La lealtad es un término que no encaja en una sola definición. Sus acepciones pueden ser diferentes y por lo mismo también las maneras de asumirla. Por ejemplo, encontramos lealtad o fidelidad a los valores morales, a la conciencia, al compromiso asumido, a una causa y a las personas. Dependiendo de cada situación es posible identificar lealtades férreas y verdaderas, o lealtades falsas e interesadas.
Como los sentidos pueden ser diferentes, voy a referirme al tipo de lealtad clasificado como partidista, según Simon Keller, en su libro “Los límites de la lealtad”. Lo haré a través de la siguiente historia hipotética:
Imagina que sientes una especial lealtad por un determinado candidato, a quien le pondremos el nombre de Mafaldo, como Mafalda, pero en masculino. Tal vez, siempre has sentido afecto y admiración por él, quizá porque hizo algo grato para ti, o tal vez porque eres de la misma ciudad.
Resulta que en una fiesta algunos de los invitados hablan mal de Mafaldo y lo acusan de ser un mal candidato. Tú discrepas con ello y como es alguien cercano a ti, a quien le debes agradecimiento y confianza, decides salir en su defensa. Es natural pensar que con esa forma de proceder, dando la cara en un ambiente hostil, estás siendo leal a Malfaldo, porque de lo contrario serías desleal al permitir que se ensañen contra él sin hacer nada.
Aquí viene algo interesante: tu lealtad hacia Mafaldo es o debería ser, implícitamente, lealtad hacia el objeto de tus propios intereses, por cuanto se supone que existe con él una relación basada en la confianza mutua. No obstante, este argumento es debatible, sobre todo al entrar de por medio otros tipos de lealtades, como lealtad de conciencia o también de convicciones. Pero no olvides que aquí estamos hablando de una forma de fidelidad concreta y aplica un principio básico: el peso de una lealtad no puede determinarse al margen del contexto en el que se ejerce.
Parece generalizado el consenso acerca de que tus lealtades muestran quién eres o dicen mucho de la propia persona, aunque los casos deben tratarse de manera particular porque los enfoques varían. Así, es posible que si alguien no profesa el tipo de lealtad partidista mostrado en el ejemplo anterior continúe siendo la misma persona, incluso leal a su conciencia, a su identidad o a sus ritos, pero en el campo específico de sus relaciones en la política su conducta siempre será discutible y poco confiable.
Vaya, podemos agotar páginas y más páginas tratando el tema, por lo complejo de su naturaleza. Yo siempre he pensado que la discusión no puede desligarse de lo emocional; se mueve más en ese plano que en el racional. Eres leal a algo o a alguien porque te atrae una especial conexión que compartes.
Solo para darse una idea de la diversidad de apreciaciones que la palabra lealtad motiva, lea estas definiciones:
Es un patrón de conducta, afirma Simon Keller. Es estar dedicado al bienestar individual de alguien, sostiene Philip Pettit. Consiste en la predisposición a tomar los intereses de los otros como propios, apunta R.E. Ewin. O como decía Aristóteles, es un término medio entre dos errores: entre el servilismo y la deslealtad.
Recomiendo un libro: “La filosofía de la lealtad”, de Josiah Royce, quien en 1908 presentó un concepto distinto hasta el que entonces se había concebido sobre esta palabra. Para Royce, la lealtad era una virtud primaria, el apego voluntario de una persona a una causa o a otra persona, un compromiso incondicional, “el corazón de todas las virtudes, el deber central entre todos los deberes”. Un principio moral básico del que se pueden desprender muchos de los demás principios.
Volvamos al comienzo: hay diferentes cosas a las que puedes ser leal y diferentes formas en las que puedes ser leal. Pero nunca olvides que pese a cualquier circunstancia que enfrentes, si aún permaneces con vida, solo alguien es capaz de profesarte lealtad a toda prueba: tu sombra.