Claudia Sheinbaum se convertirá en la primera mujer en ocupar la presidencia de México. Habrá que celebrarlo porque su presencia en el poder contribuirá a socavar nuestra añeja cultura patriarcal. No obstante, su presidencia podría ser el inicio de una etapa política en la que la concentración del poder en una persona podría generar un sistema de relaciones sociales más complicado que el que resultó de la hegemonía priista de 70 años. Si el autoritarismo priista surgió del proceso de modernización de una sociedad con bajos niveles de complejidad, sobrevivió gracias a la cooptación y sucumbió ante el fortalecimiento de una sociedad civil caracterizada por la diversidad y la complejidad, el autoritarismo de Morena transitaría por un proceso inverso. Se habría construido frente a una sociedad civil en proceso de fortalecimiento—resultado de una evolución de la complejidad social—mediante la destrucción de instituciones y la imposición, que no la cooptación ni la negociación, como instrumentos de consolidación.
Si al final del proceso de contabilidad de votos, el instituto electoral confirma la mayoría calificada de Morena en el Congreso, el cambio de régimen estará cantado. Las modificaciones a la Guardia Nacional, a la Suprema Corte y a la Constitución podrán programarse sin tener que negociar o hacer concesiones ni a partidos ni a actores ubicados fuera del sistema político. No obstante, hay condiciones en el entorno que podrían mover a Claudia a, por lo menos, postergar el avasallamiento.
La situación financiera del estado, por ejemplo. Ella sabe que las condiciones que rodean la inauguración de su mandato difieren de aquellas que permitieran a López Obrador conducirse con irresponsabilidad. Las arcas plenas de reservas que el todavía presidente recibió de Peña Nieto están, hoy, prácticamente vacías. Tampoco existe un catálogo de fideicomisos que pudieran ser considerados tesoros a conquistar. Por eso envió a Ramírez de la O a hacer frente a la negativa reacción que presentaron los mercados, ante la noticia de la posibilidad de que gobernará con mayoría calificada. El mensaje con promesas de estabilidad del secretario y el aviso de su continuidad en la cartera amainaron la intranquilidad de los inversionistas.
La futura presidenta sabe que para sostener los programas sociales y echar a andar sus propuestas de desarrollo económico requerirá de fuertes inversiones que el estado será incapaz de cubrir, aun con endeudamiento. De esa manera, tiene claro que le conviene arrancar con una relación de buenos términos con la iniciativa privada, a la vez que garantizar seguridad a los inversionistas extranjeros. La necesidad de permanecer en el T-MEC le exige, también, un acercamiento amable con los sectores agropecuarios e industriales. La recuperación y el fortalecimiento de la economía deberán ser prioridades de su gestión. Adicionalmente, Claudia deberá tomar la decisión de realizar una reforma fiscal profunda, si su verdadero objetivo es hacer de México un país menos desigual. Antes, deberá otorgar seguridad a la inversión, para evitar fugas de capital.
En el mensaje que dirigió al pueblo mexicano, una vez que su triunfo fue confirmado oficialmente con base en el conteo rápido del INE, Claudia hizo pronunciamientos que no pueden desdeñarse. Se mostró relajada y conciliatoria. Interesantemente, abandonó su "acento tabasqueño", que no dudaría en retomar cuando celebró con los morenistas en el Zócalo de la Ciudad de México. Sin embargo, habrá que recordar que no hay triunfo de político alguno en el que el discurso de agradecimiento no haya frases amigables, promesas de paz y afirmaciones que hagan sentir a sus seguidores que no se equivocaron y lo contrario a quienes no lo votaron.
Sin embargo, no debemos perder de vista que a los seres humanos nos resulta difícil lidiar con el poder, especialmente si éste es prácticamente inconmensurable, como el que seguramente recibirá Claudia Sheinbaum pronto. Aun si Claudia fue sincera al prometer concordia; aun si el personaje que ha representado estos años y que exageró en la campaña y los debates no fue sino el mecanismo para convencer a López Obrador de que ella era la indicada para sucederlo y no se corresponde con su verdadero ser; aun si en verdad fuera ecuánime y tuviera en mente que no hay registro en la historia de gobiernos de poder concentrado que hayan hecho más bien que mal, en los que haya predominado el ejercicio racional y correcto del poder sobre su abuso; aun así, son muy altas las probabilidades de que Claudia Sheinbaum termine absorbida por la vorágine del poder.
¿Qué viene? ¿Con qué versión de Claudia nos enfrentaremos a partir del 1 de octubre?