En México, con la cuarta transición, quedó claro que el diagnóstico del nuevo gobierno fue que en cultura, educación y ciencia (a pesar de la corrupción demostrada) no estábamos tan mal y que no era una de las urgencias nacionales frente a la gran desigualdad social. Sin embargo, se mantuvieron los presupuestos de las universidades y de Conacyt, y se activó un importante programa de promoción editorial y de la lectura y talleres locales, que finalmente paró y descarriló la pandemia.
A nivel estatal, por ejemplo, en Morelos se unió el Instituto de Cultura a la Secretaría de Turismo y hubo inmovilidad en este rubro. En Tabasco, durante los primeros 3 años se siguió un proyecto inspirado en el de González Pedrero e incorporando los nuevos programas federales. Pero con el cambio de gobierno a medio sexenio, la política cultural en Tabasco se realizó con criterios totalmente patrimonialistas y neoliberales, llegando a cobrar a los artistas el uso de la infraestructura pública y a privilegiar el traer del extranjero a los amigos del Secretario.
Sin embargo, como resultados inesperados en ambos estados, a pesar de la precarización de los creadores, el panorama actual es el de múltiples iniciativas colectivas independientes de parte de grupos tradicionales, populares y de la “sociedad civil”, que ahora, desde su autonomía, podrán relacionarse y exigirle -como lo han venido haciendo-, a las autoridades culturales que le den buen uso al presupuesto y generen y apoyen actividades, además de revertir la precarización. Esto resalta sobre todo en Tabasco donde eran muy pocas las iniciativas independientes y donde casi siempre ha dominado en todo el patrimonialismo (el uso privado de las instituciones públicas).
Con una mayor iniciativa social manteniendo las organizaciones independientes se reduce el poder de los funcionarios y se democratiza por vía de iniciativas, propuestas y acciones el campo cultural. Los funcionarios ya no pueden decidir todo sino que se ven obligados a dialogar, escuchar, decidir políticas y apoyar actividades que no surgen de su interés o caprichos.
Un ejemplo temprano de estas posibilidades fue el proyecto del “Tesoro de Tamulté” fundado en 1988 y que diversificado persiste tanto con la obra de ya reconocidos pintores, sus clases en diversas instituciones y sus diversas “casas de cultura”, talleres y escuelitas en el propio poblado.
En un inicio para este proyecto se le pidió al estado apoyo para una escuela de pintura. Pero mientras hacíamos el trámite se nos comunicó que una condición ineludible era que los maestros y el director pertenecieran al SNTE y que no hubiera profesores extranjeros. Y el proyecto justamente se basaba en propuestas de un profesor cubano (Leandro Soto) invitado originalmente por Julieta Campos. Pero descubrimos que las nuevas políticas neoliberales de la UNESCO permitían incorporar asociaciones de la “sociedad civil” que podían ser apoyadas tanto por los gobiernos como por instituciones privadas. Es decir, le dimos la vuelta tanto al régimen de control político del gobierno de entonces, como al propio principio de privatización neoliberal, pero con el sentido liberal de que los sujetos son los individuos libremente asociados (en este caso 5 familias) y no una empresa.
Mi conclusión tanto para Morelos (donde la sociedad civil es más madura y experimentada, aunque vive bajo la amenaza cotidiana de la violencia) como para Tabasco, el futuro posible es evitar desmantelar estas asociaciones e iniciativas autónomas y buscar nuevas formas de relacionarse con los nuevos funcionarios, obligándolos a cumplir sus funciones pero sin subordinarse a ellos. FIN (El autor es académico e investigador de la UNAM. Activista. Ha ejercido diversos cargos en Tabasco, entre otros el de director de “La Voz de los Chontales”, Radio INI en Nacajuca)