Puede decirse que en todo el mundo los procesos de sucesión del poder gubernamental, sean presidentes o primeros ministros y hasta reyes, revisten serios conflictos entre las fuerzas políticas. Tal condición se agudiza en el caso de la existencia de fuerzas con alto grado de dominancia, como es el de México y de Morena. En algunos casos se opta por la reelección para evitar el conflicto o, por lo menos, diferirlo, que no es el caso de México por mandato constitucional y por plena decisión del actual presidente y líder político.
Titulo esta colaboración como reflexiones porque confieso no poder tener una opinión propia y definida. Quienes a esto de opinar nos dedicamos tenemos que acudir a experiencias previas y a parámetros establecidos. Lo que hoy se vive en México es inédito e insólito. Ver la realidad actual con mentalidad antigua sólo deriva en confusión y error; más aún cuando durante demasiado tiempo el sistema político cimentaba una de sus patas en la no reelección y en la facultad meta constitucional del presidente de designar a su sucesor; desde el año 2000 eso ya no pudo permanecer, pero aún hay polvos de aquellos lodos.
El Presidente López Obrador ha acotado su intervención exclusivamente a recomendar (instruir) a su partido la aplicación del método estatutario de la encuesta para definir la candidatura presidencial y a asumir personalmente el ser garante de la transparencia y la legalidad del procedimiento, sin cargar dados en beneficio o perjuicio de los aspirantes a la nominación. El asunto es de extremada importancia puesto que el o la nominado será, a no dudarlo, el sucesor (a). Mi única opinión es en el sentido de tener plena confianza en Andrés Manuel López Obrador.
Una primera reflexión. Tres de los cinco aspirantes pertenecen al equipo inmediato del Presidente (dos secretarios del gabinete y una jefa de gobierno de la capital) los otros dos son legisladores: un senador líder de la bancada de MORENA y un diputado sin partido pero propuesto por el Partido del Trabajo como partícipe de la coalición gobernante. En ningún caso se trata de un dirigente actual o anterior de algún partido, como sí fue el caso del propio AMLO. En esta materia hay cierta reminiscencia del pasado priísta. No es el dedo presidencial pero sí la mano con cinco dedos. Pensando en futuras condiciones advierto que no me gusta, distorsiona la operación administrativa de los aspirantes, confunde respecto del uso de recursos públicos y no permite conocer la capacidad de liderazgo propio del aspirante por el hecho de ser un subordinado a ultranza.
Otra reflexión se refiere a la manera de entender la encuesta, que es un ejercicio estadístico sobre una muy pequeña porción del universo, 10 mil encuestados a lo sumo. Cuál será el peso relativo de los sectores sociales, para el caso del proyecto de transformación, 9900 participantes en la muestra tendrían que pertenecer al sector popular depauperado: ni modo que el encuestado tenga teléfono sea fijo o celular, o domicilio reconocible en la Guía Roji. Cuidado con una encuesta ignorante del México profundo, el error sería catastrófico.
Yo me he manifestado por un aspirante, Noroña, en el remotísimo caso de ser encuestado, simplemente por reconocerle capacidad de convocatoria y liderazgo. Esta condición no se logra con los kilómetros de bardas o espectaculares de elevado costo monetario de otros aspirantes. No creo en la magia encuestadora que mida esta capacidad que, por cierto, es la única indispensable para acercarse a reemplazar al Presidente López Obrador. Los tiempos por venir serán en extremo conflictivos; las caras bonitas o las eficiencias administrativas no serán útiles a la hora de combatir a la ultra derecha mundial volcada sobre nuestro país.
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