generación para la cual la socialidad ha ocurrido desde y en el mundo virtual y para la cual la viralidad es un valor social en sí mismo y de primera relevancia. De esa manera, el gobernador regio no entiende la polarización como un peligro, sino como una extraordinaria oportunidad de éxito. Persigue capitalizarla y muy probablemente lo consiga.
Preocupémonos y preparémonos, porque la adopción de fin de semana no es sino sólo el principio de la construcción de una candidatura que tendrá tantos vacíos como likes y reproducciones en las redes sociales.