La etapa de precampañas ha arrancado y la aparición de Samuel García en el escenario ofrece un panorama diferente al que hemos tenido hasta ahora.
Durante un buen tiempo el presidente monopolizó el debate sobre la sucesión a través del espectáculo de sus llamadas "corcholatas", dirigiendo los reflectores hacia su candidata y domesticando el interés electoral ciudadano. A los suyos, los alineó; a los opositores los desarmó y desanimó. La ciudadanía, en general—una parte con entusiasmo desbordado; otra, con resignación y enojo—terminó por aceptar que Claudia sería la abanderada oficial y sucesora. La defensa de Claudia como la mejor opción para gobernar y el claro control de López Obrador sobre ella constituyeron las fronteras de la conversación pública.
Un desplante de intolerancia, concretado en un acto autoritario—negarle a Xóchitl Gálvez su derecho a réplica—forjó de golpe una candidata opositora que ni las mismas fuerzas opositoras habían identificado. Xóchitl, de inmediato se convirtió en la gran esperanza, gracias al bombardeo diario del presidente. Los opositores de inmediato abrazaron a la irreverente mujer que, sin temores, respondía a las agresiones diarias del presidente. Los seguidores del presidente replicaron repitiendo las descalificaciones que eran dictadas a diario desde el púlpito. El debate se amplió. Aparecía ya en él la posibilidad del cambio; la disidencia, la réplica, la denuncia dieron vuelco a una agenda pública monótona, aburrida y controlada desde el poder. Si bien la conversación pública adquirió un nuevo perfil no por su naturaleza se modificó; prevaleció, pese a todo, el estilo presidencial. El presidente agredía y Xóchitl, feliz, rebotaba la agresión con más estilo y mayor agudeza. El Frente, también de manera inteligente, armó su "búsqueda de coordinador(a)" y consiguió fortalecer a Xóchitl.
Esto fue aprovechado por Marcelo Ebrard. Levantó la voz, acusó favoritismos oficiales hacia Claudia. Así, la oficialidad recuperó el control de la discusión. López Obrador resolvió, de nueva cuenta con mucha inteligencia, abriendo la competencia al nombrar seis posibles candidatos. Habría encuestas. Xóchitl perdió visibilidad. La recuperó Claudia, si bien cuestionada ahora desde dentro. Los temas de conversación y análisis volvieron a ser los candidatos oficiales. Ebrard fue el actor más visible; de poco le sirvió. El presidente se decantó por quien había elegido desde siempre. Ebrard, sus aspiraciones, sus temores, sus incapacidades y su decisión fueron los temas salientes. Frente a eso, la oposición perdió energía y empezó a dudar de la capacidad de Xóchitl para convertirse en su heroína. Las divisiones internas del Frente y la poca claridad sobre sus procesos para definir candidaturas han contribuido a que sus seguidores no vean claro el futuro de Xóchitl y del Frente. La difusión de encuestas que presentan a Claudia con una ventaja que parecería irreversible no abonan en el ánimo opositor.
Y, ahora, al arranque de las precampañas, Samuel García es quien atrae los reflectores. Irrumpe de manera que merecerá muchos análisis. Habrá que prestar especial atención a su énfasis en "la novedad". Llama la atención que se presente proclamando novedades alguien que podría capitalizar el temor patriarcal suscitado por las candidaturas de dos mujeres. Alguien que, al igual que todos los políticos tradicionales, se hace acompañar por su esposa, si bien es porque uno de sus principales valores es la popularidad obtenida por Mariana, su esposa, como influencer. Claudia arrancó repitiendo su ya repetida adhesión al proyecto lopezobradorista. Sabedora de que la estructura le podría garantizar el triunfo, no se atreve a romper el guion que le han impuesto desde Palacio. Condenó la corrupción que la cantaleta presidencial ha condenado. Maldijo al neoliberalismo repitiendo todos los adjetivos negativos que el presidente le ha endilgado. El país ha cambiado, dijo, pero hace falta mucho más. Ese "mucho más", tan ambiguo como inasible, es lo suyo. Xóchitl hizo lo que le corresponde: descalificar al oficialismo. También ella repitió lo que ha repetido. Hace falta capaz. Debemos retomar el camino perdido.
Ahí reside la novedad ofrecida por Samuel: descalifica por vieja a la política tradicional. Es una oferta que no hay que desdeñar, por dos razones. La primera: encaja perfectamente en los discursos antisistema que circulan por todo el mundo y que atraen a una ciudadanía cansada de promesas incumplidas, de políticos acartonados más preocupados por intereses propios que por servir. La segunda: es el primer candidato de la era digital que hace su aparición en el escenario político. Con mentalidad TikTok (imprescindible ver su video "Fosfo Fosfo"), con la certeza de que los mensajes breves, las imágenes y la mercadotecnia son los elementos fundamentales a través de los cuales se construye simbólicamente la realidad hoy en día, Samuel podría conseguir convencer a un porcentaje del electorado que podría ser más alto que el que de entrada se le concede. Más allá de si es una creación desde el poder para dividir el voto opositor (amigos encuestadores me aseguran que quitará votos a las dos candidatas, no solamente a Xóchitl), habría que despegar nuestros ojos de la coyuntura. ¿Debemos identificar en Samuel a los personajes que en el futuro cercano—léase las elecciones del 30—dominarán la escena política? ¿Influencers, millennials y ultraconservadores (no olvidemos ni perdamos de vista a Eduardo Verástegui) conformarán la nueva generación de actores políticos en México? ¿La conversación política—y la política misma—estará dominada por imágenes, colores, monosílabos, mensajes pensados en términos de tiempos limitados, breves?
El tiempo nos dará la respuesta.