Y EMPEZARON A GRITAR con las preguntas de siempre: "¡Hey tú!, ¿dónde tienes la esperanza?" Y eran gritos destemplados, unos de burla y otros de reclamo. Yo no decía nada. Yo seguía caminando. Ya había pasado lo más oscuro de la noche. El sol ya se anunciaba como reflejo en unas nubes. Y preguntaban por mi esperanza. Me volteé para decirles en volumen medio que la esperanza va conmigo. Que la cuido y la alimento bien. Que si quieren les comparto un poco, que al compartirla nunca disminuye.
LOS GRITOS SE CONVIRTIERON en una Torre de Babel. No había ideas. Confundidas las palabras borboteaban sin sentido. No había juicios de razón. Las opiniones se decían como si fueran verdades. Algunos hasta se alteraban cuando las decían. Ojos saltones y rojos, aortas del cuello a punto de estallar. Algunos asumían posiciones doctas, despreciando la palabra pueblo. Unos señalaban con el dedo índice. Otros se remontaban con lecciones de historia, como si esta no estuviera tergiversada. Los gritos se entrecruzaban como dagas, como balas, como misiles, como lo que eran: islas sin conexión en ideas extraviadas.
"¡MUÉSTRANOS LA ESPERANZA!", gritaban unos. Pero a la vez se negaban a mirarla. "¡Descríbemela!", decían los ciegos. Los sordos miraban asombrados todo movimiento. Agitaban las manos. Los ciegos estaban confundidos en el tumulto, pero no dejaban de agitarse sorprendidos. Y gritaban, sí. Y más fuerte. Andaba gente sin cabeza. Otros sin hambre saltando en un solo pie. Unos más pedían limosna. Otros se congratulaban con el pan duro encontrado en el cesto de la basura. Y entre todo esto tan confuso, había quienes cantaban alabanzas de un rito u otro. Otros solo miraban asombrados los sucesos.
AMANECIÓ AL FIN. No porque fuera mala la noche. Sino porque de ser posible siempre se quiere luz, aunque la noche debe valorarse desde su justa dimensión, en la alternancia. Si no hubiera oscuridad no se distinguiría algo la luz, por no existir la referencia. Las luciérnagas no podrían distinguirse. Y es probable que desaparecerían. La oscuridad es elegante. La oscuridad es amorosa. Es una de las condiciones para la vida. Por eso se dice cuando nace una nueva vida: se ha dado a luz. Y es una imagen fuerte. Para que haya luz se requiere de la oscuridad.
LOS INDIFERENTES TAMBIÉN aprovecharon para gritar. Los que se cruzan de brazos ante los acontecimientos también soltaban altisonantes de su ronco pecho. La mirada era de furia. Salieron de todas partes, cuando antes se escondían. Traían frases hechas. Sus ritos destemplados resonaban en coro. Para eso aprovecharon los silencios de los otros para hacerse escuchar. Y aún en el griterío resaltaban con amplificadores los epítetos. Algunos con magnavoces sencillos. Otros con bocinas de fuerte calado. Otros más aprovechando los tiempos de la televisión.
¿QUÉ PASA AQUÍ?, preguntó alguien asombrado. Como que no se había dado cuenta de los acontecimientos. Si esto es lo cotidiano. Pero no de esta manera. Y había preguntas y respuestas. Y quienes preguntaban respondían a los otros y viceversa. Parecía un coro acordado. Periódicos en el tiempo. Asonancias sin control. Rítmicas palabras que se pronuncian sin comprenderlas. Que se dicen sin compromiso. Un tributo al silencio fuera necesario. Pero hay una compulsión por hablar sin ton ni son. Sin reelección. Sin autocrítica. Como si todo fuera a nacer apenas al día siguiente. Como si la salida fuera la entrada.
TODOS MIRABAN ASOMBRADOS al que llevaba en un frasco la esperanza. Estaba callado y con sonrisa. En su rostro reflejaba paz y tranquilidad. Las agitaciones estaban en otros corazones. En la lumpería no había diferencia. No era necesario. Doctos, genuflexos, títeres y titiriteros, magos con actos de magia cansinos por repetidos, enmascarados, falaces, todos en el mismo grupos hacían gestos de no es aquí donde sucede. Los ánimos se mantenían en su nivel y lugar. Los gritos seguían aunque más callados, o resignados. Nadie sabe lo que sucede aunque todos dan sus opiniones.
"¿Y AQUELLA GIGANTESCA CRUZ?" Desde lejos, entre cerros y colinas, se miraban dos barrotes de pino atravesados. Hacia ellos iban los caminantes, delgados, como atraídos por el imán del tiempo, como si fueran a su salvación en su delirio. No era el apocalipsis ni mucho menos. Era el pago de tributo de las generaciones. Un diezmo, una moneda de oro, un diente de oro, una pulsera de oro, como ofrenda. Otros un becerro, un guajolote. Entre todos, cada quien con su fuerza disminuida, y la esperanza alimentada de lágrimas, sabían que podía ayudar a cargar la cruz para salvarse.
HABÍA GRANDES ALTAVOCES que bajaban el volumen cuando las verdades y lo aumentaban para hacer la apología. Mil veces repetida la mentira era la verdad verdadera. Aquí te firmo. El calendario era sucedáneo de los días y años. Las generaciones desfilaban sin propósito, sin cauce, sin causa, sin destino, sin aliento, extenuados. Los dos difíciles habían pasado y venía la dicha eterna. Y a su paso miraban quienes hacían señales hacia el cielo y quienes hacían señales hacia la tierra. Dos posiciones irreductibles, irreconciliables.
SI ALGUIEN LLEGÓ HASTA AQUÍ, digamos que es una pintura, un lienzo como intento de reflejar la caótica realidad. Todo lo que sucede es un conjunto de hechos, integrado con fenómenos particulares. La vida va de todas maneras. Las circunstancias no corresponden a algo en específico, ni a una circunstancia especial. Como fluye el agua del río, así van los acontecimientos de la vida en general, y en especial de la vida humana, de la que nos corresponde un cacho de experiencia. Solo que algunos miran sin ver, y otros escuchan sin poder interpretar lo que se dice. La incertidumbre ante lo que sigue es característica de la existencia y condición humana. Así vamos. Sea y amen.