Retrocediendo en el tiempo, hace 54 años en 1966, mi secretaria me pasó una llamada de mi apreciado maestro, de grata memoria, don Ramón Neme Castillo, quien me invitaba a una cena en su club ese jueves, y desde luego acepté esa honrosa llamada.
Y me presenté en lo que fue el Casino Rotario, en la céntrica calle de Carranza, con su salón de secretaría, biblioteca y exposición de banderines, espacio para juntas y otro donde se reunían aparte las señoras. La reunión amena, con cena de varios tiempos y un pequeño bar.
En la reunión, los socios, señorones de nuestra ciudad en aquellas fechas: a más de don Ramón, Don Ramiro Chávez, Don Carlos Compañ, los doctores Fausto López y José Ma. Rodríguez, el notario Roque Camelo y Vega, el Ing. Heberto Membreño, don José León Castillo, don José Matus, el notario Florizel Péreznieto Priego, el banquero Miguel Vélez Corona y otros.
La invitación se repitió tres jueves seguidos, y a la cuarta, don Ramón , trayendo en la mano unos papeles, me dijo que quería platicar conmigo, y presagiando el fin, me le adelanté y le dije: “mire maestro, vamos a ahorrar tiempo y dígame donde firmo y paso con el tesorero”.
La realidad es que me convencieron las reuniones de las señoras y vi una excelente oportunidad de que mi esposa, recién llegada de la ciudad de México, se relacionara e hiciera un grupo de amistades.
El club era muy activo, y me agradó mucho la ética que practicaba. El 50% de las cuotas de ingreso se destinaba por sistema a la Fundación Rotaria, que repetían era materia únicamente de los bolsillos de los rotarios, y agregaban que si de alguna forma pedíamos recursos a la comunidad, teníamos que devolver escrupulosamente acrecentados esos recursos a la comunidad.
Y como mi oficina se encontraba en la misma calle de Juárez que la Farmacia La Mejor, al pasar por ella don Ramiro me llamaba y nos sentábamos en unos sillones que tenía en el área del público, siempre con una plática amena. Y don Ramiro me empezó a pedir que aceptara ser el Presidente próximo del Club y yo a decirle que era nuevo, que no conocía a fondo Rotary, hasta que en una ocasión me puso el ultimátum de que si no aceptaba, le iba a decir al Lic. Leobardo Lozano Benavides, delegado del IMSS. Y le dije, excelente elección.
Y en la siguiente reunión elegimos a Leobardo, quien al aceptar me dirigió unas palabras y pidió que fuera su secretario, lo que con gusto acepté. Semanas después cambiaron a Leobardo a Cuernavaca, y entonces elegimos a un rotario excepcional, don Juan Trujeque Aguilar, más que mi amigo, mi hermano, del que sigo lamentando su reciente ausencia.
Y aquel año rotario 1967/1968 fue tal vez uno de los mejores que ha tenido el Club Rotario de Villahermosa. Se ingresaron a más de 25 nuevos socios, pero con todas las de la ley. Con un mínimo de 4 asistencias previas, la calificación del Comité de Socios, en cuanto a su moralidad y del Comité de Clasificaciones que calificaba su principal actividad, y finalmente todos los socios firmaban de enterados una circular en que se daba un plazo de 10 días para poner alguna objeción ante la Directiva por ese nuevo ingreso.
Fue un año de una intensa actividad y a pesar de lo chico de Villahermosa en aquel entonces, alojamos en nuestras casas a 56 extranjeros en un gran evento internacional que tuvimos.
Solamente éramos un club, pero compensábamos asistencia en Pichucalco, Teapa, Frontera, Coatzacoalcos y hasta en Minatitlán. Tuvimos 10 reuniones 100% ese año, y el Dr. Fausto López me dijo después: “mira Ferdusi, desde que me pasaron a buscar a mi casa para ir a compensar a Pichucalco, juré no volver a faltar al club”. La asistencia promedio del club fue del 84.08% ese año, una alta participación de que pocos clubes pueden ufanarse.
Un año inolvidable, y aquí rindo un emocionado recuerdo a don Juan Trujeque, un hombre que supo dejar huella, por su rectitud, dinamismo, liderazgo, honestidad y sobre todo como consumado jardinero de la amistad.